Domingo, 4 de enero de 2015 | Hoy
Por Marcelo Britos
El verdadero fin.
Luego de todas las teorías acerca de los medios de comunicación de masa, sobre todo las enunciadas por Adorno y todos los sociólogos que, siguiendo los postulados de la Escuela de Frankfurt estudiaron el fenómeno desde una mirada marxista, es preciso comprender que cualquier debate sobre la calidad de un producto televisivo o de cualquier línea estética e ideológica de un emisor, debe comenzar con la reflexión acerca de cómo funciona el mercado en ese segmento de la economía. Todo lo demás, lo posterior, que por momentos se presenta en esa discusión como medular, es tan sólo un elemento del mecanismo mercantil. La televisión es un medio para articular el frente de publicidad, y justamente utilizando estas categorías marxistas, los productos que se venden en ese mercado, no son los tradicionales fetiches ni marcas, sino los espectadores. Las productoras los dueños del capital , ofrecen a los publicistas las mediciones del raiting, que no son más que un menú formado por listas interminables de sujetos pasivos, indeterminados, que terminan siendo materia de cambio, engrosando con su aporte silencioso, enormes fortunas ajenas.
Lo paradójico de Showmatch, o mejor dicho, lo extremadamente cínico, es que el guión ficcional que le da al negocio una fachada solidaria, la competencia cuyo ganador donará un premio a instituciones benéficas, termina por convertirlo en una pésima broma en la que todos parecen caer, o peor aún, en un engaño obvio que muchos elijen creer. Supongamos que los costos de la publicidad en pantalla de este programa, en horario prime time, continúa siendo $20000 por segundo. Sólo con las marcas que aparecen al cierre, a razón de dos por segundo son dos carteles los que ocupan la pantalla completa , y que suman cien en total, suman la friolera de $2400000, sin contar al resto de los anunciantes. Lo suficiente para cumplir cualquier sueño en tan sólo un programa. Lo que Bourdieu llama "valor simbólico", es decir la calidad estética que tiene una expresión en un determinado tiempo y lugar, no tiene nada que ver con esto. Y es posible que los dueños del capital recurran a cualquier expresión con tal de articular el frente de publicidad, y continuar amasando fortunas.
Lo obsceno.
¿A qué recurre Ideas del Sur, la productora cuyo principal negocio estamos analizando aquí, para llamar la atención de los publicistas con la mayor cantidad de audiencia? Atribuimos al término obsceno, todo aquello que es torpemente impúdico, lo que por su condición de ofender al pudor, es desubicado. Como toda palabra, cuando recurrimos a su etimología, su significado se vuelve más rico aún. Obsceno es aquello que está fuera de escena. Es casual que hablando de la televisión, terminemos refiriendo lo que escapa a una escena, pero no es este el rumbo correcto. No es el backstage. Es lo que está fuera de lugar, lo que no corresponde por ser ofensivo para el que mira y para el que está siendo utilizado para montar esa escena. Elegir enanos, mutilados, travestidos, cuerpos ilusoriamente perfectos, nada tiene que ver con el entretenimiento, con la inclusión, ni con la generosidad; esa mentira es parte de la ficción que actúa como fachada, de la que ya hemos hablado. Tiene que ver con la búsqueda de lo morboso en la mirada del televidente, la búsqueda de lo que tienen en común el que busca y el que se encuentra. Si nos remontamos a la génesis de este programa, encontraremos que en aquellos principios, cuando era un Magazine deportivo, encontró su fama por la emisión de los denominados bloopers, grabaciones caseras de accidentes. Lo que se reproducía en la pantalla era el momento de la caída, del golpe, instante grotesco en el que el cuerpo hace algo que no esperamos, algo inadvertido y excepcional. Fuera de la escena habitual. Pero lo que no muestra, ni quiere mostrar ese recorte de la imagen, es el dolor, la humillación, la huella que dejará el golpe. Y podemos encontrar varios puntos de encuentro en cada uno de los productos elegidos por los mismos protagonistas, todos enmarcados en la frivolidad y lo inmoral de esa obscenidad.
Lo real y lo ficticio.
Nada de lo que sucede en la televisión tiene que ver con nuestras realidades, sino que está construido en función de favorecer las realidades de otros. Quien tiene el poder, el que posee de alguna manera la posibilidad de definir qué es lo que se emite, lo ejerce para fortalecer su posición, ya sea ideológica, económica, cultural, o todas a la vez. Es la caverna de Platón. No vemos sino el reflejo de las cosas que proyectan con la luz del exterior, los que están fuera de la caverna. Nadie es tan solidario ni generoso en esos medios como para participar u organizar un concurso de baile a fin de donar un tomógrafo. Nadie es un sacrificado ni un esforzado, entrenando y superando contingencias para llegar a la gala. Esa superficialidad que tiene por objeto igualarnos, termina también siendo una muestra de cinismo atroz. No hace falta que digamos aquí a dónde están los verdaderos sacrificios. Esto supone una contradicción. El medio es el que intenta mistificar figuras, las convierte en seres valerosos e inalcanzables, pero a la vez humanos y cercanos. La consecuencia es que se termina por banalizar esos valores. Y lo hacen quiénes se han convertido, desde los años 90', en el ícono de la frivolidad, la opulencia y el individualismo.
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