Miércoles, 16 de julio de 2014 | Hoy
CONTRATAPA › DIARIO DE VIAJE
Por Beatriz Actis
Después de cruzar el río, la lancha traza una curva y entra en un arroyo angosto, cruza una bandada de chajás, marchando a un ritmo mucho más pausado que cuando partimos del viejo muelle de pescadores, en la costa. En la isla que es nuestro destino hay una escuela flotante, montada sobre una plataforma que se apoya en flotadores y que se amarra a la costa. Es una construcción blanca que sobresale a medida que nos vamos acercando y a lo lejos parece un muelle y, más cerca, un cubo blancuzco. Antes, me cuentan, el maestro vivía en un rancho, la escuela era un rancho; ahora, la escuela, adonde también vive el maestro, no se inunda porque la plataforma sube y baja con el nivel del río. En el aire hay olor a pescado. La vegetación de las islas es baja, se ve ganado que pasta, las tierras de las islas se usan para el arrendamiento, la gente del lugar además de pescar o cazar nutrias, cuida a los animales; por el río, durante el trayecto, veo pasar una embarcación que los transporta. Pregunto qué es aquello que se ve. "Colmenas", dice el muchacho que conduce la lancha. Llegamos y de cerca puedo ver bien la escuela de madera que flota sobre el arroyo. El muchacho tira la amarra. Nos observan cinco o seis chicos y un maestro, todos llevan guardapolvo blanco, que a los chicos les quedan ajustados. El maestro es amigo del muchacho de la lancha, tiene su edad, una vez por mes cruza al pueblo de la costa para cobrar y comprar alimentos, garrafas y otras provisiones. En la isla no hay electricidad ni gas ni agua potable, el maestro se comunica a través de una radio con banda marina con los barcos acopiadores de pescado. Demora mucho tiempo en llegar a tierra firme cuando cruza en canoa, con las compras cargadas al hombro, y tarda menos si la gente del pueblo lo trae o lo lleva en la lancha cuando hay turistas que quieren recorrer la zona de islas o que van a pescar y a cazar. Los alumnos vienen a la mañana a clase y después de almorzar ayudan a los padres con la hacienda o con la pesca, muchos faltan a la mañana y recuperan las clases por la tarde, algunos se quedan a dormir en la escuela porque viven en islas alejadas. Pero sus familias migran para buscar trabajo, en general van detrás de la pesca, y antes, las escuelas construidas sobre pilotes, incluso si no eran tapadas por las aguas, muchas veces se quedaban sin alumnos. Pienso que puedo ver una clase bilingüe dada por un maestro toba, pero este maestro no es toba. A la escuela a veces llegan memas, que son intérpretes y a la vez conservadores de la lengua toba para que los alumnos aprendan en su idioma, pero ahora hace tiempo, me dice el maestro de ahora, que no llega ningún maestro intérprete porque los últimos tobas migraron hacia otras islas, aunque -dice-" tal vez algún día vuelvan". El maestro tiene la piel curtida por la intemperie y el paso del tiempo, por la lluvia abundante de las islas y el sol inclemente. Hablamos apoyados en un árbol, dice que hace ocho años que trabaja aquí ("Casi todos los pescadores jóvenes que viven más o menos por la zona fueron mis alumnos"), antes daba clases en una escuela rural a treinta kilómetros del pueblo costero, "en tierra firme", dice, y en tanto los chicos juegan a las bolitas y uno patea una pelota vieja. Uno de ellos, que hasta recién jugaba a las bolitas, se acerca y me pregunta por la cámara digital que llevo colgando de una correíta en la muñeca. Dice. "Eso es para sacar fotos? El maestro un día trajo una. Nosotros también hacemos la fotos acá". Hacemos, dice, y no sacamos, el maestro explica que usó la técnica de la fotografía estenopeica para obtener negativos y fotografías sin contar, casi, con ningún equipo. Es, aclara, una de las primeras técnicas que se usó para tomar fotografías, se obtienen imágenes muy definidas, y para eso se necesita una simple caja con película y una lámina opaca con un agujero muy chico, como el de una aguja. Me explica el mecanismo (el niño pierde el interés por mi cámara y vuelve a jugar a las bolitas) de esa cámara fotográfica sin objetivo. La luz, dice, produce una imagen que pasa a través del agujero, para que la imagen resulte nítida es necesario que esa apertura sea muy pequeña, el obturador de la cámara tiene que ser un material que impida el paso de luz, manualmente se tapa el agujero, el tiempo de exposición es mucho mayor que el que se necesita al usar una cámara común, "a veces tardamos cinco segundos, otras veces, más de una hora". Después de un silencio, señala la luz que se filtra a través de las hojas de un árbol al costado del agua y explica que eso es algo así como una cámara estenopeica que ocurre naturalmente, y me quedo mirando la luz que pasa a través de estos entretejidos de hojas como si fuera la primera vez. "No reniego, pero a veces se me hace difícil la vida", dice el maestro. Por un segundo me dan ganas de tomar un foto que capture la expresión de su rostro, los chicos que se pierden detrás de los árboles para buscar la pelota, el reflejo del sol en el agua del arroyo, pero el puño se cierra, impotente. Me da una especie de pudor, algo muy cercano a la vergüenza.
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