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Domingo, 8 de diciembre de 2013

CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA

Cosas raras

 Por Adrián Abonizio

* Durante tres días sucesivos el horóscopo le vaticinó lo que le estaba sucediendo, le advirtío y acertó de una manera espeluznante. Precisiones, formas resueltas, asuntos pendientes, realidades perpetuas. No lo pudo creer aún pero guarda en la mesa de luz aquellos aciertos como un tesoro, como una rareza. A veces el azar coincide con la vida real. Entonces empezó a pergeñar la idea que lo escrito, que la letra impresa es muy, muy poderosa.

* Ve delante mientras maneja una hilera de siluetas acompasadas, todas perfectamente iguales en su andar. Por un instante, hasta no saber quienes son, elucubra que es un ensayo teatral a cielo abierto. Resultan ser chicos de una escuela down y sus guías paseando. Todos igualados en su rítmica, como un arte ensayado a la perfección. En lo raro, en lo extraño, entonces radica la belleza

* El nunca pretendió curar a nadie pero cuando alguien sufría por alguna indisposición se concentraba y le aplicaba sobre la zona afectada sus manos y el dolor disminuía. Luego analizando las borras de los cafés de sus amigos o bien haciéndoles tirar tres piedritas leía cosas que se le ocurrían por haber leído mucho y tener buena voluntad e inventiva. Se maravilló de sus fraudes que no dejaban heridos. "La gente lo hace sola, precisan creer en algo", decía en voz baja mientras se hacía fama de demiurgo en calzoncillos. Y no abandonaba su sitial incómodo por piedad, esa araña idiota de la religión.

* La vida es una cosa rara. Aquí en la zona de muerte la enfermera más bonita y gorda del planeta sostiene las almas moribundas de los machos de la especie con una fe delicada; casi sin hablar les ayuda a morir con amor. En cambio, afuera, donde se baten a duelo por gusto de la manada y no terminan de matar limpiamente, las crueles mujeres con ligas y ponzoña, de palabritas melifluas y sexualidad ardiente, asesinan despacio a los incautos sin que nadie advierta o acompañe a los caídos cuando entran, infartados de mal querer a esa zona donde las gorditas llenas de luz tratan de aliviarles el viaje. Y nadie dice nada. Nadie lo habla. Y ellos siguen muriéndose de amor podrido. Es una cosa rara la vida, sin dudas.

* Tiene una colección de dentaduras de los candidatos que fue arrancando de los afiches cuando la marea eleccionaria estaba a pleno. Las compara y le da un asco residual saber que allí entre su dedos tiene sonrisas perfectas, torneadas con dinero y no se vea ni siquiera un diente encimado, algo natural y no esta estrafalaria colección de sonrisas caballunas, impuestas y ya cadavéricas.

* En una cuadra recorrida por vez primera pudo admirar los altos capiteles con serafines. Los techos acanalados de la iglesia, el pararrayos que al sol era color de la cereza; los nidos altos de las golondrinas y el puente que desde esa perspectiva se veía brillante como una alhaja. "Es la primera vez que descubro esto", se dijo. "Cosa extraña y no siento que me lo perdí, siento que me estaba esperando para descubrirlo justo hoy que cumplo ochenta y seis". Maravillado, se sentó en un banco de piedra que recién descubría y se fue muriendo sin dolor, extrañado de ese momento nuevo.

* Vió a una cucarachita de esas doradas, correr entre los cuadernos y tomando lo primero que tuvo a mano la aplastó. Era el control remoto que al instante se activó y apareció en pantalla un aviso de control de plagas. Tomó el numero, llamó y a los treinta segundos el empleado de la firma le estaba tocando el timbre, pues estaban haciendo una desinfección justo al lado. "Rarezas de la vida". Murmuró, mientras el tipo desenfundaba el arma letal

* "Qué? No te gusto?", ronroneó ella junto a su asiento del auto, mientras la tormenta se abatía sobre los vidrios y enmarcada delante del agua contra el cristal lo inquiría. El no la podía tocar, era de una belleza tan tremenda y tenía más de la mitad de su edad. Era tan águila serena y tan frágil a la vez que prefería mantenerla suelta que aplastarla con el peso de sus cincuenta y cinco años. No la podía, no debía tocarla, no quería. "Qué?, me tenés miedo?", repitió ella. Entonces sucedió que él hablando por primera vez le dió la razón. Le dijo que sí, que le temía.

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