Sábado, 30 de noviembre de 2013 | Hoy
Por Miriam Cairo
Vine porque mi corazón apenas se mueve, dijo.
Tratá de levantar una mano, dije.
Se me cae sobre las rodillas, dijo.
Algunas cosas ciertas son menos determinadas, dije.
No me cansaba de ver la aparición que eras, dijo.
Otro hubiera dicho: te extrañé.
No soy otro.
Lo sé, dije.
Vine porque me dijeron que aquí estabas.
Siempre vengo cuando la luna me llama o sospecho que un corazón apenas se mueve.
Qué dulzura, dijo.
Ahora se te mueve?
Qué?
El corazón, dije.
Ah, sí, dijo.
(Pausa)
Todo se mezcla, movimiento, quietud, organismos, cualquier tipo de idea, dije.
Sí. En otros lugares el universo no funciona demasiado. Por eso vine y porque me acordé de lo que habías dicho.
Te equivocaste de recuerdo, dije.
"Quiero vivir con un temblor constante en la frente", repitió.
Nunca lo pude olvidar, dije.
Esas palabras prometen.
Como verás, no he dejado de ser demasiado afirmativa, dije.
Me gusta que sueltes el hilo.
No lo puedo evitar.
Todo el tiempo te estuve buscando, dijo.
No se te quita la mala costumbre, dije.
No, por fortuna, dijo.
(Pausa)
Podremos alguna vez no encaminarnos hacia lo que deseamos? , dije.
Consentirnos es nuestro destino, dijo.
Qué tranquilidad.
Sí. Cuánta agitación y al mismo tiempo, qué tranquilos.
De nuevo estás en buenas manos.
Yo estaba solo aun estando acompañado, dijo.
Al estar con otros a veces ni siquiera podía estar conmigo, dije.
Buscaba la dicha hasta en los abismos.
Mientras estemos juntos la dicha nunca se curará de nosotros.
Demasiada suerte hemos tenido al encontrarnos, dijo.
Y al perdernos, dije.
(Pausa)
Yo tenía la casa llena de gente pero cuando cerraba los ojos no veía a nadie, dijo.
Muchos no ven cuando cierran los ojos, dije.
Sí, me comentaron.
A menos que una gran sabiduría se desencadene, el hombre moderno es muy concreto.
Ajá, dijo.
Sí, y una mujer huele un falo en desuso a cien metros a la redonda, dije.
Eso que las mujeres llaman falo es un exilio, dijo.
Yo guardé una postal de tu exilio.
Me preguntaba si tu verbena no era más que una ilusión, cuando estaba con ellos.
Mi verbena existe.
Tu verbena --dijo.
Ninguna bobada es tu exilio, dije.
Mi exilio se endurece cuando rememora tu hierba.
La foto de tu exilio siempre fue lo primero que guardé en mi equipaje.
Aunque a veces me aburra, yo sigo desnudándome frecuentemente, dijo.
Hasta hace unos minutos yo también estaba desnuda, dije.
Ojalá me nombre.
Ha cambiado.
Que tu verbena me nombre.
No dirá nada.
Me gusta mi nombre cuando lo dice tu verbena y me gusta tu verbena cuando dice mi nombre, dijo.
No me conmuevas, dije.
A mí tu recuerdo me mantuvo conmovido.
Vos le enseñaste a hablar a mi verbena.
Mi nombre, imploró.
(Pausa)
Lo que ocurre esta noche es de esta noche, dije.
Sí, pero dura tanto, dijo.
Es de esta noche y dura tanto.
Decís esta noche porque siempre fue ésta la noche. Y decís nosotros porque siempre fuimos nosotros aunque estuviéramos con otros.
Cosas inexplicables suceden para darle más luz al universo, murmuré.
Diré las palabras que te lleven conmigo, dijo.
Ninguna noche no pensé en tu promontorio, dije.
Había verbenas que no me producían la menor animación.
Habernos perdido fue un modo de no habernos perdido, dije. Y él sonrió.
Tu verbena balbucea, dijo.
Ha extrañado tu nombre, admití.
Por fin mi exilio se acaba, murmuró. Y así fue.
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