Martes, 27 de agosto de 2013 | Hoy
Por Gustavo Varela y Paul Citraro
(Si no te jode te hablo mientras sigo laburando...)
El que peleaba en la categoría era Avenamar Peralta, el hermano del Goyo. Sí, sí, pero Goyo era peso completo. Hacé una lista de los medios pesados argentinos y vas a ver que no te salta ni un nombre. Salvo el negro Galíndez, claro; los demás, nada. Porque el rey es el de arriba de todo, el pesado, la corona máxima. El semipesado está justo atrás, abajo, por poco, pero no llega. Es una camioneta al lado de un camión. Y no da.
(Cuidado con el agua, no te mojés).
Por más que se empeñe en saltar de categoría, imposible, no llega nunca. Una desgracia nacer así, casi rey, casi el dueño y no dar con la categoría por poco. Había uno en el gimnasio que a los semipesados les decía la joya falsa, porque parecen pero no son.
Y si no fijate lo del negro Galíndez. Dicen que le escapaba al gimnasio, que prefería la joda, por eso no daba con el peso. Y no es que se excedía. Lo que en verdad sucedía es que quería ser pesado. Llegaba al Luna Park en un Fiat 600 con tapizados piel de leopardo: quería ser rey. Tenía todo el gesto de uno que mira desde arriba, no en el medio ni en el costado. El negro era eso, un leopardo en un 600, retacón, apretado, una fiera en envase corto. Como Ringo, también de orgullo salvaje.
Venías con el bidón y el chasis doblado por el peso y el negro te lo manoteaba y te decía con una simpatía que desbordaba: dame pibe, si el que se traga la vida de un sorbo soy yo. Después aparecía Tito, empecinado en enderezarle el estilo. No había caso. El negro le decía que eso era para los que tenían el resorte vencido. Con una derecha de punta alcanza para que se acuerden de mi apellido.
El recto a la pera es como un taxista que te baja el equipaje. Te descargó la historia y no te diste cuenta. Así era él en el ring, te descargaba todo sin que se lo pidas. Pasaron varios desde que Tito le consiguió la primera por el título. Fue con un gringo. Después llegó la memorable, en Johannesburgo, con Richie Kates. Justo ese día de la sangre a borbotones, al Ringo, lo desinflaban con dos plomos como a un Cristo. Tenía 33. Cuando terminó la pelea no le dije nada al negro, guardé el bidón en el armario y dejé la toalla doblada. Después le dijeron. ¿Quién? ¿Tito, el hermano? No me acuerdo. Le dijeron lo de Ringo y se puso a llorar como un pibito. Yo era el del agua y las toallas, qué iba a decir. El negro me miró y me pidió el bidón. Siempre decía que tenía fuego en la barriga. Esa noche tenía un agujero. Los dos, él y Ringo, eran del mismo túnel. Yo a Ringo no lo atendí, pero me dijeron que también era sediento. Al negro le gustaban la Coca Cola, las minas y los autos, en ese orden. Eran gemelos. Hasta hijos de la misma madre: ¿cuántas mujeres se llaman Dominga? Dos, la madre del negro y la de Ringo. No hay más. Dominga, como Perón pero al revés.
(Sentémonos, después sigo)
Tuvo más de veinte autos. Una vez me llevó en la Pagoda. Agarraba el volante de arriba, como si estuviera con la guardia levantada. Tiraba finitos y se reía como nunca. Me dijo que para él andar rápido era como volar. También me dijo que estaba cansado de hacer dieta, que él no necesitaba nada más. "Ya le compré a mi vieja la casa blanca con las tejas rojas". Después de la paliza a Rossman y de los piñazos de los hermanos, ya no quiso más.
A la última pelea yo no fui. Le rompieron la mandíbula porque tenía una caries en la muela. Una caries, imaginate, era un toro y lo volteó una caries. Tan estúpido como caminar al lado del circuito del TC. No digo que al negro le faltaba astucia, tampoco finteaba como Chaplin. Digo que era una pelota fibrosa, un alma ciega jugando al gallito ciego. Y ahí nomás de ser peso completo.
¿Me entendés ahora? Lo aprendí hace poco, después de pasar el lampazo en este museo todos los días, justo donde estamos sentados ahora. Por eso te cuento todo esto.
Tenía soberbia de rey, gesto de rey, todo el imperio sobre su lomo de toro. Yo iba con el agua al lado. Y las toallas; todavía guardo una de la pelea en Sudáfrica. Está pintada con la sangre del negro, parece un cuadro de estos de acá. La iba a llevar al Luna el día que lo velaron, la toalla y un bidón con agua. Pero al final no fui. ¿Para qué? No tenía sentido. Largué el boxeo y me vine para acá, de ordenanza. Ahora estoy rodeado de pinturas. Igual sigo con el agua.
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