Martes, 12 de noviembre de 2013 | Hoy
Por Paul Citraro
Victor Wooten es un punk sin saberlo. Es decir, alguien que privilegia el sentido por encima de la obra musical. La puesta en vivo de uno de los virtuosos más extraños del satelital mundo del jazz. Todo lo que hace Wooten, es camino de cornisa; desde la curiosidad del método hasta el uso de la técnica del double thumb --técnica del doble pulgar creada por el bajista Stanley Clarke-.
Desde la apertura del concierto, Wooten y su banda se encargaron de arrancarle el corazón al público rosarino para luego ir abriendo las aduanas de los géneros y tirar el ancla en los puertos del funk, el pop y el jazz. Aun así, no se conformaron con despojarlos del mundo y del cuerpo sino que, además, se propusieron hablar nuestras palabras, vendernos las creencias y ordenarnos lo que deseábamos. Poco a poco, el cuarteto que secundaba a Wooten, se sumaba a este incendio escénico para sabotear las reglas que la cultura jazzística dice; no se puede cantar, bailar y ejecutar virtuosamente el instrumento al mismo tiempo.
A esa altura de la celebración colectiva, el público que colmaba las instalaciones del teatro Plataforma Lavarden, estaba en otro lado. Aceptando las formas y desplazando los propios límites de frontera. Y aquí sucede lo que llamamos concepto; tal como aseguró para éste medio días atrás el bajista; "la música está viva y en constante cambio. La clave pasa por seguir expresándome a medida que voy cambiando". Bajo esas premisas aparecieron los lucimientos personales de cada uno de los músicos de la banda y especialmente el de Elijah Reginald Wooten en guitarra, el Big Brother. Aunque no por ello perdiendo el sentido de la lógica de lo que debe ser realmente un show: un entretenimiento.
Promediando la función, Karlton Wendell, el pianista, puso en juego una bellísima composición propia para darle paso a la coda que sumaría lentamente a cada uno de los integrantes de la banda en un cerrado y fervoroso aplauso. Se abría otra puerta y entraba al juego la notable cantante Krystal Marie Peterson para el lucimiento en los modos interpretativos más que sus dotes vocales. Igual, exquisita, un punto y coma del relato colectivo y también uno de los momentos más luminosos que logró alcanzar en la noche; Overjoyed de Stevie Wonder.
Esa amplia combinación de circunstancias, literalmente disolvió el sentido del público que le dio licencia al bajista para realizar un extenso, demasiado extenso solo de bajo. Y la discontinuidad terminó siendo una noticia paradójica. Aparecía la consideración reunida y cada uno se llevaba su porción de pizza. Toda la negritud de tradición presentada en envase damajuana, un trago para cada y una porción de interpolaciones vestidas de Beatles, James Brown y Sly Stone. Los finales no fueron otra cosa que una explosión de vitalidad musical y delirio del público.
La demostración de Wooten y compañía será difícil de empardar. Desde su arqueología del saber a las formas técnicas de ejecución. Qué importa si realizó su tradicional slap funky o martillado. Nadie lo reclama.
En apariencia ese símbolo del yin y el yan que lleva marcado en sus bajos con piezas de ébano y acebo, no son otra cosa más que la consistencia y los riesgos musicales que suele tomar. Es su paleta contra el mundo, la libertad del amarillo frente a un cielo innecesario. Acaso el arte de Wooten no sea otra cosa que ubicar la locura en el lugar correcto.
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