rosario

Viernes, 11 de julio de 2014

CONTRATAPA

Pachorra

 Por Edgardo Pérez Castillo

"Humildad y trabajo". Pasaron dos horas de fútbol táctico y áspero contra Holanda. Se acaban de ir los penales que nos guiñan una nueva final y ahí nomás, en la cancha, el periodista tira el anzuelo para ver si el tipo engancha y escupe algo de rabia. Pero Sabella no piensa en revanchas ni venganzas históricas: el tipo valoriza la humildad y el trabajo.

Alejandro Sabella fue un crack al que la contemporaneidad no le tiró los mismos centros que a otros talentos. Por caso, el propio Neymar, estrella quebrada, símbolo y esperanza de este humillado anfitrión mundialista, hubiera sido apenas un recambio de lujo en el Brasil campeón del 70, o incluso ése del 2002.

A Sabella lo saben crack en Sheffield, en River y en Estudiantes, que en el 82 lo tuvo como integrante de ese mediocampo de lujo con los talentosos Ponce y Trobbiani, y con un hábil laburante como Miguel Russo. El Estudiantes del que sistemáticamente buscan olvidarse los reduccionistas que pintan al doctor Carlos Salvador Bilardo como un defensor del juego rústico. El brillante Estudiantes campeón que ganó 21 de sus 36 partidos, con 50 goles a favor y sólo tres derrotas. Ahí brillaba Sabella, ese crack al que le tocó en suerte compartir tiempo con el enorme Beto Alonso. Un virtuoso, Sabella, que supo lo que era quedar fuera de un Mundial y tuvo que ver cómo en México 86 la descosía ese petisito ruliento que le ganó el puesto: el Diego, el más grande entre los grandes.

Pasaron 28 años y a Pachorra le tiran el anzuelo encarnado con sabor a venganza, pero el tipo no tiene facturas pendientes. Ni siquiera después de haber sido vilipendiado, burlado, insultado por el mediocre periodismo argentino que ahora se golpeará el pecho y jurará con gloria morir. O por esa raza pestilente de comentaristas virtuales y anónimos, que destilan odio vomitando resentimiento hacia todo aquello que no cuadra con sus míseras existencias.

De pronto, ahora los argentinos queremos ser como la ordenada Alemania, la metódica Alemania, la rigurosa Alemania. Existimos queriendo ser, siempre, algo que no somos. En esa gimnasia masturbatoria de anhelar virtudes ajenas, borramos los valores de nuestra propia historia. Elegimos olvidar que somos hijos de los aborígenes apaleados y los inmigrantes brutos que sobrevivieron aferrados a su mayor virtud: la vocación por el trabajo.

Pretendiendo una herencia que es pura ilusión, esquivamos el laburo y teorizamos sobre cómo poder ser éso que no somos. Tendríamos que ser como los alemanes, repetimos ahora como un mantra mientras tiramos nuestra basura en la calle, cruzamos un semáforo en rojo, le cagamos el estacionamiento destinado a los discapacitados, evadimos lo que pueda evadirse (impuestos, ganancias, la cuota del club). Lo repetimos mientras nos colamos en el bondi o le tocamos el culo a una mina en el boliche. Lo repetimos para olvidarnos que la patria también se construye desde los pequeños gestos cotidianos.

Lo sabe Sabella, laburante silencioso. Lo sabe mientras responde pacientemente, mientras esquiva las chicanas y elabora conceptos que van más allá del fútbol. Habla de solidaridad, de entender al otro. Habla con una honestidad intelectual que deberíamos comprender y replicar. Entre tanta intolerancia, entre tanta defensa de supuestas verdades absolutas, anulamos a todo aquel que piensa distinto. Nos cagamos en intentar pensar como el otro, en escucharlo, en disentir con argumentos. El otro, el distinto, es un hijo de puta. Asunto resuelto.

A Sabella le tiran el anzuelo encarnado con rencor acumulado, revestido del palabrerío barato que etiquetó y desestimó a un proceso de trabajo de años, de meses, de días intensos. Podría entonces recordarnos que la tenemos adentro, pero a diferencia del petisito ruliento (ése de las contradicciones enormes como su fútbol), el tipo habla de humildad y trabajo. Los mismos valores que enarboló como bandera Osvaldo Zubeldía, que heredó Bilardo y que Sabella respeta como hijo adoptivo de una escuela entrañable. Lo sabemos los pincharratas, mientras lo defendemos con orgullo también a la distancia, acá en Rosario, en la redacción de Rosario/12, entre leprosos y canayas que hoy pueden abrazarse en la victoria. Lo sabemos los pincharratas, eligen olvidarlo los detractores.

Le tiran el anzuelo y Alejandro podría subirse al pedestal del triunfo para recordarnos, a todos y cada uno, cómo pintamos con mierda lo que ellos buscaron construir poniendo por encima de todo aquellos valores que heredamos de nuestros indios apaleados y nuestros abuelos laburantes. Los valores que preferimos esconder mientras anhelamos ser algo distinto a lo que somos. Le tiran el anzuelo y Sabella no pica. Humildad y trabajo, carajo.

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