Lunes, 13 de octubre de 2014 | Hoy
Por Dahiana Belfiori
Adentro las cosas se amontonan sin orden. Hay un empecinamiento de laberinto amorfo a pesar de la presencia de compartimentos, divisiones, separadores. En su bolso es posible encontrar en perfecta convivencia un brillo labial pegoteándose a un documento feminista que cuestiona los estereotipos de belleza. Jazmín viaja con ese bolso pegado al cuerpo, haciendo carne la existencia de caminante, de esperas en terminales, de taxis con destino incierto. Y en ese bolso va parte de su vida, que es y no es la suya, que la dice a medias.
Ana va de un lado a otro de la casa. Acaba de pintar de amarillo la escalera que va a la terraza techada. Durante el invierno el sol no alcanza a tocar las paredes del patio luz porque los edificios se han vuelto tan egoístas como las personas y se lo tragan junto con el cielo, cubriendo de sombras los árboles, última resistencia de vida en las veredas. Ana pintó de amarillo la escalera y las paredes del patio como una forma de convocar al sol: ahora lxs gatos se pasean por los escalones con la cola en alto, hasta que encuentran el calor deseado y se acomodan oteando la abertura del ventanal. Hay calidez de sol en el amarillo de cada peldaño. Ana sonríe mientras busca algo. Jazmín la mira distraída, mientras guarda las tacitas chinas que acaba de comprar. En dos horas sale su colectivo de regreso. La visita fue breve pero intensa. En dos días hubo que poner al día las vidas, los amores, las risas y los llantos. No les sobra el tiempo, pero les basta para saberse cerca. Finalmente Ana le da un paquete, pequeño, envuelto en papel madera: es para tu amiga por su cumple, alegría de sol, abrazo y de flores hasta que la conozca personalmente.
En el bolso ahora va también un regalo. Jazmín es feliz transportando abrazos pero desconoce su materialidad, su consistencia. No sabe que Ana puso un jazmín del patio de la casa que ama y que guardó en un libro durante años. Tampoco imagina la cajita de cartón a lunares ni el hilo dorado con el que hizo un moño prolijo para cerrarla. Mientras viaja imagina la cara de Cielo, su sorpresa, su sonrisa al verlo.
Otro taxi, una moto a contramano, un arma en el estómago de Jazmín, un chico que necesita lo que hay en ese bolso. Jazmín tiembla frente a la casa de Cielo, que cumple años. Con el bolso se fue parte de su vida. Y no. Toca el timbre. El temblor durará horas, días. Cielo la abraza fuerte. Es su cumpleaños y no puede dejar de temblar y quiere llorar y no le sale. Tampoco le salen las palabras. Le quiere decir que en el bolso traía un abrazo, le quiere decir del amor que puso Ana en ese regalo envuelto en papel madera. Le quiere decir y sólo tiembla.
-Recibiste el paquete?- le pregunta Ana a Cielo por mensaje de texto.
-Nunca llegó. Se fue con el bolso de Jazmín.
-Cierto! Bueno, iba un abrazo, y había flores y un hilo dorado como el sol.
-Ay qué linda! Sabés? Cuando abracé a Jaz en el momento del robo, ella se aferró a mí con mucha fuerza. Tal vez era tu regalo.
-Sí... Bueno, viste? Los abrazos siempre llegan...
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