CONTRATAPA
› Por Manuel Quaranta
A mis sobrinos Mirko y Simón para que, recién nacidos, nunca caigan en la tentación del olvido.
"Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego".
(Juan Gelman, discurso leído en la entrega del premio Cervantes, 2007)
No. No existen dos demonios: "Durante la década del 70' la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países". No. Nunca existieron. Ni siquiera uno. O en todo caso, el máximo peligro que puede brotar desde las tenebrosas tinieblas del infierno es el de la pérdida de la memoria, más terrible que Dios, ella, la memoria, en su extrema volatilidad, con sus hilos invisibles que tejen y destejen los recuerdos sin ninguna pasión, o con pasiones ocultas e incontrolables, sobre todo para quienes, por las noches, a solas, pretenden olvidar.
Pregunto: ¿Qué mecanismos defensivos utilizan muchos de los que participaron activa o pasivamente en aquellos convulsionados años para alcanzar un imposible olvido? ¿Qué ausencia los rodea, "como la cuerda a la garganta", el mar al que se hunden? ¿Qué afectos corrosivos e insuperables rasgan la existencia del desmemoriado? "¿En qué hondonada esconderé mi alma para que no vea tu ausencia que como un sol terrible, sin ocaso, brilla definitiva y despiadada?".
Un desaparecido, brilla, sol terrible, sin ocaso, despiadado. ¿Dónde guarecerse del recuerdo de una mirada? ¿En qué caverna obtener la sombra redentora? En ninguna. No. Hay un desaparecido que vive en cada uno de nosotros, pese a los malabares cotidianos para rechazar la tristeza de esa ausencia. El desaparecido es despiadado porque impide, a cada paso, el olvido.
1979, año de mi nacimiento: "En tanto esté como tal, es una incógnita el desaparecido, si el hombre apareciera tendrá un tratamiento x y si la desaparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento tiene un tratamiento z, pero mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo, está desaparecido". Ni muerto ni vivo, el desaparecido, desde las penumbras, alumbra, con su brillo, sin ocaso, a cada uno de los corazones que siguen latiendo en la culpa, la irresponsabilidad o la ignorancia, alumbra buscando la salida de la cueva para, por fin, conquistar la muerte que se le viene negando desde hace 38 años.
"Todo se lo robamos,/ no le dejamos ni un color ni una sílaba:/ aquí está el patio que ya no comparten sus ojos,/ allí la acera donde acechó la esperanza.
Hasta lo que pensamos podía estarlo pensando él también;/ nos hemos repartido como ladrones/ el caudal de las noches y de los días" (1)
¿Devendrá, alguna vez, muerto, el desaparecido? ¿30.000 desaparecidos son 30.000 muertos? ¿30.000 muertes? ¿30.000 remordimientos?
"Libre de la memoria y de la esperanza,/ ilimitado, abstracto, casi futuro,/ el muerto no es un muerto: es la muerte" (1).
¿Qué otra marca sino la muerte indeleble dejó en el cuerpo social el 24 de marzo? Uno tiene el derecho, sin duda, de intentar borrar la marca perdurable de la muerte, sin embargo, lo irreparable del acontecimiento impide que las marcas desaparezcan definitivamente, siempre se está escribiendo, como en un palimpsesto, sobre un sustrato común: el recuerdo de la ausencia del otro.
"No habrá sino recuerdos./ Oh tardes merecidas por la pena,/ noches esperanzadas de mirarte,/ campos de mi camino, firmamento/ que estoy viendo y perdiendo.../ Definitiva como un mármol/ entristecerá tu ausencia otras tardes" (2).
La muerte, desde el 24 de marzo de 1976, sistemática, cívico-militar, pincha a cada uno de nosotros en el nombre de trabajadores, estudiantes, profesionales, militantes, bebés. La muerte, inconmensurable, dice cada año presente, por un ausente.
"Si para todo hay término y hay tasa/ y última vez y nunca más y olvido/ ¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,/ sin saberlo, nos hemos despedido?"(3).
(1) Remordimiento por cualquier muerte, por Jorge Luis Borges
(2) Despedida, por Jorge Luis Borges
(3) Límites, por Jorge Luis Borges
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