Miércoles, 23 de abril de 2014 | Hoy
Por Manuel Quaranta
"Llamamos libros/ al sedimento oscuro de una explosión/ que cegó, en la mañana del mundo,/ los ojos y la mente y encaminó la mano/ rápida, pura, a almacenar/ recuerdos falsos/ para memorias verdaderas" (Juan José Saer, El arte de narrar)
"En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio". (Miguel de Cervantes, El Quijote)
Puedo prescindir de los libros, pero no de la lectura. Mentira. La frase es falsa (me obsesionan los libros, tengo miles en casa, algunos sin leer, claro), sin embargo, a los fines de este escrito, y con plena conciencia de los cambios tecnológicos que se vienen introduciendo en nuestras vidas en los últimos años, hago como si fuera verdadera relegando, en lo posible, a ese "conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen" (nadie, y menos si posee, como yo, alguna aspiración literaria, sería capaz de sostener el entrecomillado con tanta impunidad), para abrirle camino a la lectura.
Gilles Deleuze, cerca de la muerte ("a mis años, toda empresa es una aventura que linda con la noche"), cita a Samuel Becket en un programa transmitido por la televisión francesa, "L'Abécédaire de Deleuze": "Uno puede ser muy necio, pero no tanto como para viajar por placer". Me permito (nuevamente, a los fines de este escrito) hacer una sutil modificación: uno puede ser muy necio, pero no tanto como para leer por placer. Extendiendo esta lógica, el jugador jugaría con objetivos absolutamente diferentes a la mera diversión (lean a la segunda mujer de Dostoievski): existen fuerzas extrañas, deseos inconfesados (alejados del placer) que nos mueven a leer; por lo tanto se supone que demasiada lectura, y este tópico tiene más de cuatrocientos años, resultaría peligrosa, sobre todo, para nosotros mismos.
Los testimonios al respecto de la amenaza que implica el acto de leer son rotundos. Basta recordar el segundo epígrafe o el pasaje de la novela "La vuelta completa", de Juan José Saer, cuando uno de los personajes, Pancho Expósito, con graves problemas mentales, recibe el consejo de su amorosa madre: "Hay que cuidarse, hijo --dijo la mujer--. No hay que leer tanto. Hay que salir al aire libre".
Idéntica recomendación me dieron mis padres, hace tres o cuatro veranos (cinco, quizás seis; quizás invierno), después de leer el siguiente texto:
"Al proferir Alonso Quijano El Bueno (alias Don Quijote de la Mancha, alias el Caballero de la Triste Figura, alias el Caballero de los Leones, alias don Miguel de Cervantes Saavedra, alias el Manco de Lepanto, alias Cide Hamete Benengeli) la inmortal frase "aquí fue Troya!", estaba pensando en Odiseo (alias Ulises, alias Nadie)?
Cuando Emma Bovary (alias Madame Bovary, alias Gustave Flaubert, sí, no hay error, Flaubert sin temor a ser juzgado dijo en una ocasión: "Madame Bovary c'est moi") leyó hasta el cansancio (por no decir hasta la muerte) las aventuras, pasiones y amores que sus libros le contaban, estaba resucitando el espíritu inmaculado de Alonso Quijano El Bueno (alias Don Quijote de la Mancha, Alias el Caballero de la Triste Figura, alias el Caballero de los Leones, alias don Miguel de Cervantes Saavedra, alias el Manco de Lepanto, Cide Hamete Benengeli)?
Podría haber intuido Odiseo (alias Ulises, alias Nadie) veinticinco siglos antes, luego de matar en Troya, luego de herir al Cíclope, luego de ver a sus amigos fenecer en las manos asesinas, luego de vagar por tierras y mares desconocidos, luego de cometer adulterio a su fiel y tejedora esposa, luego de regresar, luego de volver a matar, repito, podría haber intuido, repito, podría haber intuido, que un humilde y valeroso Hidalgo de la Mancha llamado Alonso Quijano El Bueno (alias Don Quijote de la Mancha, alias el Caballero de la Triste Figura, alias el Caballero de los Leones, alias don Miguel de Cervantes Saavedra, alias el Manco de Lepanto, alias Cide Hamete Benengeli) en el trágico lugar de su Caída, proferiría las inmortales palabras "aquí fue Troya!" teniéndolo en mente a él, a Odiseo (alias Ulises, alias Nadie)?; más aún, podría haber sospechado Odiseo (alias Ulises, alias Nadie), en sus llantos desconsolados, en sus patéticas evocaciones, en sus batallas, en sus banquetes, en sus pérdidas, que una joven, bella y frustrada mujer, veintiocho siglos después de esos llantos, evocaciones, batallas, banquetes y pérdidas, tomaría la trágica determinación de suicidarse por él, Odiseo (alias Ulises, alias Nadie)?
Para el final reservo las preguntas más oscuras: a dos siglos de su trágica muerte, sabrá Madame Bovary que fue un sueño de Gustave Flaubert?; Alonso Quijano, habrá previsto, en sus últimos instantes, hace ya cuatro largos siglos, la posibilidad de ser sólo un invento de Miguel de Cervantes?; el divino Odiseo, será consciente de que su vida fue sólo un pretexto que el ciego Homero soñó? Pero... y si Cervantes fue un sueño de Homero? Flaubert un sueño de Cervantes? Quién soñó a quién? Odiseo soñó a Homero? Emma a Flaubert? Alonso Quijano tuvo pesadillas con Cervantes? O peor aún, no seremos nosotros el sueño que soñó en aquella isla desierta el divino Odiseo? Y si somos la pesadilla de Alonso Quijano? Y si Emma nos confirió en su apasionada mente por unos minutos la existencia? Qué sucedería, amigos, si supiéramos de una buena vez que nuestros más importantes viajes, terrores, amores, batallas, sinsabores, no son sino un sueño que Nadie soñó alguna vez?.
Ignoré la sugerencia familiar; profundicé, traidor, algunos vicios; tomé la decisión, arriesgada, de publicar con la cruel y fiel firmeza de la duda embargando cada escrito: "A mí me enorgullece lo que he leído", sí, sobre todo Borges y Saer, otros padres, elegidos, inventados, aunque, de todas formas, e inevitablemente, yo me vuelva a transformar (como siempre lo hace cada uno de nosotros) en asesino de una herencia.
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