Lunes, 16 de junio de 2014 | Hoy
Por Dahiana Belfiori
1 de junio:
Recién, mientras tendía la ropa, me vino a saludar un colibrí. Visita la estrelicia, para ser exacta. A mí me gusta pensar que quiere que lo vea y que hable de él, por eso acude a sus flores cuando yo estoy en el patio. Y siento que con él vuela a mi encuentro el amoroso sonido de alguien que me extraña.
3 de junio:
Estoy enamorada. Mi sobrino me hace redescubrir el sabor de una pera cuando tuerce la boca y luego ríe, en un baile interminable entre lo ácido y lo dulce. Le pregunto: está buena?, y él me responde "iinni", moviendo la cabeza de arriba a abajo y abriendo mucho sus ojos. Vivo con él el placer de verlo todo por primera vez.
5 de junio:
Soñé en sepia o en algún tono similar, monocorde. El sueño adquiría por eso una atmósfera ajena que no tenía relación con lo que sucedía, teñido de ese color perdurable de las fotos viejas. La sensación era la de destapar una caja de recuerdos en domingo luego de una larga noche de fiesta, alegre y liviana. Soñé en sepia, como si estuviera extrañando algo. Como si buscara a alguien o me buscara.
6 de junio:
Hay un cansancio del día que se posa sobre los párpados, los empuja a sostener la mitad del mundo. Ésa que todavía es necesario mirar para dormir el sueño profundo cuando se cierren definitivos. Hay un cansancio del día que reza por la noche sin prisas, envuelta en vino o caricia, caída de la mano amada. Hay un cansancio que reza. Rezo.
8 de junio:
Siempre digo que se parece a un gato, y es cierto. Por varias razones. Por ejemplo, rara vez me pide que lo acaricie. Algo le pasa, sin embargo. Es el tercer día que me despierta con todo su cuerpito sobre mi pecho, con sus patas delanteras extendidas presionando mi garganta y sus ojos negros clavados en mi nariz. Cuando abro los míos, lame mi boca y se agita entero al ritmo de su cola. Algo le pasa conmigo. Será que cree que puedo ser confiable? Si es así, no quisiera decepcionarlo.
11 de junio:
Sí, llueve. No, llovizna. Garúa. La mancha chocolate en la puerta de entrada de la oficina registra las indecisiones del cartero y sobre todo las de la vecina que vino a quejarse esta mañana de los autos que estacionan sobre su garaje. La mancha se agranda, se hacen irregulares sus bordes, se mezcla con otras manchas, se oscurece. Como el cielo. Parece que nunca fuera a parar. Es el estado natural de la llovizna, esa sensación de eterna tristeza posada sobre las cosas y las personas, como si la mancha en el suelo fuera su causa y no su consecuencia y lo cubriera todo. Y me alcanzara.
12 de junio:
Ahora el viento es promesa. Hay un borrón de luz amarilla, como si se mirara a través del vidrio esmerilado de una ventana. Se cuela por debajo de dos pesados globos grises. Espero que los mueva, que se los lleve. El viento violenta las puertas de la galería que no dejan de quejarse y sin embargo permanecen en el mismo lugar. Prefiero ser globo, desarmándose, así.
14 de junio:
entre las sábanas
y tu sudor de luna,
mi jadeo infinito
15 de junio:
Sentada en el comedor, una luz amarilla cae oblicua sobre la silla, cubriéndome. La mañana se me hace abrigo sobre la falda. Allí el sol hizo su nido y me amanece una esperanza de colibrí.
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