Jueves, 27 de julio de 2006 | Hoy
Por Hugo Alberto Ojeda
La miseria es violencia.
Cuatro pesos la hora. Parar la olla, un deporte extremo.
Esta es la milonga escrita con la letra chica de nuestro Contrato Social.
Tecnodelmec no alquila parapentes en el Valle de la Luna.
"Historia de penas grandes, de penas viejas". El Quiti, paraguayo, obrero cautivo, cincuenta años, fumador de cigarros y amigo de la caña, hincha de Huracán.
Un trabajo mal retribuido no hace libre a nadie.
El Quiti se vino de Paraguay en el '74. Estuvo unos meses en una pensión de Parque Patricios; allí se enamoró y se hizo de Huracán. Después consiguió pique de albañil en los Fonavi del Rucci. Ya no se fue de Nuevo Alberdi. Vive a la vuelta de mi casa, en esa esquina interminable donde parece habitar toda la gente del universo, donde acontecen infamias ignoradas por Borges.
El trabajo ya no es lo que era.
La mañana del último lunes y neblina, el Quiti se apareció por el taller, contó que lo habían mandado de vuelta, que había perdido el día porque a la empresa se le había vencido el seguro de accidentes de trabajo.
La explotación del hombre por el hombre es lo que seguirá siendo: el detalle de un crimen de lesa humanidad.
Mientras empezaba a preparar unos matungos, el Quiti nos dijo que estaba trabajando en Dreyfuss, en los silos de Timbúes. Al lado de El Nogal.
10%. Bruno Bettelheim cuenta que en Buchenwald la tasa de mortalidad de los prisioneros veteranos (los sobrevivientes a la primera "selección", los que no eran ejecutados, los que superaban la adaptación del campo sin morir de hambre y eran elegidos para mano de obra esclava) raramente era mayor al 10 %.
Ahora nos están pagando cuatro pesos la hora, antes pagaban tres.
Bettelheim aclara que estas cifras pueden ser engañosas, corresponden a un semestre de 1942 y a un campo de concentración del tipo II (los que no eran de trabajos forzados ni de exterminio inmediato).
Hace un frío de cagarse. Si hay viento, ni te la cuento. Estamos colocando cerámicos para proteger las chapas de los silos del desgaste de los granos. Es un mantenimiento, los cambian cada cinco años dijo el Quiti. Me alcanzó un mate, pitó su cigarro paraguayo antes de continuar. En su mirada acuosa parecieron agolparse todas "las renuncias de cosas simples que llevaba hechas".
Trabajamos diez horas por día. No, horas extras no nos pagan. La última quincena saqué cuatrocientos ochenta y cuatro pesos por ciento veintidós horas. Limpios.
Bruno Bettelheim cuenta que en 1943, cuando logró escapar a los Estados Unidos nadie le creía sus testimonios sobre los campos.
A mí me duele aceptar la injusta cotidianeidad revalidada por el Quiti.
Tecnodelmec parece ser contratista de Ceralum. Ellos cobran ciento cuarenta dólares el metro. Por día, en las diez horas, colocamos veinticuatro metros cuadrados. Sacá la cuenta. Somos un grupo de diez compañeros. Los silos están cubiertos de rejillas, unas rejas interiores, no se ve nada. Hace poco pusieron cintas de seguridad, esas anaranjadas de plástico. Las pusieron cuando se murió el tercer compañero. En menos de tres meses se cayeron tres, murieron los tres. Nadie sobrevive cuando se cae en la altura. No, de la UOCRA no pinta nadie.
El Quiti habló sin queja, con necesidad de que "las margaritas no queden vacías". Sus palabras cayeron en medio del taller y las herramientas parecieron acompañarlas, interpretar la inolvidable milonga de Zitarrosa.
Oculta inseguridad. Tres muertos, noventa días, el 30 % de su cuadrilla.
Las ART pagarán las pólizas con pereza una inversamente proporcional a la velocidad de la caída de los cuerpos. Las vacantes de los muertos ayudarán a bajar la tasa santafesina de desempleo. Las familias de los obreros nunca tendrán una excusa para publicar un aviso exigiendo juicio y castigo.
El índice de mortalidad de los obreros de montaje en los silos de Dreyfuss en Monje es superior a la de los prisioneros en un campo nazi de Buchenwald.
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