Viernes, 22 de marzo de 2013 | Hoy
CONTRATAPA › DIARIO DE VIAJE
Por Beatriz Actis
"Uno siempre se equivoca cuando habla del gato".
Joaquín O. Gianuzzi ("El puesto del gato en el cosmos")
En alguna ciudad. Los gatos quedan solos en el departamento mientras su dueño está de viaje (alguien se ocupa de que tengan agua limpia, de darles de comer). Al dueño, durante la ausencia, le preocupa especialmente el gato negro, con tendencia a escapar. Al gato lo había robado, es decir, lo había encontrado o recogido hacía unos cuatro o cinco años en la Iglesia del Colegio de San Patricio, Nuestra Señora de Knock, la patrona de Irlanda. Era navidad. El había asistido a un concierto del coro en el templo superior de la iglesia, y mientras el público devoto oía el Ave María de Bouzignac, o tal vez el de Gounod, quien pasaría a ser después "el dueño del gato" dejó de ver los rostros de los cantantes, las luces y las flores blancas. Sólo vio aparecer la figura del animal deslizándose, sutil o pagano, por el altar. Dejó también de escuchar y se escabulló entre los fieles. Tuvo la intuición de que el gato negro --que tras recorrer el altar salió del templo caminando por un pasillo lateral, con la sola música del laúd como cortejo- bajaría las escaleras exteriores hasta la cripta, y lo persiguió sin chistarlo, pero con cierto disimulo.
Cuando los irlandeses construyeron su iglesia, la elevaron del nivel del suelo y por eso hay un templo superior, y cedieron a la cripta el nivel del suelo. Para llegar a la cripta tuvieron que atravesar, él y el gato, una puerta doble de madera y descender escaleras hasta alcanzar el nivel del patio. El gato se movía por aquellos reductos con naturalidad y se detuvo para lavarse el lomo al lado de un baptisterio de mayólicas blancas. Su futuro dueño se aproximó al animal sin sigilo y éste, de modo que a otro aunque no a aquel hombre le hubiera resultado sorprendente, se dejó alzar e incluso se siguió pasando la lengua por las patas delanteras mientras él lo llevaba en brazos como a una criatura, y así caminaron por la vereda hasta su edificio, que estaba ubicado felizmente muy cerca de la iglesia.
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Postales en el mundo. El gato colombiano del Valle del Cauca escucha la marimba que traen a él los vientos del Pacífico, pero no baila. Apenas levanta la oreja derecha y a veces la izquierda, y se rasca con displicencia que, en este caso, no es una forma de la pereza.
Aunque no baila, el gato del valle del Cauca se atrinchera -y parece estar algo contento- en su mullido rincón. Puede ser una barraca húmeda y fea, pero uno ve sin embargo cómo "gato" logra convertir el piso rasposo en una especie de lugar blando y hasta esponjoso. En tanto, la música suena y resuena alrededor de su lenta cabeza.
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Ya en la casa de alguna ciudad. Para su nueva vida en el departamento, el dueño del gato le compró una maceta con una hierba que en el vivero llaman "yuyo gatero". Lo hizo sobre todo para que no extrañara mordisquear las plantas del patio de la iglesia de Irlanda. El gato, en los primeros tiempos, se movió solamente en la zona de los dormitorios. De a poco reconoció el resto de la casa y comenzó a desplazarse por los otros ambientes y a aceptar la proximidad de los dos gatos que también habitaban la casa y ante los que al principio se erizaba. Cada vez que sonaban las campanadas de la iglesia, el gato se detenía o se despertaba, según la posición en que lo encontrase el tañido, y escuchaba atento, con las orejas tensas y la cabeza levantada. El reloj de la torre marca desde los cuartos de hora hasta el toque del ángelus tres veces por día y su carillón toca el Ave María. El gato recupera el espíritu místico varias veces por día, pero pronto lo olvida.
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Como gatos de Oriente. ¿En qué piensa el gato de la tarde sobre el puente en el Jardín Japonés? Pasa un pez, es dorado y suntuoso. El agua fluye debajo del puente enrojecido de madera, a prueba de intemperies. Pasa un ave. A todos en el Jardín Japonés -cuidadores, visitantes- les gustaría que fuese una grulla, pero es sólo una paloma más de Buenos Aires.
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Otras postales en el mundo. La gata negra huye hacia la noche de los bosques de Bonn como solamente un perro huiría. Una procesión en el barrio de Triana marcha díscola pero, al tiempo, solemne; gatos observan desde las ventanas. Las palomas en las playas de Río pasan volando bajo y arrullan sobre los restos de las macumbas en la arena; los gatos no las pueden alcanzar. En Stonehenge se teme ante piedras sobre las que hombres dejaron de adorar la luna para elegir el sol (los gatos se reservan un pasado ilustre en Egipto). Hay islas volcánicas en el océano entrevistas como en una recaída, como en un desmayo, y se piensa en Gauguin andando por aquellos lejanos lugares y en algunos de sus cuadros con gatos tendidos junto a las flores. Cruzar fronteras, brindar por verse: siempre habrá gatos andando sin prisa por los puentes de una ciudad apenas entrevista.
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