Viernes, 23 de agosto de 2013 | Hoy
Por Javier Chiabrando
Y acá me tiene de nuevo. Pensaba tomarme un tiempo y dejar de jorobar con los grandes temas nacionales para ver si este país era capaz de pensar solito. Y ya veo que no. Desde las PASO hasta ahora he recibido tantos pedidos de intervención en la vida pública que mi contribución a la paz nacional y popular se ha vuelto indispensable. La mayoría de los mensajes eran del estilo de: "No entiendo nada", unos; "no entiendo un carajo", otros. Uno decía: "Si Nelson Castro es capaz de diagnosticar a la presidenta mirándola a los ojos por radio, no espero menos de usted que diagnostique a todo el país desde la paz de su biblioteca, como un Sherlock Holmes del alma de los argentinos".
Y acá me tiene de nuevo. No podía rehuir a semejante desafío, por ingenioso y por conocedor de la tecla que hay que tocar para que se me suba la espuma y arranque derecho a mi destino: la sabiduría. Antes voy a aclarar que para no herir sensibilidades, o que alguno se crea que estoy hablando de él o ella (¡pero sí, estoy hablando de todos y todas!), voy a contar las aventuras de un argentino del siglo XXI llamado Chiabrando. Vamos, entonces.
Para entender qué pasó con las PASO hay que entender al argentino del siglo XXI, o sea a Chiabrando, modelado en hiperinflaciones y devaluaciones, acostumbrado a acostarse con ahorros y a levantarse con deudas, a ganar una y a perder cinco, a tener trabajo nada más que para aprender a perderlo. Chiabrando ama las crisis, no sabe vivir sin ellas. En esos cambios de frente, en esas alteraciones de las reglas del juego encuentra la fortaleza gaucha que nos ha hecho famosos en el mundo entero; que está en los pies de Messi, en los ojitos de Máxima y en las bendiciones de Bergoglio; los tres, y por lógica estadística todos nosotros, generaron un mundo ahí donde pastorearon un rato. Messi no podía crecer y ahora no deja de hacerlo; Máxima fue a bailar a una discoteca y terminó reina; y como hermana no tengo, con Bergoglio no me entretengo.
Ese Chiabrando del siglo XXI, que no sabe vivir sin crisis, empezó a extrañar que no le cambien los guarismos y las índices a cada rato y lo acuesten sin contemplaciones. Porque no es de machos argentinos vivir bajo un estado de bienestar. Eso es de europeos perfumaditos como los franceses, o de japoneses que se visten con polleras aunque le llamen kimonos. A nosotros nos hicieron grandes los desafíos, y cuando esos desafíos desaparecieron o cambiaron, nos hundimos en la depresión post parto, porque habíamos parido estabilidad y eso nos transformó en llorones.
Quizá todo nace allá en el 83, porque echarle la culpa a la dictadura a esta altura es demasiado obvio y quizá erróneo. Recuerdo cuando un joven argentino llamado Chiabrando se formó a la vida pública en las barrancas del Monumento a la Bandera, y no por haberme acostado en los yuyos con mi primera señorita devenida mujer, sino porque allá fuimos en los albores de la democracia a ver cómo la gente vivaba a Alfonsín. Con Alfonsín aprendimos la lección más importante: con la democracia se sufre, se paga y se vuelve a pagar.
Por muy idónea que fuera la lección y buen maestro Alfonsín, fueron necesarios varios maestros más, algunos más capacitados que Alfonsín, para enseñarnos a disfrutar del dulce acto de sufrir. Quizá buscando un doctorado, los Chiabrando elegimos de presidente al Turco que lo Reparió, que nos dio un doctorado detrás del otro que dolieron como si te rompieran el tuje y te lo cobraran en dólares según las tarifas de las conejitas de Playboy. Ya casi éramos Chiabrandos verdaderos, argentinos de pura cepa, machos puros por cruza.
Faltaba la frutilla del postre, un doctorado intergaláctico, por eso elegimos Al Gran Dormilón, un presidente con cabeza de alcaucil, lo dejamos escapar por los techos luego de cagarnos a tiros, y como si fuera poco, tuvimos a tres presidentes en un día. Esa fue la época de gloria de los Chiabrando, sufriendo por triplicado, perdidos como los pelotudos de Lost, pero esos estaban perdidos en EEUU, que no es lo mismo. Nosotros, los Chiabrando, estábamos perdidos en Argentina, cosa incomparable, única, irrepetible.
