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Miércoles, 21 de mayo de 2014

CONTRATAPA

Al rescoldo

 Por Eugenio Previgliano y Patricio Raffo

Uno

Dícese del rescoldo: brasa menuda resguardada por la ceniza.

Dícese del rescoldo: brasa pequeña que se conserva entre la ceniza.

Dícese del rescoldo: resto que se conserva de algún sentimiento de pasión.

Dos

Qué se quiere decir cuando se dice que la brasa menuda está resguardada por la ceniza? La ceniza la resguarda para que nunca cese? La ceniza resguarda la brasa para que la brasa continúe dando su calor? Las cenizas de lo que fuera fuego? El fuego devenido en ceniza? Ese fuego muerto aún después de muerto, sigue resguardando lo que resta de lo que haya sido?

Tres

La brasa pequeña se conserva gracias a la ceniza? La ceniza custodia la brasa para que perdure con su calor suave como un perfume del fuego que ya no existe?

Cuatro

Sabe la brasa que es enterrada? Sabe, la tierra que la aloja, que la brasa caliente calienta? El lugar elegido ha estado destinado siempre para alojar a la brasa, para alojar al rescoldo? Viene la brasa a ocupar su lugar? se puede pensar un vacío, una falta, al caminar despreocupadamente, dijéramos que al pisar, con indiferencia, la tierra que alojará la brasa?

Cinco

Mallmann sabe de rescoldos. Dice Mallmann que, para cocinar al rescoldo, es absolutamente necesario contar con el tiempo imprescindible. Dice Mallmann que, para lograr el rescoldo, debimos haber tenido fuego de brasa viva y de llama incandescente. Y a mí se me ocurre pensar que para que nazca el rescoldo es necesario que muera el fuego. Y me parece estar escuchando a Mallmann y agrego a mis palabras anteriores: para que comience el rescoldo a dar su calor delicado, previamente, debe haber habido un fuego intenso para que este fuego, parido por las maderas y su ardor, haya dado brasa y que esa brasa haya devenido en ceniza y que esa ceniza se haya convertido en el terciopelo que resguarda lo que queda.

Seis

La brasa no es de interés del cocinero, es más bien su desaparición lo que interesa o, mejor aún, la memoria de la tierra cuando la ausencia de la brasa se hace presente, que del fuego guarda ya no la brasa sino apenas ceniza y rescoldo: sólo el calor fugitivo e inasible que fluye siempre de un cuerpo a otro y cambia a la materia viva según sus caprichos rigurosos e inapelables.

Siete

El que recuerda es --sin embargo-- aún un niño del que se tiene memoria: recuerda un pozo, cavado en la tierra, más grande que un pie pequeño y más pequeño que media pierna. Ahí es que va el fuego, la leña encendida, de madera dura. En La Salamanca habrá, sin duda, mucho más fuego y más leña encendida, pero como aquí no hay diablos, la leña es la justa y se enciende y se consume y se hace brasa y después ceniza, incluso ceniza del caparazón del piche. Pero que interesa no es el fuego, la brasa o la ceniza sino su traza, la memoria que del fuego se guarda: el rescoldo.

Ocho

Al piche, que estaba atado a una estaquita y daba vueltas a su alrededor, ya lo han limpiado y adobado. Con el caparazón peludo sobre la tierra, sobre los restos de las brasas, se lo tapa y, a veces, hay unas tortillas de huevos enormes de ñandú en este atardecer de fábula que en la ciudad --pero el niño lo sabe-- nunca se encuentra ni se encontrará. La Salamanca, sin embargo, se ve a lo lejos en ciertas calles rectas si uno sabe ver a la distancia el horizonte y hay quienes son capaces de aprovechar, ya en la noche, el rescoldo de La Salamanca que llega desde allá lejos, aún cuando no sean niños ni legítimos diablos.

Nueve

El niño se concentra en mirar aunque el rescoldo que habrá de cocinar al piche no se vea, ni siquiera dentro del pozo, en este territorio de recuerdo seco, arenoso, lleno de pies de mujer desnudos y embarrados. El niño ve cómo, sobre la mesa de madera, se sirve el piche, justamente, arenoso y con restos de ceniza, con su barriga abierta a la mitad y al aire, aún disipando el rescoldo de la leña en el rancho fresco. El niño ve al piche sobre la mesa rústica parada sobre la tierra del piso, en el medio justo de los comensales que hacen, a su turno, un movimiento elegante y sonriente. El niño ve a los comensales caranchear el piche. El niño mira como los comensales se llevan a la boca el bocado de piche. El niño observa cómo, antes del bocado de piche, ha llegado a los comensales el rescoldo del humilde fuego y después el aroma. Pero el niño no deja de mirar el bocado de piche. Y en el bocado de piche, el niño, mira el último el bocado de piche que comió Mansilla, cuando a los indios, ya mansos, se los obligaba a mantenerse en el predio que hoy es de la Universidad de Río Cuarto.

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