Viernes, 7 de octubre de 2005 | Hoy
UNO
Como una trompada en las ingles el peso de la noche se mira en los espejos. Me pregunto si es el último espolón de los cuerpos. Pienso en eso y siento cómo duelen las esquirlas. Mas vale morir que vivir muriendo.
DOS
Las líneas imaginarias se hacen cada vez más imaginarias si las pensamos en secreto. Por eso el whisky. Por eso las comisuras de la fe en los rincones y el cigarrillo y las palabras. Huele a peste el ronroneo del amor sobre la alfombra. Huele a muerte el pubis blanco del dolor y el mármol del deseo. Como una muerte precisa, mordida por el ojo, la luz se escapa. El deseo se escurre en la rendija del baño.
TRES
En este mortero voy a poner la noche. No somos simples felinos demoliendo precipicios. La última mujer esculpida por las sombras cae de costado, a carel del insomnio. La vida prensa, la última sed, el último vaso de tiempo, el último caballo de furia, la última entrepierna milagrosa. Las esferas son ojos cuando el gozne rompe, cuando vuelan esquirlas. Los intestinos de la que amé se entrecruzan, se bifurcan y sin embargo rezo de rodillas frente a ella muerta. Rezo el suero, el plasma, las costillas definitivamente, infinitivamente. Me presento desnudo ante el lenguaje. Cargo con el deseo invertido de su cuerpo.
CUATRO
Será que a veces la noche ridiculiza con la estalactita de miel de su costado hambriento y nos pone a prueba frente a los dioses desnudos y excitados. Será que me acuesto cada brazo entre sus brazos sin saberlo, sin quererlo, sin desearlo.
CINCO
Queda tabaco sobre la mesa de sombra inútilmente. Un libro a medio cerrar para nada, sin llaves en el costado del rumor, sin llaves del verano de las luces. La muerte se hace demasiado pronta pese a todo. Irrumpe magistral y soberbia copulando con todo. Empujando su virilidad contra las causas.
SEIS
Llueve contra los objetos. Siempre llueve cuando cierro los libros que quedaron detrás de sus ojos. Siempre llueve cuando la deseo.
SIETE
Muero por morir más de una vez y recordarlo. Aún río por aquello que no me toca vivir, por la última muerte muerta que ella me dejó en la cama, por el último gesto, por la espeluznante proximidad, aquel caer de rodillas frente al temblor.
OCHO
Encender las guirnaldas y las cortinas y esta salvaje ironía de sentirla. Que se fuegue la casa, que se incendie todo y que reluzca su cuerpo sobre el tapete del baño. Poder ajar su cuerpo, pisotearla, ensancharla. Sobre la alfombra de lamer escarchas estirarla hasta que se corte o se pudra o se muera. Hasta que su fiesta sea papel de invierno. Quiero que sea eterna, extensa, el escenario de pecados. Inagotable. Interminable. Dibujar con el índice en suspenso las comisuras más suyas, los cráteres más hondos, el eslabón de los jugos necesarios.
NUEVE
Retumba su nombre lleno. Ya ni la lava salva a los difuntos de mí que la convocan. Su salón de espejos. Su desnudez. Todos los gusanos blancos se posan en mi ombligo. Los eslabones que me unían a ella. Siento el putrefacto sabor del amor minando mi mesa de sombra.
DIEZ
Las noches clavan velas encendidas y groseras. Me sirvo un whisky. Parirla fue esperar a que cruce la nada. Fine blend. Parirla fue espesar la angustia, momificar el silencio, tragarla trozo a trozo, vomitarla en partes, alimentarme del resto. Ella ha sido mi alimento.
ONCE
Ser este que fui mañana ha sido mi sostén, mi espora más temida. Ya la veo sucumbiendo a los breteles, a su camisón de lino, a su bombacha de seda, a su desnudez más absoluta. Desparramaba la saliva. Dejaba su rastro. Su huella de sal. Movía el eje de la sed. Se balanceaba. Se entrometía. Sacudía su cuerpo. Sucumbía como una perra sucia. Sin medida. Frente a mí como una hostia fatal de carne y hueso. Y yo a medio empezar la noche sin querer finalizarla. Con media paridad con el olvido y un desgarro con el presente arrastrando las papilas para que me mire. Para que me mire desnudo.
DOCE
¿Fue a carel de dios que me bebí su sombra? ¿Que me palpé? ¿Que me destroné rompiendo sus pezones contra las piedras, escupiendo más lejos que la mano de ella? Las manos mías escupiendo mi perdón y mi culpa, pidiendo mi abrigo, mi falo de desierto sobre la mesa del comedor. El semen de otras horas, seco y desperdiciado ahí junto al plato.
TRECE
Ella. Su perfume. Su olor a páramo. Su puta cercanía. Su pus de amor desolándome. Mi destierro de ella me quitó la risa. Me quitó el huracán de los bolsillos. Solo para ella me vuelco el habla. Para que me mire me retuerzo. Para que me diga que me ama me soy más que esto, me corto el habla, me muevo en vano.
CATORCE
Una lengua de sílabas gemidas me destetó el pubis. Esto habla de ella: me rasuro todo a solo piel y ardor. Miro al frente solo el rostro superpuesto. Miro sus ojos mirándome. Miro su entrepierna llamándome desde el temblor recordado. Estiro la lengua hasta decir su nombre y lo digo. Digo su nombre desde mí.
QUINCE
Las estalactitas de dermis me contemplan desde este cuerpo vacío. Ya no me conoce. No sabe que fui su amante en otros de demonios pero intuye mi dolor y lo contempla. Me ha visto temblar junto a su cuerpo. Me ha visto rogar frente a su aire. Me ha visto vestir su mismo cuerpo una y otra vez.
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