Y luego llegó el kirchnerismo con sus ideas de defender lo argentino y mantenernos a flote mientras otros países más antiguos y ricos se iban bien a la mierda. Por un rato estuvo divertido, lo sé. Era la novedad y así lo vivimos, mirando con cara de "sí, flaco, dale con la cantinela que total siempre habrá una crisis en el horizonte de los Chiabrando". El kirchnerismo nunca entendió que cuando no estamos sufriendo como perros, cuando no nos están robando los ahorros, cuando no nos dejan en la calle y nos cierran la fábrica para luego poder vendernos juguetitos chinos que se rompen la primera vez que le das cuerda, no sabemos ser buenos argentinos. (Queríamos sufrir, Néstor; me extraña que un hincha de Racing no entienda eso).
Habrase visto semejante despropósito, querer hacernos vivir en un mundo de (cierta) previsibilidad, sabiendo que este año podremos tomarnos vacaciones y el año que viene cambiar el autito. ¿Qué clase de argentino maricón es capaz de aceptar vivir en ese estado de bienestar, en esa comodidad digna de un francés o (peor) de un inglés? ¿Cómo se cree el kirchnerismo que se inventaron los grandes mitos nacionales: el dulce de leche, la birome, la pastafrola? Aplicando la imaginación ante la crisis. Sin crisis no hay imaginación, y sin imaginación no hay Chiabrando que valga.
Si es necesario, para sufrir y vivir bajo esa cuota de zozobra que nos inyecta adrenalina cada mañana antes de salir a la calle a vender ballenitas, vamos a votar como gobernador de Santa Fe a Del Sel, que tiene los antecedentes exactos para llevarnos a las procelosas agua de la incertidumbre: no es culto, no tiene formación política, no tiene proyectos, y se gana la vida en una actividad en la que ni siquiera destaca; su éxito más grande es disfrazarse de mujer en un programa de televisión, algo que ni siquiera es original porque ya lo hicieron Gasalla y Fontova. Es el candidato ideal para gobernar la segunda provincia más rica del país. Allá vamos. ¡Hay futuro!
Los Chiabrando somos capaces de hacer cualquier cosa para volver a ser lo que éramos. Somos capaces de votar a cualquiera para volver a ser el país que legó al mundo los desaparecidos, los piquetes, las ollas populares, las recetas con carne de gato, las crisis sobre las crisis. ¿Cómo estos kirchneristas imberbes nos querían sacar ese trono? ¿Cómo osaron querer bajarnos de ese podio? ¿Para ser qué, un país previsible donde los Chiabrando se van a trabajar cada mañana, cada viernes salen a tomarse un helado con la familia, vacacionan cada año y de tanto en tanto se dan el gusto de comprarse una heladera nueva o un televisor más grande? ¡Qué aburrimiento, señores!
Chiabrando gauchos, uníos y rompamos con ese proyecto que no quiere hundir en la rutina. Defendamos el miedo, la incertidumbre, sinónimo de la creatividad que debemos desplegar cada día para comer. Y cuando no haya comida de verdad, comeremos mierda, como dijo el gran escritor colombiano. No nos vamos a apichonar, porque si te apichonás te volvés francés, maricón, flojito, kirchnerista. Votemos cualquier cosa que se nos ponga enfrente, no importa quién lo banca ni quién lo defiende. Si es un proyecto donde estén los Barrionuevo, los Duhalde, los Venegas, bienvenidos. Nada mejor que un Chiabrando para estos Chiabrandos.
Y ya sé que también están los Chiabrando que desean que las cosas sigan así, con los obreros trabajando, los investigadores investigando, los pibes estudiando, los argentinos no rajando a trabajar a otro lado; yo los conozco, son ocho los monos. Esos Chiabrando son los verdaderos peligrosos, los argentinos que nos hacen quedar mal en todos lados, porque saben (dicen que saben) lo que quieren y no van a dudar en defenderlo con uñas y dientes.
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