rosario

Miércoles, 8 de octubre de 2014

CONTRATAPA

Retratos sincopados

 Por Gualberto García

La figura elige el lugar

Neurosis en el aire. Partículas de polvo. El smog. Encierro en el mundo exterior. Necesidad de escape. Barrio alejado. Barrio cercano. Barrio incierto. Desvarío. Sofocación, embotamiento. Ligero mareo. Palidez, transpiración. Micropartículas pesadas. Objetivo: salir del encierro de estas calles. Refugio: la casa de tío Osvaldo. Vía: taxi (sólo a ventanas cerradas). Excusa: el deseo de ver al tío. La confesión: en reserva para cuando baje la taquicardia. Hasta casa, quince cuadras. A casa del tío, sólo tres. Personas en mi casa: cuatro. Personas en casa del tío: una o ninguna. Beneficios decisivos: heladera abultada y mi propio juego de llaves. Plan: reposo en la habitación para invitados o en los sillones del living, bocadillos múltiples, meditación y posible soledad. Probables complicaciones: continuación de esta taquicardia, temblores. Conclusión: charla pendiente con tío Osvaldo y conmigo mismo. Recurso de salida en momento complicado: llamado a casa, resignación o plan b. Desventajas plan b: mi casa sin comida rica (sólo lentejas verdes). Ronquidos de bronca, jaula infinita exterior, roce con la gente, boca desértica, ansiedad de hambre, gérmenes, lo extraño e incontrolable, la decisión, el descontrol, los semáforos lentos (eternos), autos veloces, calles sin cruces inmediatos, los caños de escape, las motos, mi propio olor a transpiración, la vergüenza. Mi mano estirada en la parada de taxis. La posición tercera en la cola. La mirada de la gente. Sin miedo al ridículo, sólo el escape en mente. Mi sobaco nervioso y la seña del brazo intacta. Mi cara ante la solidaridad del segundo de la cola, mi agradecimiento mudo. Mi rostro en llamas en pleno invierno. El asiento pegajoso del taxi. Mi cara de asco. La plata tirada al chofer, empapada. El rechazo al pequeño vuelto lleno de bacterias. "¡Perdón por el portazo, señor!" La puerta de casa de tío Osvaldo. Un pequeño gesto de falso agrado a la anciana portera. La alegría del no﷓roce con esa puerta principal del edificio. La decisión del no﷓contacto con ese ascensor. El principio del plan cubierto, la puerta con letra "A" del primer piso. Un breve ding dong de anuncio. Sin respuesta. Siguiente paso, alcohol en gel en todo: mis manos, cara, mochila, picaporte y llave. Por fin en el living, el sillón siempre pulcro. Yo, en calzoncillos y remera para no ensuciarlo. Silencio. Un clic en mi ánimo. Suspiros de placer y confort. Plan a sin mellas. Pequeña siesta en el sofá cama, también blanco, pulcro. El olor a lavanda del departamento, mi ideal de hogar. Una vez relajado, cómodo, en estado que podría llamar normal, y después de dormir una siesta que duró sólo quince minutos, pocos pero muy necesarios para renovarme, escuché ruidos que venían de la parte trasera del departamento, junto a las habitaciones, según creía. Me acerqué, el ruido venía del baño. Era el tío "O", como solía llamarlo. La puerta del baño estaba cerrada con traba, me parecía extraño porque él estaba solo. Yo hago lo mismo, con la diferencia de que en casa somos cinco en total. Me preguntó si estaba bien, yo le respondí que después le iba a contar mi hazaña callejera y lo felicité por los brownies bañados con chocolate que encontré en su heladera. El tardaba mucho en salir, por lo que me vi obligado a cuestionar su demora. El me explicó que estaba un poco complicado. Yo ya estaba por ponerme a preparar la merienda para los dos con la mantelería y los platitos, jarritos y azucareras que a él tanto le gustan. En ese momento, sin pensarlo golpeé la puerta con mi hombro, como lo hacen en las películas, y entré. Era el momento justo. Su cara paralizada de susto. Ciertamente el tío no esperaba que entrase al baño y menos rompiendo la cerradura. La combinación de los tacos con el piso mojado. Sus labios estaban demasiado pintados. Restos de labial en sus manos, por pintarse nervioso y arreglarse el delineado con los dedos. Nervios, bronca, aceleración, tacos, piso mojado. Señalándome los labios, le dije: "¡Parece que te pasaste con mucha fuerza, rompiste la punta! ¿Por qué con tanta ira? No haré un juego barato de detectives, sólo veo tu impronta, tan fuerte, tan decidida. Esta crisis, este frío, esta parálisis, esos tacos hermosos. Cuando te cuente de dónde vengo, vamos a llamar a éste el momento justo. Yo también tuve mi crisis, y me siento un imbécil porque al verte te juzgué, por adivinar idioteces mirando tus ojeras, tu desprolijidad. Cosas como éstas, siempre las callo, ni siquiera las escribo. La palabra escrita es peligrosa y perenne. Prefiero usar la memoria, y "permitirme" que falle, para desviar estratégica e inconscientemente el recuerdo. Sinceramente, esta extraña ceremonia de amor y crisis (no hay una sin la otra) que montaste en el piso me conmueve, porque yo también busco respuestas. Pasé una tarde averbal y veo que vos pasaste lo tuyo también. Te ayudo a levantarte, aunque si quisieses quedarte, este piso pulcro es por demás de habitable. ¡Espero que no te hayas roto nada! La ceremonia de la merienda es inminente, prometo contarte mis acciones de no hacer, mi tiempo sin vida, y espero que hablemos de vos, ese coraje desmesurado, ahí en el piso mojado y frío, sin remera, ese rouge y ese minishort tajeado de los ochentas. Sólo estás siendo vos, la persona que siempre supe que eras. Tus acciones son acciones de hacer, tus pestañas largas, ese delineador corrido. Muero de ganas de tirarme a llorar con vos, aunque no está en mi plan, ni siquiera en el plan b. Siento tu dolor y la torsión de tu cuerpo. Te admiro, porque estar así en el piso no es estar vencido, es desprogramado, es el sueño de quien no se piensa en instrucciones. No es casualidad que haya elegido tu refugio. Es la casa, sos vos, son mis sentidos oscurecidos. En este piso no se encuentra el germen de estos tiempos, no hay error en tu cabellera larga y perfectamente peinada. Armemos una canasta de pic﷓nic y salgamos sin paraguas a redescubrir el mundo.

