Miércoles, 6 de noviembre de 2013 | Hoy
Por Víctor Maini
Nunca lo había visto tan enojado a don Basilio como aquella noche. Sin dudas, el discurso de un joven nuevo en el barrio, publicitando una escuelita de fútbol fue lo que lo afectó. Palabras como disciplina, tácticas, conducta, representante, dólares y Europa fueron demasiado. "El fútbol es un juego, no un negocio. Asesino, ustedes lo están matando", fueron los primeros gritos del viejo. "Le cortan las alas a los pibes, no quiero jugadores normales, no quiero máquinas, devuélvanme a los locos, a los artistas, a los creativos...", siguió gritando. La aparición en escena del mozo con un vaso con agua y una sublingual no sé si evitó un ataque de presión, pero sí abortó el debate. Hubiera apoyado la postura del hipertenso, cómo no hacerlo si jugué al lado del loco Adrián. Había quienes lo llamaban morfón, egoísta, comilón, por lo individualista, pero nos ganaba los partidos él solo. Me trataban por lo menos de ingenuo, cuando me acercaba lo más posible a la jugada, pero lo hacía para no perderme detalles de su obra, jamás para intervenirla.
El alarido disuelto en la sangre no siempre sube a la garganta para ganar la luz. En pintores, escritores o artesanos baja por las manos y baja más aún en algunos jugadores de fútbol, sólo en aquellos que tienen la delicadeza de no pisarlo. Adrián era uno de ellos. No sólo era distinto dentro del campo de juego, afuera también veía las cosas desde otro lugar. La tarde en que nos tapó el sol un enorme camión amarillo con la inscripción "Mudanzas Botta e hijos", el delantero reflexionó en voz alta: "Pobres pibes". "¡Qué pobres, nacieron con la vaca atada!", contestó Fernando, quien siempre pensó con el estómago. "Puede ser, con la vaca atada y la vocación maniatada", completó el futbolista, para agregar después que todos nacíamos con un don, una necesidad de expresarnos, que todos éramos artistas en definitiva o por lo menos teníamos derecho de abrirnos nuestro propio camino. Ninguno de nosotros dudaba en que Adrián jugaría en primera, que era cuestión de tiempo, salvo algún accidente. El accidente fue el técnico, con quien chocó frontalmente en su forma de sentir el juego. No se probó en otro equipo, el sueño era con una sola camiseta. La muerte de su padre llevó a que su madre se declarara incapaz para todo servicio. Tuvo que salir a trabajar y a pasear por los médicos a su progenitora. "Mi vieja, en realidad sufre de capitalismo. Es decir no tiene cura, pero que voy a hacer, me convertí en el Demidi de los mares de polenta" dijo alguna vez. No se lo vio más por la canchita. Decían que andaba mal, que hablaba solo.
Siempre supe que hablaba con su amigo invisible, al que un día le dio forma de cuerpo de mujer, le agregó seis cuerdas y comenzó a escribir y cantar canciones por las peñas y reuniones. Era el mismo grito, que esta vez, escapaba por su boca. Cada vez que lo veo, me acerco a él con la misma admiración, esperando alguna jugada, alguna pintura. Creo que siempre lo supo. La última vez que anduvo por el barrio, me confesó; "La vida es básicamente irónica, ahora veo fútbol para combatir mi insomnio, no me sorprende, sé lo que van a hacer con la pelota, el artista desaparece cuando deja de escuchar su voz interior, cuando se convierte en máquina de correr, cuando hace lo que le dicen. No llego a los veinte minutos que me quedo dormido profundamente. ¿Pero sabés una cosa, flaco? Hay veces en que sueño el mismo sueño de pibe, con jugadas perfectas que terminan en gol y una enloquecida carrera hacia una tribuna que se viene abajo mientras me beso la gloriosa casaca. En la vida lo mejor que te puede pasar es que se te cumplan los sueños, pero hay algunos tan hondos, tan profundos, que es bueno que nunca se conviertan en realidad, para que siempre, pero siempre, sigan siendo nada menos que eso, un sueño.
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