Miércoles, 6 de febrero de 2013 | Hoy
Por Irene Ocampo
Mientras repasaba mentalmente las cámaras con las que saqué fotos durante toda mi vida, una imagen volvió desde mi infancia y no me abandona desde hace días. En esa época no teníamos cámara propia y mi madre le pedía prestada una Minolta compacta y semiautomática, o algo así, a una compañera de trabajo, Teresita.
Su compañera se sacaba fotos en Brasil, y Europa. Mientras ella paseaba, nosotras veraneábamos en la vereda y el patio, y yo a veces en la laguna Setúbal, con mis parientes en Santa Fe.
Pero un año, mi madre, con su sueldo de enfermera, reservó una semana en la Hostería Santa Teresita, de la ciudadpueblo de la costa atlántica, y allí nos fuimos, a conocer el mar. Creo que mi vieja ya lo conocía, pero seguro nunca había ido a disfrutar de la playa, y la vida tranquila. Yo todavía no lo conocía, tenía 10 u 11 años. Supongo que todo era una novedad, incluso pasamos una de las fiestas de fin de año, en la hostería, entre extraños, y sin niños o niñas de mi edad.
Sin embargo, de todo esa experiencia, la única foto que vuelve a mi mente ahora, es una mía jugando a la pelota paleta en la playa. La foto tenía un color único, y a pesar de que yo me estaba moviendo para pegarle a la pelota con la paleta de madera, la foto no salió movida. O mi madre era muy buena fotógrafa, y recién me vengo a enterar ahora, o la cámara era muy buena, y muy automática y todas esas cosas.
No sólo la imagen estaba clara en esa foto, sino que había un tono increíble.
Era el atardecer, y la marea estaba baja, es decir que la playa se veía en toda su anchura, y el cielo detrás mío azul celeste. Y a pesar de ser el atardecer, los tonos eran del tostado, pasando por el verde del mar, y el celeste. Y claro yo tenía el color de la arena, y en ese momento llevaba una remera amarilla, creo, una bermuda de jean, y un sweater atado a la cintura. No sé si la composición de la foto lograba un efecto tal que yo no podía dejar de mirarme, o si simplemente no podía dejar de hacerlo mientras miraba a la niña de la foto como si fuera otra persona, y al mismo tiempo trataba de recordar esos días, jugando con mi vieja en la playa a la pelota paleta, por primera y creo que única vez. Yo tenía ya el cabello un poco más largo, creo, pero la pose no era la de una
nena (Me lo había cortado a las 8 o 9 años, muy cortito). Más bien, era la de una nena vestida de nene, jugando en la playa, descalza, mirando hacia arriba, tratando de embocarle a la pelota.
No recuerdo mucho más de esas primeras vacaciones en el mar. Y creo que si no hubiese sido porque miré esas fotos muchas veces después, tal vez ahora no recordaría más que dos o tres escenas. El mar no me conmovió inmensamente, ni mucho menos. Lo que me impresionó fueron las vacaciones en sí. Mi vieja decía, cuando le preguntaban por ese viaje, que me había llevado a mí a conocer el mar.
Pero ella nunca se había tomado vacaciones. Sin embargo, eso no era importante para ella. Me preguntaba a veces, si lo había disfrutado, si me había gustado. Yo, muy poco expresiva, buscaba mis mejores palabras para decirle que sí. Pensaba que se me notaba, y que no tenía que decir nada más. Hoy me gustaría poder dibujar y pintar la foto que perdí.
Mostrarle a mi vieja, que no solamente disfruté de esas vacaciones, y de todas los viajes de vacaciones que hicimos juntas, sino que también aprendí a hacer algo con mis manos. Cuando la dibuje y la pinte, no saldrá tal cual, pero al menos me dará la sensación de que recuperé esa foto, ese recuerdo, el retrato de esa niña muy poco femenina, y que en
diciembre de 1979, a final de año, jugó en las playas de la costa con su madre.
Tal vez esa foto hubiese podido mandar al Proyecto Chonguitas, una idea que tuvieron de recuperar nuestra niñez de nenas disfrazadas de cowboys para fiestas familiares o carnavales. O vestidas imitando a obreros o mecánicos de la familia. O a jugadores de fútbol. O simplemente porque nos vestían así. Creo que nunca quise ser nene, pero cuando vi la película Tomboy me sentí un poco identificada en esa nena que moldea un pitito con plastilina para ir a jugar con los varoncitos. La idea de disfrazarse es genial, y era mi juego preferido, el del detective o el agente internacional que lo hacía para vivir aventuras, y encontrar chicas lindas mientras tanto. Lo de la guerra fría no lo entendía, pero ya me daba cuenta de que lo de los buenos y los malos era una excusa. Nadie era demasiado bueno ni demasiado malo en esas aventuras. No creo que de esos juegos tuviera fotos. En cambio de la nena intentado ser Guillermo Vilas, me quedó una linda imagen, que algún día pintaré, al menos para mí.
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