Martes, 15 de abril de 2014 | Hoy
Por Gabriela Gervasoni
Supone que más adelante será distinto, que la sensación de vértigo que le toma las puntas de los dedos va a desaparecer. Imagina que se acostumbrará a ver esas manos rosadas, arrugadas, repletas de manchas y con uñas largas pintadas de rosa. Con el transcurso de los días será más natural hablar fuerte, caminar despacio y arrancar palabras de esa voz inaudible. Ahora, mientras la ve ajustarse los pequeños lentes de marco dorado en su cara casi más pequeña que los lentes, la sensación de pudor, vergüenza o miedo no se va. Firmo?, pregunta Begoña mirándolo por arriba de los anteojos. El contesta que sí y que agregue abajo su número de documento. Tengo cédula, Mariano, no tengo documento. Begoña escribe unos garabatos temblorosos que son los únicos números que nunca olvida, junto con los de la dirección de su casa. Todas las otras cifras de su vida se fueron con los muertos. Mariano siente calor, se abre un poco más el cuello de la camisa y respira profundo, tratando de que el aire llegue a su estómago. Supone que más adelante será distinto, pero la sensación de vergüenza o miedo no se va.
Después de tantos años de no atender al público Begoña conserva la costumbre de tener sus uñas muy prolijas y bien pintadas. Decía que por más impecable que uno esté, si el pelo y las manos no están limpios, bien arreglados, ningún cliente vuelve. Una de las primeras charlas que mantuvo con Mariano fue sobre el bar que tenía con su esposo, a dos cuadras de la terminal de ómnibus. Repetía que era un lugar familiar, no era para borrachos ni camioneros. Jesús siempre quiso tener un bar, nos costó tanto ponerlo, pero lo hicimos. El trabajó cinco años de mozo y guardábamos cada moneda para tener nuestro negocio; y cuando pudimos alquilar el lugar y comprar los muebles nos fuimos a comer al centro para festejar, al Hotel Imperio.
El día que hablaron del bar fue un martes que, antes de ir a tribunales Mariano pasó por la puerta de la casa de Begoña adrede, como hacía desde un par de meses atrás. Esa mañana ella recién salía. Mariano estaba ahí, arriba de su auto, circulando muy despacio, justo enfrente cuando la silla comenzó a resbalarse de su mano. Con tiempo para frenar, dejó el motor en marcha y cruzó para ayudarla.
-Déje abuela, déje que yo la levanto --le había dicho. Al tenerla tan cerca le sorprendió lo pequeña que era, no sólo baja de estatura sino extremadamente delgada. La piel tenía las arrugas y transparencia de la gente muy anciana, con las venas como cintas azules.
-Gracias, hijo --respondió ella levantado la cara para mirarlo- Igual yo hubiera podido sola, siempre me pasa. A veces yo misma tiro la silla cuando siento que el brazo no me da más.
--Cuidése, abuela.
-Egunon --respondió ella, que, atenta al asombro de Mariano aclaró- Le dije buen día, en euskera, en lengua vasca. Yo soy vasca, Begoña, encantada.
-Mariano, igualmente.
--Nunca fue al bar Egunon? --inquirió Begoña, sabiendo que era imposible que un muchacho tan joven hubiera conocido el boliche pero segura de que ahí tenía un buen tema de conversación.
Y después le contó algunas cosas sobre el bar. No tomaba mate, pero le hubiera gustado tender esa alfombra en el tiempo que tiran los criollos cuando llega alguien y sacan el mate.
Mariano casi no habló, estaba absorto con la idea de que esa mujer se abriera tanto a un desconocido. Pensando en el enorme terreno que rellenaba el hueco de la puerta entreabierta y que todo sería más fácil de lo que él pensaba subió al auto. Antes de arrancar bajó la ventanilla y le gritó egunon!
Yo le quiero proponer una cosa Begoña, escúcheme porque es fácil y complicado a la vez, esté atenta. Quiero ofrecerle un negocio, algo que le va a mejorar la calidad de vida, es decir, que la va a hacer vivir mejor. No le voy a sacar plata, no soy un estafador, soy un abogado reconocido, gano bien, no me tiene que dar un centavo. Yo le propongo cuidarla hasta el último minuto, como si fuera su hijo o su sobrino, y a cambio, el día que usted no esté más me queda su casa para mi. Usted no gasta nada, no pone un peso, lo único que tiene que hacer es firmar una escritura que antes va a leer y que solamente va a tener valor cuando usted no esté más. Yo me ocupo de todo lo que usted necesite, de la comida, los remedios, pago los impuestos, cualquier cosa que necesite, y a cambio, en vez de dejarle esto al estado, me lo deja a mí. Pienseló, yo no la voy a presionar ni apurar, igual voy a seguir viniendo si usted decide que no, que no quiere, yo le tomé aprecio y voy a seguir viniendo. Pienseló tranquila, consúltelo con la almohada. Yo la cuido, usted me trata como si fuera un sobrino o un hijo y después en vez de quedarle todo al estado me queda para mí y mi familia. Tengo una nena, le dije?, Jose, Josefina se llama, mañana le traigo una foto para que la conozca.
En el auto le bajó la presión, puedo ir en cana por ésto --se repetía-, puedo ir en cana... qué pelotudo.
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