Balance horizontal (a Diana)

Equilibrio: del latín "aequilibrium", a su vez formado por "aequus" (igual) y "libra" (balanza). En todo caso, si el término aequilibrium significase lo que sugiere su descomposición etimológica, estaríamos hablando de cuestiones de fuerza. La fuerza inclina la balanza. Claro, hacer más fuerza con uno de los pies hace que perdamos el equilibrio. La fuerza de gravedad en el humano hace mucho más de lo que su equilibrio le permite. Los efectos increíbles del sol y la luna son fuerzas que el hombre cuestionó desde el principio de los tiempos. El hombre actual todavía se cree dueño de los elementos naturales. Es común escuchar a la gente hablar de su fuego, su agua, su equilibrio, lo cual rompe con el calibre inicial de la libra, ya que la fuerza viene de la capacidad de ejercer el peso. No podría hacer una proposición certera del fenómeno, me guardo mis teorías porque no soy dueño sino integrante de la fuerza natural que mueve la balanza y mantiene al equilibrista arriba de su soga.

Las mesas de bar son uno de los múltiples núcleos iniciales de experimentación de la fuerza desequilibrante, donde las discusiones son filosofías intensas. El imaginario aflora sin tapujos, ayudado por el fuerte ruido, la música y los ritos culinarios. En ese momento, todos los integrantes de al menos una mesa de un ruidoso bar se definen como nuevos lexicólogos. La disertación es desequilibrada en función del carácter: el ritmo tánico de las bebidas espirituosas y ese desbalanceo nos aleja aún más de la imprecisa e incierta verdad. La verdad, dicen, es poseída por los grupos dominantes. Esa verdad no es la verdad de bar, ya que son muchos los grupos formados en ese ambiente y no se muestran interesados en dominarse, a pesar de haber grandes indicios que podrían demostrar lo contrario. Simplemente hay una lucha descarnizada de palabras que sólo tienen sentido para los autollamados dueños de la mesa, elemento del cual tampoco son poseedores. Esa falsa creencia es el primer detalle desestabilizante en la cadena de fuerzas. Nadie podrá moverlos del lugar sin luchar, porque en ese momento, sin título alguno, todos son dueños de la mesa.

Los que poseen cosas que no les pertenecen suelen ser llamados ladrones o piratas, o simplemente lexicólogos rudimentarios, a quienes no les conviene entender que lo que dicen va en contra de la fuerza, encadenado con la verdad y, lógicamente, con el equilibrio. En nombre de estos principios, que son siempre inexactos para el hombre, toman verbos en altas copas y salen con sus puñales de significados de fuerza conceptual para matar, destruir, eliminar, abandonar o desertar y evitar. Por todo esto, desde una misma mesa cada uno invoca a sus dioses particulares y en el nombre de la verdad de ellos, salen a poseer aguas, cifras (por ejemplo, la figura aritmética que simboliza el cero), creando atmósferas de guerras, batallas y horripilación.

Algunos, al salir de sus ámbitos, aunque no se trate del núcleo bar, limpian sus almas y desposeen todo, para ser solamente parte integrante de un gran universo de energía. Esa es su forma de vivir, de trabajar. Otros dejan puertas adentro la inequidad que rotulan de "opinión", y otros tantos gobiernan desde bares con fachadas de cielos que llaman iglesias, o en forma de palacios que llaman congresos. Pero hay otros, unos pocos, que son naturalmente integrados por su energía, los más cercanos a Libra, y habitan bares con formas caprichosas y desiguales, pero cuyos socios están todos dentro del equilibrio del mundo: los muertos.

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