rosario

Sábado, 27 de octubre de 2012

CONTRATAPA

We Are The Champions

 Por Miriam Cairo

Nosotros somos los campeones ﷓ mis amigos

Y nos mantendremos luchando

Hasta el final

Queen

Después de un cinco a uno, caigo. Pierdo siete juegos consecutivos. Soy rigidísima en lo que atañe a las derrotas. Me llevan el set. He pagado mis deudas una y otra vez.

Vuelvo a tener las pelotas nuevas. Es el buen tono y la textura, precisamente, lo que me insta a un estado de profunda realidad. Me luzco con el drive, que es mi mejor golpe. Suelto el brazo como un latigazo. Consigo lo que quiero.

Hay que ver siempre lo que hacen las manos. Las veo allá al extremo del brazo aferrando la empuñadura. Ellas no saben estar lejos de mi cuerpo. Las veo encoger a cada una sus cinco dedos. Se ponen rígidos y se estiran en pequeños restablecimientos verticales.

Estoy cuatro a dos con el saque. Cumplí mi condena. A partir de lo que tomo por real en el tiempo devendrá irreal en la intemporalidad. En Malibú tuve el granito de arena golpeando mi casa. Soy una jugadora lanzando mi cabeza. La pelota y yo somos la misma decapitación y el mismo esmero. Mis puntos ganados en la red superan a los de mi rival, pero desde el fondo, vuelvo a equivocarme. Treinta iguales. Otra vez en la red me recupero. Las aperturas son claves, sin embargo las cosas ocurren más rápido de lo que pueda asimilarlas. Consigo la ventaja y con otro primer saque me coloco cinco a dos. Ya he tomado mis reverencias y mis llamamientos en Malibú. Vuelven las sonrisas al estadio.

No demuestro ninguna emoción que pueda pasar información a mi contrincante. Malibú no ha sido un lecho de rosas ni un crucero de placer. No se me mueve el flequillo. Hay que ver siempre lo que hace el cabello detrás de la cabeza y sobre la frente. Más que emocionante, este partido es desconcertante. La tribuna canta mi nombre cuando pierdo el primer punto del octavo juego del segundo set. Para mí misma canto mi nombre cuando consigo la igualdad. Un removerse en la memoria, una excavación en el reverso. Y las piernas, qué hacen las piernas. Saltan lejos de Malibú. Y los ojos, qué hacen los ojos. A fuerza de brumas insistentes, mando fuera el revés. En el cambio de lado veo bien a mi adversaria. Tiene cabello rojo. Tiene manos pálidas y dedos largos. La profusa red de venas celestes de las manos hacen las mismas ramificaciones que las mías.

Saco para set. Me sorprende cuando subo a la red y me roba el punto. No lo puedo creer. Me lee los movimientos. Actúa con mi misma calma pero no me confundo. Salvo el juego. Y la cintura, qué hace la cintura. Y los labios, qué murmuran los labios.

Se precipita la ráfaga fría. Sus manos entrelazadas se balancean. Al final de mi mano encuentro un objeto indefinible y por segunda vez no logro cerrar el set. En la tribuna hay caras largas. Yo lo considero un desafío.

El partido se aprieta y se pone difícil porque ella es yo y yo soy ella. A ella, que es yo, le cuesta entender que yo soy ella. A ojo de buen cubero se nota que esas ramas celestes en sus manos son mis venas. Sus piernas y mis piernas se mueven por un mismo resorte. Ella transfiere su tensión a mi mano izquierda. Juega con mi drive. Golpeo con su raqueta.

En realidad, ella puede hacer let y tener nuevamente primer servicio pero yo le gano el punto porque me voy de Malibú. Por mis devaneos caigo en un triple break point. Con un ace salvo el primero. Con otro ace salvo el segundo. No estoy en su contra ni en mi contra, simplemente no quiero estar más en Malibú. En caso de que el jugador no jurara arrojando su propia cabeza, yo no sería una perdedora decapitada. Primer saque ganador y consigo un deuce. Ventaja. Sonríe mi tribuna, aplaude, grita mi nombre. Conservo mi saque y el público enloquece. Estoy seis﷓cinco y aseguro el tie break. Aun conservo la marca negra bajo el paladar.

Las tribunas hacen la ola. ¿Me alientan a mí que soy ella o a ella que soy yo? Tengo la absurda impresión de que no jugamos. Aún así, nosotras queremos seguir sin parar, sin parar. Jugamos a algo que no sé bien qué es. Intento un cambio de dirección y le doy un cuarenta﷓quince. Nos vamos al tie break. Cuatro dos y cambio de lado. Me seco el sudor. Escucho la tribuna. Quiere mi triunfo. Si triunfo yo pierde ella. ¿Si triunfa ella pierdo yo? La fulmino con la devolución del segundo. No quiero volver a Malibú. Me mata con una devolución al cuerpo. Tiene miedo de que me vaya de Malibú. No puede con mi revés y tengo tres set points. Sobre el segundo saque pego una devolución ganadora y me llevo el segundo set. Somos las campeonas y nos mantenemos luchando.

Me avisa que saca con pelotas nuevas. Gano el primer punto de su juego de saque. Miro con nostalgia el tiempo que olía a cerrado y con ansiedad el tiempo inseguro y difícil que olía a abierto. Yo no estaba contenta en Malibú. Eso es cierto.

Intento un globo que resulta corto, no lanzo mi cabeza lejos de Malibú. Juego a las puntas, vuelvo a abrir y uso el drive, mi golpe preferido. Si éste fuera mi reverso ¿por qué no me arrojaría, como un dado blanco, al paño de mis sueños? ¿Por qué no saldría corriendo de Malibú?

Pasa un poco de todo en este partido. Un trueque de enigmas insolubles. Interrogo en vano a mi hueso ambiguo, por si acaso algo sabe.

Con una devolución en el ángulo me pongo cero quince. Luego me queda la bola en la red, luego la mando afuera, luego se la doy a la altura ideal para que me ejecute e inmediatamente quedo cuarenta﷓quince. Tengo planes y tengo ideas, pero no tienen que ver con este partido ni con Malibú. Pierdo uno cuatro en el tercero. Tengo más ganas de complacerme a mí que a la tribuna. Tengo ganas de jugar a otra cosa, al amor tal vez. Devuelvo en el ángulo. La siguiente pelota me llega débil y alta y respondo con un smash. El globo se me va largo. No saca bien y treinta iguales. Let. Me gana el punto con el revés. Llego exigida: cuarenta iguales.

Por el cielo pasa una gaviota avisando que no volverá a Malibú y Queen explota en el estadio al tiempo que el umpire dice game, set, match.

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