CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
Lee: "al fin me entero yo cómo sabe una piel que sorprende." Pone su pie derecho sobre el mar izquierdo y los extremos navegan. Trata de dejar de fumar. Dos horas más tarde pierde la voluntad y cruza la avenida para comprar cigarrillos. Vuelve a leer el mismo libro que le da sed pero no hay ginebra. Otra vez cruza la avenida. Se interna en una calle oscura. De regreso, el cielo es dorado, tanto que puede volverse rico. La ginebra le agudiza el oído. Escucha el estado de crisis del amante. Escucha los pasos de los pies no presentes. Escucha que un libro que lo llama desde otro libro. Se pregunta cuál ha sido el problema: demasiado tabaco, demasiada ginebra, demasiada mierda. Monta guardia bajo la luz de la lámpara pero lo negro de la noche no recula.
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La mujer con sombrero pasa la mañana conociendo al hombre que está colgado en el ropero. El pregunta la hora, el día, el mes, el año. Su manera de estar colgado puede interpretarse de muchas maneras, no sólo porque esté cabeza abajo, sino también por la media sonrisa hacia el horizonte posterior del mundo.
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Apenas puso mi nombre en su boca, mi nombre sintió vértigo, supo que su boca era el centro de todo, y cayó por la garganta. Resbalaban las letras de mi nombre como esporas. Rodaban como lunas pidiendo rayos. Patinaban como animales invertebrados, y a medida que iban cada vez más abajo, más adentro de su garganta, las letras de mi nombre eran peso y color, y yo fui tras ellas, y las vi correr, y mi nombre se convirtió en un animal noble y hermoso. El lar de su pecho le dio la bienvenida y las células de mi nombre se amapolaron para siempre.
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El dragón encendió un cigarrillo. No tenía idea en qué lugar de la ciudad había ido a parar después del vino, la hierba demasiado verde y las muchachas lésbicas que le abrieron las piernas. El dragón fumó despacio rememorando el sabor. Podría decirse que a esta altura de la vida y de la muerte, se había convertido en un buen catador. Pero la cosa, lo que le pasaba, no tenía que ver con las sales y el acre, con la viscosidad y el litio, sino con la dulzura del crepúsculo.
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Y la lluvia. Y mis amigas. Y los libros. Y los sueños. Y los enamorados reales que parecen ficticios y los ficticios que se vuelven tan reales.
Si la lluvia fuera noche, sería la luna. Si mis amigas fueran lluvia, sería sus sueños. Si los libros fueran amantes sería sus hojas.
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La poesía desnuda.
La poesía
desnuda.
La
poesía
desnuda.
Lapoesíadesnuda.
La
poesíadesnuda.
Lapoesía
desnuda.
Desnuda.
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Traía en la mano un libro. En la mirada una demora. En el corazón una música antigua y profunda. Resultaba imposible suponer que el hombre hubiera llegado sólo porque yo lo esperara, pero se acercó y me dijo: "Se acabó el tiempo de la espera". Y la voz que había oído en sueños, habló nuevamente diciendo: "Te traje este libro que habla de un hombre que tiene un pie aquí y otro en las tormentas". Y no hubo dudas.
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El: Abundan las mujeres bonitas.
Ella: Abundan los hombres raros.
El: Abundan las mujeres metalizadas.
Ella: Abundan los hombres de papel manteca.
El: Abundan las mujeres ostras.
Ella: Abundan los hombres cangrejos.
El: Abundan las mujeres astronautas.
Ella: Abundan los hombres topos.
El: Abundan las mujeres prismas.
Ella: Abundan los hombres catalejos.
El: Pero no las encuentro.
Ella: La prisa, tal vez.
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Al mediodía contempla las botellas vacías. Borracho de dolor el dragón con escamas de calcita no soporta sus propios defectos. A las cuatro bebe cuatro tazas de té con azúcar. A las cinco mastica cinco aceitunas. A las seis bebe la última gota de alcohol (dos dedos de ron que guardaba para situaciones límites). Acaba de perder su trabajo milenario de animal fabuloso. No tiene mujer a quién besar ni hijo por quién vivir. Piensa en adoptar un unicornio.
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Al segundo mensaje de texto, la musa supo que ese hombre le iba a dar que hablar. Tal entonces fue ajustando el sonido de las palabras, de claro a oscuro, de aquí a allá, y en el medio las tormentas, los hablantes inexpresivos, y la musa oyendo el sonido de los ojos del hombre que se abrían y se cerraban, tan lejos, tan lejos. Cuando ese hombre, inspiración de hombre, se percató de que su punto más alto hacía un ángulo llano con su punto más bajo ya había perdido toda noción de espacio. La musa hizo un bollo de papel con la geografía y la arrojó al cesto de los hablantes. El hombre quedó totalmente extendido de un lado para que la musa pudiera verlo del otro. Extasiada.
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