Sábado, 3 de noviembre de 2012 | Hoy
Por Miriam Cairo
A Miryam Pirsch, Flavia Porto y Angeles Durini
La poesía no te da de comer, no asfalta las calles, no paga el boleto de colectivo. Con un verso no abonás los impuestos. Un poema escrito en una hoja de papel no sirve para abrigarte en las noches de invierno. La metáfora no entra en el mercado cambiario. Nadie pensaría en hacerle un cepo a la metáfora. Es más, la poesía ni siquiera nos salva de los preconceptos. Cualquiera que quisiera escuchar poesía, por ejemplo, iría a los grandes salones de la zona céntrica de las grandes o pequeñas ciudades, o bien, a los tugurios y fumaderos de la poesía under, también ubicados en las mismas zonas céntricas de las mismas grandes o pequeñas ciudades. Sin embargo, la poesía es un animal difícil de dominar. Un bicho escurridizo. Un perro sin dueño. En ocasiones, no he encontrado poesía en los lugares donde se suponía debía estar, y sin embargo, ella apareció en el patio trasero de las grandes o pequeñas ciudades, de la mano de poetas insospechados:
Gabriel tiene 15 años, fracasó en una escuela del centro y volvió a la del barrio. Puede escribir estos versos: "La mano/ distraída/ juega con mi dolor".
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Nico, del mismo barrio y de la misma edad, dice: "El pánico/ dulcemente/ llena de gritos/ las rosas".
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Marcos tiene diecisiete años. No encuentra un espacio para él en el aula. Prefiere leer a escribir. Le gustan los poemas de León Felipe y Atahualpa.
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Matías, vecino de Gabriel, por su parte, escribe: "El vino es/ la sangre indefensa/ que beben/ fácil".
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Franco, "Ananá" para los amigos, dice: "Los pechos/ caían/ pensándose hacia el mar".
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Mailén hacía dos meses que no venía a la escuela. Ahora ha vuelto con los ojos delineados, el cabello renovado con mechas de colores, y sin ningún deseo de enterarse sobre nada que no sea "esos cuentos raros" que leíamos. Su fuerte es la lectura en voz alta.
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Tami, la risueña, es modelo y escribe: "Los versos/ indefensos/ comienzan a extrañarte".
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Nilce, 15 años, poetisa de extensa producción y compañera generosa, es capaz de decir cosas como éstas: "La oscuridad del universo/ regresa/ a gran velocidad/ desde la luna".
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Roberto, 17 años, no tiene carpeta porque dice que todo le queda en la cabeza. Es verdad. Sólo vino un par de meses a la escuela y todo lo que leemos ahora lo relaciona con los bestiarios de Arreola, leídos por entonces. Es un gran narrador oral.
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Angel va a la escuela porque lo obligan. Tal vez este año pueda pasar a cuarto, mientras tanto escribe versos como éstos: "Desearía que fueras/ como una estrella/ hermosa/ brillante/ perfecta".
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Lucila es la niña más silenciosa que conozco, y he descubierto que desde su silencio pueden salir versos inquietantes: "Alguien/ ha dejado diamantes/ en el infierno".
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Alberto, presidente del centro de estudiantes, es el vocero de la escuela y dice: "El mar/ se perdía/ en la torturada noche".
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Marquitos sueña con ser ingeniero, pero eso no lo priva de soltar el pulso poético: "Las voces/ oscuras/ apagan la noche".
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Martín dice de sí mismo que es un matemático natural (su profesora de matemáticas no opina lo mismo), sin embargo nadie lo iguala a la hora de inventar historias de terror.
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Elda escribe acrósticos y cuentos de amor.
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Dana quisiera que lo único que hiciéramos en el aula fuera leer a Silvina Ocampo. Yo también, por eso la consiento a menudo.
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Mariana escribe cuentos. Tamara escribe cartas de amor. Estefanía tuvo un bebé y escribe relatos de aventuras.
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Miqueas espera un trasplante de riñón y se inspira con los cuentos de Silvina. Su último relato se titula "Pez puñal".
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Carlos escribió un cuento sobre un niño triste que luego encontró un amigo y ya no estuvo solo.
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Nahuel vive bastante lejos de la escuela, cuando llueve se le complica llegar porque en las calles de los barrios no hay asfalto. Su último relato se titula "Cuento con muñeco".
Como vemos, la poesía será inútil pero no cobarde. No dará de comer, pero propaga belleza. No pagará el boleto de colectivo, pero transporta a lugares a los que ninguna nave espacial, transatlántico o colectivo llegará jamás. La poesía no tendrá la facultad de abrigarnos en invierno pero nos enciende una llama.
Es cierto que en el mundo hace más falta un plomero, un carpintero, una enfermera, una taxidermista que un poeta. Pero, ¿qué sería del mundo sin poesía? Más aún, ¿qué sería de la poesía sin estos chispazos de vitalidad?
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