Viernes, 9 de agosto de 2013 | Hoy
Por Javier Chiabrando
Hace años leí una nota en el País de España que quizá pertenecía a Eduardo Haro Tecglen o a Manuel Vicent; ahora poco importa ese grado de precisión. Lo que importa es que la nota decía algo así como "a partir de ahora sólo los muertos conocidos". Siempre me impresionó esa idea, que planteaba una hipótesis terrible, a la altura de una época que se iba a manifestar lentamente como la que muestra todo, la que sabe todo, la que todo lo filma y todo lo juzga. "Sólo me haré cargo de sufrir por los muertos conocidos". Suena terrible, lo sé, y tiene una ironía tan escondida, tan secreta, que bien podría ser tomada por burla o desdén. La idea completa era: ante tanta muerte (el periodista se refería a las pateras que intentaban cruzar el Mediterráneo y no lo lograban, con los muertos del caso; pura estadística), no puedo hacer más que protegerme; por lo tanto me haré problemas, sufriré, incluso lloraré por los muertos conocidos. Por el resto, lo lamento, no me quedan lágrimas, y ya se sabe, si lloro por cada infeliz de la tierra me puede explotar el corazón.
Yo viví en Rosario entre los años '79 y '89. Luego anduve dando vueltas y ahora vivo en Balcarce, provincia de Buenos Aires. Parte de mi corazón sigue ligado a Rosario, que incluye proyectos de música y escribir para este diario. Y en el exacto momento en que recibo el pedido de escribir algo relacionado con la tragedia, estoy intentando avanzar con mi demorada "novela rosarina". Son esas cosas que no se eligen; ahí están. Son parte de uno. Entonces, la tragedia de estos días, me toca como a uno más de los habitantes de la ciudad, y lo primero que hice al conocerla es hacer lo que supongo que hacen todos, recorrer con la memoria los lugares de residencia de amigos y parientes, luego escribirles y garantizarme de que están bien vivos. Desde lejos, la tragedia insiste en adoptar la forma de una noticia, una más entre tantas malas que abundan por ahí, pero no lo logra, porque en esos lugares yo anduve, viví cerca, tuve novias, toqué en bares cercanos, y usé escenarios en novelas. Y los muertos son muertos conocidos: no los conozco, pero son muertos conocidos, próximos, amigos de amigos, primos de amigos, amigos de primos, argentinos, rosarigasinos. La posibilidad de hacerse el boludo, como planteaba el periodista del diario español, saltó por los aires.
Luego empieza el trabajo de entender, o de tratar de entender. ¿Hay culpables con nombre y apellido? ¿La tragedia siempre tiene culpables? ¿La culpa la tiene, siempre, como intentan hacernos ver algunos, esa superestructura que uno reconocería en las palabras Estado, administración, instituciones, política? Cuesta tanto desacreditar esta última idea como hacerla verdadera. El problema es que desacreditarla cuesta trabajo, y repetirla no. Mucha gente usa el mismo tremendo criterio del periodista español. Se reemplaza la idea de los muertos conocidos por la de los malos conocidos. Se abandona la idea de buscar justicia y pasa a ser imperativo poder echarle la culpa a alguien. Es que echarle la culpa a alguien calma. Lo único que puedo decir es que ojalá la verdad aparezca pronto, porque es la única forma de detener esa suma de espejismos que suelen darse cuando la verdad se hace esquiva. Otra cosa son los traficantes de tragedias. Los traficantes de tragedias están de fiesta. La noticia de la muerte de una piba, agotada por lógica (es un solo muerto; tampoco pueden hacer milagros), es reemplazada por muchas muertes, mucho dolor y mucha destrucción. Seguirán así, escarbando la basura, escarbando en las ruinas cuando se vayan los bomberos, hasta que se hunda otro Titanic.
Alguna vez he escrito que aquellos pueblos o ciudades que no tienen una fecha de fundación precisa (como Rosario, o como muchos pequeños pueblos de la provincia, concretamente Carlos Pellegrini, de donde vengo), nacen más certeramente alrededor de un hecho que se escribe para siempre jamás. Puede ser un hecho deportivo, político, incluso ficcional, como que Aracataca pase a llamarse Macondo; también una tragedia. Diría más: una tragedia es el suceso por excelencia para escribir la historia de un lugar; sea su nacimiento, sea el de un nuevo capítulo. Esos hechos se repiten, se escriben y terminan siendo lo que uno llamaría el imaginario colectivo de cada lugar que hay sobre la tierra. El desafío de la ciudad de Rosario, de todos nosotros, es absorber esta tragedia como algo que siempre estará en nuestros corazones, cabezas y palabras. Digo esto y pido disculpas porque no sé si yo me puedo atribuir el derecho a sentirme allí, en el lugar donde se sufre de verdad. Yo lo veo por televisión. Pido disculpas, otra vez. Para Rosario será un antes y un después, lo quiera uno o no. Hay que aprender a convivir con eso. La muerte de los muertos conocidos tiene ese lado oscuro. Es una mierda, pero es así.
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