Jueves, 19 de diciembre de 2013 | Hoy
CONTRATAPA › EL BOTE
Por Beatriz Vignoli
--No tenían otra foto?
--Bueno, mirá... --empieza a explicar con calma el jefe de redacción y ahí es cuando el editor responde que está bien, que no importa. El Atopiano replica un poco sus trabajadores y el jefe de redacción se parece al anterior: Santiago Puente, alias el Gato, fallecido hace diez años en circunstancias no del todo aclaradas. La foto que mandó la familia del fotografiado es de un intimismo casi obsceno de tan tierno.
--Pero esto es pornografía. Zoofilia --se encarniza, ya en broma, el editor.
Ahora todos queremos ver. Y vemos: al doctor Cachorro, alias el Perro, en remerita en el jardín del fondo de su casa, sentado en el césped, con unas hiedras de fondo, dándose besos de lengua con Rulfo, que así se llama su perro. Remerita no. Chomba, porque ni siquiera en el fondo del jardín pierde la compostura. Color: verde nilo. El punctum de la foto, su eje semiológico dijéramos, es la lengua ancha y rosada del trompudo animal, lamiendo la barba del amo como si fuese el pelaje de otro perro.
"Hallan muerto a abogado desaparecido", dicen los mezquinos 36 caracteres del titular sin margen para artículos ni pretéritos ni encuentros. En la redacción, las ocurrencias arrecian: crimen pasional? Lo mató el perro! Y yo salgo huyendo de ahí porque mis compañeros no saben y yo no puedo hablar de lo que había entre nosotros.
Antes de empezar a perder la forma humana, las raras veces en que hablaba cuando aún hablaba, el Perro era un conversador lleno de humor cínico y de ingenio. Lo recuerdo saliendo de la ducha y echándose debajo del ventilador de techo. Siempre había un ventilador de techo, encendido, en esos lugares y él parecía encontrar un placer extra en el permiso de humedecer las sábanas; total, después las lavaban. Echado ahí, demorándose antes de la salida y la vuelta a la corbata y la cara de perro, hablaba:
--Te regalo un bichito de mi criadero, Elena. Te vendría bien uno. Dejate de joder con esos gatos pulgosos. Con un perro lo suficientemente grande no necesitás casarte ni formar una familia porque total ya tenés algo de cuarenta kilos que te quiera. Eso no tiene precio. A mí mi perro me toma muy en serio como mamífero, si vos vieras.
--Por qué no anotás todas esas frases y escribís una novela?
--Porque las vidas de los artistas son trágicas. No debe haber nada más trágico que ser artista. Vivís dependiendo del gusto del público y de la opinión de los críticos, como los héroes de las tragedias clásicas antiguas, que estaban a merced del capricho de los dioses. Esa nube caprichosa que es la opinión de los otros determina tu valía y tu ser. Tu ser y tu valía dependen de esa nube que es completamente impredecible, como quien dice: "los mercados". Y no importa lo que hagas o dejes de hacer, no podés predecir...
--Mirá, yo soy crítica de arte y me consta que no es así, que la calidad de la obra del artista es un factor determinante.
--Calidad que determinás vos con tu opinión. Ja, ja, te gané.
--Ahora de bronca te voy a hacer cosquillas.
--No, no! Cosquillas no!
--A cuántos artistas trágicos conocés?
--Mi primera mujer. Era poeta. O lo había sido. Nos conocimos en un puente.
--En un puente?
--Ella miraba fijo el agua del río. Casi se tira.
--Al Sena?
--Al Moldava. El Sena hubiera sido cursi.
--El Moldava es cool.
--Sí. Yo la abracé, a pesar de que recién la conocía. Encima estaba buena.
--Hijo de puta.
--No, boluda, la salvé! "Nadie me toma en serio", lloraba y me decía.
--Y vos la tomaste en serio?
--No, pero le mentí durante varios años de un modo bastante verosímil.
--Hijo de puta. No era un juez, era tu mujer.
--Y bueno.
--Y vos nunca escribiste nada?
--Ya te dije. No quiero que no me tomen en serio. Los poetas tienen un grave problema. Además de que dependen tanto de la opinión ajena, tienen el problema de que, por un lado, los demás poetas no los toman en serio como poetas; por otro lado, los demás seres humanos que no son poetas no los toman en serio como seres humanos porque son poetas. Algo en la condición del poeta lo inhabilita a éste para ser tomado en serio por sus propios congéneres. Ignoro qué. Pero es así. A mi primera mujer le pasó.
--Y la segunda?
--La segunda qué? Ah. Por eso. Como te decía. Comprate un perro, Elena?
--Ya tengo uno.
--Guau!
Así hablaba el Perro cuando hablaba. Después comenzó a perder la forma humana. Una enfermedad, decía él. La describía con términos médicos pintorescos, que sacaba de Internet o de las lecturas de novelistas decimonónicos de su juventud. Una enfermedad decimonónica, por sus descripciones: "Me he convertido en un manojo de reflejos instintivos", decía y yo no le creía, no lo tomaba en serio, aunque un día lo vi comer y me asusté. Comía como un perro. Había perdido los modales humanos. Supuse que se trataba de alguna voracidad bulímica; en vano traté de adosarle categorías clínicas del siglo veintiuno. Era un mal que al parecer venía persiguiendo a su estirpe desde hacía doscientos o trescientos años. Lo traían de España. Según él, Pío Baroja había escrito sobre uno de sus bisabuelos; Pérez Galdós, sobre uno de sus tatarabuelos. Les agarraba, así, un día. No de golpe; de a poco, era como que se animalizaban. Por eso los apodos. Por eso los suicidios. Había habido una serie de suicidios entre sus ancestros: un linaje maldito. Por eso el apellido, surgido también de un apodo. Y por eso la coincidencia entre los apodos y los apellidos. Para mí todo eso era realismo fantástico o realismo mágico de aldea novelesca, de aldea literaria. Muy Jekyll and Hyde, muy plaga zombi, muy literario y cinematográfico para ser verdad. No le creí.
--Cuando dejó de describirse dejó de hablar.
--Los médicos forenses no encontraron huellas de resistencia en su cuerpo.
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