rosario

Lunes, 14 de julio de 2014

CONTRATAPA

Llenando vacíos

 Por Víctor Maini

Las palabras apartadas y alejadas nunca fueron sinónimos para mí. Un pequeño patio lleno de malvones, enanos de jardín y maceteros con forma de cisnes, puede servir de enlace entre las habitaciones del frente de la casa con la piecita del fondo o puede representar también kilómetros de distancia para quien eligió estar apartada de la familia, de la ciudad y del mundo. Cruzaba diariamente esa pampa como un chasqui todos los días, era el correo, el mensajero entre la civilización y mi abuela quien con un cuerpo cada día más pequeño había decidido vivir por y para sus raíces cada vez más profundas. El trato era simple, por cada mandado un Mu-Mu de su caramelera gigante y una fragata o un caballito según la altura del mes. Me gustaba estar en su mundo. Le atendía el palomar que tenía en la terraza a la que ya no podía subir, jugaba con sus cosas y escuchaba sus historias repetidas. Tenía acceso a casi todo de lo que allí existía, excepto a un baúl de madera al que nunca me dejó abrir. Cuando le pregunté que cosas había allí adentro, me contestó "no hay nada, que va a haber..." Pero si esto era cierto ¿por qué tenía candado aquel arcón? ¿Por qué su llave la llevaba colgada de su cuello junto a una medallita de la virgen de Itatí? ¿Acaso tenía razón mi madre cuando decía que era una vieja loca, mala y mentirosa? Con el tiempo, aquella prohibición se fue convirtiendo en obsesión. La adolescencia no viene sola. Trae rebeldía, desobediencia, liberación. Ante mi primer desengaño, aproveché su ausencia para descargar mi frustración. Solté las palomas, comí todos los caramelos, tomé su anís, y pateé con bronca aquél cofre. Volví arrepentido para el día de su cumpleaños con una botella de 8 Hermanos envuelta para regalo. Me recibió como si nada hubiera ocurrido, con el temple de la sabiduría me habló sólo de pavadas. Al pasar, como quien no quiere la cosa, en medio de un discurso intrascendente, me dijo: "La vida es preciosa, que no es lo mismo que fácil. Lo más cómodo es buscar culpables, no conduce a nada ese camino, sólo retrasa el crecimiento. Las cosas son como son...". Agonizó tres días con su cadera rota. Mi padre me dio la noticia en las escaleras del Pami, junto con la llave, la medalla y un recado: "Vos que conocés la cueva como nadie conseguime los documentos y los papeles de la jubilación". Corrí treinta cuadras con el metal incrustado en mi puño. Me temblaban las manos frente al cerrojo mientras mi mente repetía el mismo pensamiento, joyas, dinero, documentos secretos, cambio de identidades, fotos comprometedoras... Nunca pensé estar frente a la mayor sorpresa de mi vida. El viejo baúl estaba lleno de nada. Para no enloquecer llené aquel vacío con mi cuerpo y mojé su piso con mis lágrimas. Elegí siempre caminos apartados, periféricos, lejos del centro y del ruido. Tal vez para no perderme, quizás para no aturdirme. En el fondo de las miradas de las mujeres y hombres que conocí siempre me pareció ver un baúl. Varios con tapa transparentes, otros con doble fondo, algunos con cerraduras oxidadas. Me han desilusionado y he desilusionado. He conocido traiciones y malos pagos, pero nunca me quejé ni busqué culpables, la vida es preciosa...Catalina, una de mis sobrinas nietas es la que más me visita. Carga con dos debilidades, escuchar cuentos y esconderse. Me sorprendió la otra tarde cuando salió del viejo cajón, el cual atesoro restaurado, sin candados, lleno de libros, discos y caros recuerdos, con una foto de doña Emilia en su mano derecha y una pregunta: "¿Abue, y esta viejita quien es ?"

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