Miércoles, 23 de octubre de 2013 | Hoy
Por Javier Chiabrando
Ay, qué emoción, es a mí a quien le toca decidir a quién deben votar los argentinos el domingo. Ya me veía venir que iban a sacar esta contratapa en la recta final de la contienda electoral porque el país necesita a alguien de mi nivel intelectual, gran músico y mejor escritor, y galán argentino en retiro efectivo, que guíe a las masas al destino prometido, cual flautista a los ratones de Hamelin.
Fiel a mis principios republicanos, me sumo a la veda electoral (que no es tan grave como la veda de dólares). Nada de decir Meta Insaurralde, Dale Scioli que son pasteles o Massa déjate de joder con las camaritas, porque se puede ser demonizado por Nelson Castro o Magdalena, que es como morir en vida. Entonces vaya este cuentito aleccionador dirigido a las almas indecisas, a los que se hacen los giles, y a los que lo son.
"Había una vez" un lugar llamado Granja Argentina, que estaba, como toda granja, llena de animalitos de Dios. Entre tantos animales, había un grupete de chanchitos conocidos como los Verraquitos Opositores, que querían sacar del Chiquero Rosado a los chanchos que la ocupaban, que, según dicen, eran malos como las arañas.
Los Verraquitos Opositores probaron todos los medios posibles: soplar el Chiquero Rosado (no resultó, los chanchos no tienen buenos pulmones), piquetes de Lechoncitos Caceroleadores, pedir ayuda a los Cerditos Marines Norteamericanos, o llorarle a la Marrana Lagarde (chancha peligrosa si las hay), que vive en París, en el mismo edificio donde vive la cigüeña que reparte chanchitos por todo el mundo.
Mientras los Verraquitos Opositores estaban dale que te dale, soplando o gruñendo obviedades e incoherencias propias de la especie chancheril, la Granja Argentina seguía adelante con sus buenas y sus malas. La Granja Argentina, más conocida como Chancholandia, era un lugar capaz de generar proezas o dar vida a genios en todas las áreas, y también de aparecer ante el resto de las granjas como impredecible, delirante y caprichosa.
Pero escuchando a los Verraquitos Opositores se tenía la sensación de que en la Granja Argentina todo estaba mal, y que mañana estará peor: el barro más chirle, el maíz más duro y los bebederos envenenados por una variedad mutante de la raza, a la manera de los X Men: el Chancho Perro Moreno.
Los Verraquitos Opositores habían logrado inculcarle a generaciones de cerditos (con ayuda de del Club de Cerditos Periodistas) que cualquier chiquero era mejor que ése. Este cronista, chancho pero no boludo, y Sociólogo Porcino, entendió que la estrategia de los que querían desacreditar a la Granja Argentina era hablar siempre como si a la granja la hubieran construido los otros.
Que el que habla nunca es responsable. Que lo que uno (cerdo o no), hace, dice y piensa, no modifica la vida de los que lo rodean, y menos de la granja toda, tarde o temprano. Y que se puede ser o comportarse como una basura (paraíso de los cerdos), y decir que la basura son los otros.
Traduciendo (porque los chanchos son duros de oreja): a la Granja Argentina la arruinaron los kirchneristas, el FMI, los que votan mal, los que votan bien y los que no votan; y los alienígenas, por qué no; y los chanchos que la habitan se limitan a sufrirla y a poner cara de chancho que va al matadero. De esa forma, todo chancho que no respeta las leyes de tránsito puede quejarse de que el tránsito es una porquería y el que tira los papeles en la calle puede quejarse de que la lluvia tape las cloacas.
Ya lo dijo el Cerdón Franchute Sartre: el infierno es el otro; la presidente de Chancholandia agregó su cuota: La patria es el otro. Yo digo (tema de mi maestría en Sociología Porcina): "el chancho es el otro".
Así se fue construyendo una granja llena de inocentes cerditos que no tenían la culpa de nada. Nadie votó al Chancho Turco que lo Reparió y al Verraco Dormilón de la Rúa; ningún chancho fue cómplice de los Milichanchos Asesinos, ninguno festejó los golpes de estado, nadie evade impuestos, miente ni odia.
Son derechos y humanos desde siempre, son honestos desde siempre, y siempre se preocuparon por la minería y los derechos de los Qom (que en esta metáfora zoológica equivaldrían a los jabalíes), y no aclaran que si un Qom se mudara a su barrio, se irían rajando al country (que es donde viven los cerdos capitalistas).
La costumbre de echarle la culpa a otros incluye a chanchos que tienen o han tenido poder y capacidad de influir sobre la realidad (senadores, diputados, ex ministros) que en campaña electoral hablan como si hubieran nacido ayer y se hubieran encontrado con un chiquero revuelto (por otros, siempre) al que hay que ordenar. ¿Por qué no lo hicieron antes, desde sus lugares de trabajo, de poder?
¿Pueden hablar mal de lo que pasa el Pulcrito Macri, que gobierna la ciudad más importante de Chancholandia desde hace años? ¿Puede rasgarse el costillar el Pigie Terragno, que fue ministro de ministros, o Carrió que prácticamente nació siendo diputada, o Lousteau, Alberto Fernández y Massa que fueron ministros?
¿Puede Binner escudarse en problemas del pasado de la provincia habiendo sido el que en el pasado tenía el timón? ¿No pudieron cambiar las cosas con el poder que acumularon en su momento o son también responsables del caos que denuncian? Enigma porcino, si los hay. ¿O será que cuando tuvieron la posibilidad hicieron una chanchada detrás de la otra?
Así como ciertos dirigentes verracos intentan hacerle creer al resto de Chancholandia de que cada cosa que anda mal es culpa de otro, hay una gran cantidad de cerditos votantes que olvidan (lo que en la jerga chancheril se llama hacerse el chancho rengo) que si sus cosas mejoraron (más trabajo, inserción, chiquero y barro para todos, taza de leche y marlos garantizados), también fue por la gestión de otros, de los chanchos a los que decidieron darle el control de la granja.
Es que los cerditos (pedigüeños sin límite; cualquier día van a pedir que se los trate como a seres humanos; y de clase media) quieren casa, trabajo y comida; pero cuando la tienen, ya andan pidiendo marlos de caviar, chiquero en Punta del Este y porcidólares (que no necesita porque el maíz se paga en pesos o se trueca por mandioca).
A veces es más fácil entender el ciclo reproductivo de las ballenas. Y colorín, colorado, este cuento se ha terminado.
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