Sábado, 1 de febrero de 2014 | Hoy
Por Miriam Cairo
Ayer por la tarde fui a casa de mi amiga dragona. Se encuentra mejor. Gracias al medicamento que aumenta el umbral del dolor, puede atender el teléfono.
La hermosura siempre me sorprende. Ya sabía yo que prescinde de los tamaños y de lo posible. Ayer descubrí que, a la hermosura, también se le da por no recibir a nadie, y que a veces se limita a ser como es, a estar como está, nada más.
Cualquiera hubiera podido decir que mi amiga dragona estaba muy pálida y que esa ausencia de color contrastaba con el resplandor de su mirada. Allí se producía el misterio. Todos los colores del mundo que estaban desaparecidos se encontraban en sus ojos.
De nuestras conversaciones recuerdo pocas cosas pero no olvido el movimiento que desnudó, primero, el seno izquierdo, después, la cicatriz en el costado derecho.
Ahora que tengo una sola, se me ha puesto vanidosa, dijo mi amiga con dulzura dragona. Es la teta más hermosa que haya visto, confesé. Es un teta única! agregó ella, con sagacidad dragónica.
Ya sabía yo que la hermosura no mezquina burbujas ni delirios, ayer descubrí que también goza de una dulce maldad privilegiada.
El medicamento que le ha dado el doctor Cuevas ha suavizado las punzadas rítmicas de los latidos del corazón, ha mitigado la rusticidad del aire que ingresa desde la nariz hasta los pulmones y le permite estirar la mano, tocar la tecla send, atender el teléfono.
Luego de hablar con el amante, de decirle sí, sí, de repetirle estoy bien, estoy bien, de prometerle en unos días, de convencerlo mucho mejor, quiso tocar el piano. No hay caso, contra todo pronóstico, los amantes, aman.
Siempre pensé que la hermosura tenía todos los sonidos. Ayer descubrí que también puede prescindir de ellos. Las teclas del piano estaban duras como el miedo, entonces mi amiga hizo bromas que nos dieron más miedo, y nos reímos de tanto terror, como cuando jugábamos al juego de la copa o cuando nos trenzamos en franca lucha contra el ladrón de carteras que no tuvo más remedio que sacar la navaja y tajearnos el coraje a las dos.
Las notas que no salían del piano, existían en un espacio interior de los dedos adormecidos, precipitándose hacia el silencio. Mi amiga se tomó todo el tiempo del mundo para considerar y reconsiderar esas valiosas notas cuyos sonidos se guardaban.
La hermosura es una mujer que convoca músicas que nos separan de la noche y del día, y nos dejan sin tiempo, nos libera de ser las cosas que no somos, y da movimiento a nuestro ser más sereno.
Las teclas del piano estaban retraídas entre sí, como los hombres. Todo lo claro, todo lo cercano, todo el alarde del viento y de los jardines, todas las vigilias musitando en lo oscuro, componían una melodía tenaz que dividía la eternidad en minutos y multiplicaba los minutos hasta la eternidad.
Charlamos. Me habló de ciertos autores. De ellos pasamos al tratamiento. Del tratamiento al amante. Del amante a los resultados de los estudios. De allí otra vez al amante. Por un momento la hermosura pareció cortar el hilo del dolor y mi amiga quiso intentarlo de nuevo. Llegamos a la conclusión de que haría falta un frasco completo, con doctor Cuevas incluido, para llegar siquiera al solfeo.
El regreso a la habitación fue largo, largo, largo. Siempre pensé que la distancia tenía una relación cercana con el tiempo. Después de uno, dos, tres, cuarenta y cuatro pasos regresamos a la habitación. Siempre supe que la hermosura es hermosa sea de pie, sea acostada en su lecho. Y que es propensa a creer en lo increíble, a resistir, a triunfar.
No sé si todos se habrán dado cuenta, pero ayer el umbral de la hermosura estaba a ras suelo.
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