Miércoles, 18 de diciembre de 2013 | Hoy
Por Víctor Maini
El pibe que vende estampitas en el semáforo que está frente el Shopping, sabe que las imágenes de los distintos santos no pierden vigencia, tal vez desde que se opusieran a las reformas de Lutero, que vienen dando sus frutos. Ya dentro del establecimiento puedo apreciar toda la cultura de la imagen en su esplendor. Una gran mayoría de jóvenes y el resto que aparenta serlo pululan por el lugar consumiendo ansiosos productos en ocasiones inventados por la publicidad, gastando hasta el límite sus tarjetas de crédito en ofertas y promociones. De tanto en tanto concurro para comprobar que las cosas allí expuestas en gran parte no las necesito estando separadas, menos aún si las juntan en un mismo espacio, que no son caras, mas bien no tengo dinero para adquirirlas y sobre todo para medir el tiempo de resistencia en el sitio, generalmente similar al que consumía para recorrer el largo de la pileta del club Echesortu por debajo del agua. Para contrarrestar dicha experiencia acudo al mercado de Pulgas de calle Rivadavia. Los objetos en exposición actúan como disparadores en cada un o de los asistentes, no ofrecen soluciones ni confort, carecen de códigos de barra y precio sugerido. Una radio Tonomac Súper Platino me hizo revivir noches enteras escuchando radio Moscú por onda corta, con un trueno naranja rememoré tardes de carreras de autitos en la vereda, pero lo que detuvo mi marcha fue sin dudas, la armónica de Pederssoli. La magia de su sonido me llamaba desde las raíces expuestas de aquel plátano centenario que servía de silla para el músico con manos de arquero. El me enseñó que la armónica no era un instrumento, más bien era un respirar con sentimiento. Decía imitar a los pájaros a quienes había jurado mantener su canto vivo por las noches y en épocas de cambio de plumaje, momentos en que enmudecían por completo. Conocedor como pocos sobre aves nacionales, me confesó que alguna vez tuvo como cien ejemplares enjaulados, pero dado que la comprensión corresponde a un estadio superior al del conocimiento, el día que los entendió, los liberó. Según los vecinos más viejos, el músico había sido un gran arquero en su juventud defendiendo los colores de Rosario Central. Todavía pisaba el verde césped, pero como comisario deportivo. Una tarde me perdí de ver un gol de Gramajo por mirarlo a él, su postura inmutable al borde de la línea de cal, aguantando tanto las burlas de algunos plateístas como los goles de su equipo favorito sin exteriorizar ningún sentimiento me llamaban la atención, era como un Buda de barrio para mí. Me gustaba escuchar su voz familiar por la radio cuando al término de los cotejos era el encargado de informar el resultado final de los mismos. Tenía algo de poeta, algo de filósofo, se tomaba todo el tiempo para contestar, usaba siempre la palabra relativo. De pibe, cuando calcaba mapas con tinta china y jugaba con soldaditos de plomo en el patio de su casa, el mundo le parecía infinito, de grande vestido de soberbio creyó que tomándose dos aviones se podía estar en todos lados en poco tiempo, de viejo volvió a sentir al planeta tan descomunal como antes y sintió que le sobraba para vivir la circunferencia que encerraba su árbol. "Es todo relativo, pibe, con el arco pasa lo mismo, siempre midió siete metros de largo, pero es según cómo uno lo vea", terminaba su pensamiento. Me dijo también que el arquero siempre estaba muy expuesto, muy solo en su tarea, pero que lo había templado para la vida: "en los momentos mas importantes siempre estamos solitos con nuestra alma, pibe, es decir en el fondo todos somos guardametas". Parecía delirar cuando contaba que el hombre había bajado de los árboles en busca de comida pero se había enamorado de la pradera, del valle, de la llanura, que ese era el sentimiento que sentía cuando pasaba los noventa minutos sentado al borde de la cancha, y se animaba a asegurar que esa era la causa por la cual el hombre puede estar horas mirando deportes sobre un manto verde. "De todas formas es mejor que se distraigan con el juego y no mirando y haciendo la guerra en campos de batalla, pibe". Todas estas imágenes pasaron rápidas y nítidas como sólo puede proyectarla una mente humana, un minuto antes de preguntarle al expositor cuanto pedía por ese pedazo de lata agujereada. Me pareció excesivo el costo y se lo regateé a la mitad, accedió como buen vendedor aunque creo que no me entendió cuando le dije que en otoño, las armónicas bajan de precio debido a que el cardenal copete rojo está en pleno momento de cambio de plumas.
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