Miércoles, 8 de abril de 2015 | Hoy
Por Rosana Guardalá
A Romi por convidar la alegría.
S. toca timbre. Hay dos. Nunca recuerda cuál es que el suena en la cocina. Una tela de araña esconde uno. Se decide por el otro. Recuerda que su amiga no mata las arañas. Se escuchan los pasos. Su amiga abre la puerta. "Quería verte la panza", le dice. Ambas bajan la vista. Se detienen en la panza. La miran curiosas, como si hubiesen visto una simpática colonia de lombrices después de la lluvia. "Estás igual". "Igual, igual no. Me crecieron las caderas". Apenas. Sólo unas líneas entre la redondez perfecta de sus seis meses de embarazo. "Se te ve bien", apura las palabras, mientras piensa que eso suena desconfiando. Está embarazada no enferma.
No puede sacarle la mirada de encima. Se sientan en el sillón. "Disculpá el desorden. Estoy acomodando la casa". A S. le gusta la casa habitada de su amiga. Le gustan las casas en que el mate queda con yerba después de que se enfrió o las migas del suelo no son inmediatamente erradicadas una vez que termina el almuerzo. Se siente tranquila en las casas en las que las presencias no son fantasmas. Le da miedo el orden impecable de los espacios muertos. "Está linda la casa. ¿Están remodelando?". Su amiga sonríe y es como si esa sonrisa le creciera del aire que viene desde la panza. "Cambiaron un poco, las cosas", responde a otra pregunta que S. aún no le hizo. "Yo pensé que iba a hacer las mismas cosas pero no. Las hago pero todo me lleva más tiempo. Estoy más lenta.", dice sin melancolía.
L. repite seguido que la maternidad es un acto de locura. "Si lo pensás mucho, no lo hacés". Y agrega: "Vos no pensás lo que te da. Sólo pensás lo que te saca, lo que pone en peligro". Todo acto de amor es también, un acto de valentía. Ella recuerda que cuando tenía 24 años pensaba y analizaba. Quería como su madre, casarme joven con el hombre de su vida. Que su padre la llevará hasta el altar. Acto seguido, tendría dos hijos. Compraría una casa sin perro pero con gato. Tal vez, hasta negociaría tener un perro, si él así lo quería. Pronto será su cumpleaños. Han pasado diez años de ese plan. Por suerte, no funcionó. Nada de todo salió "como lo había pensado". Pensar es un modo de demorar decisiones. Su compañero cree que hay una distancia abismal entre "tener un hijo" y "criar un hijo". Puede que si alguna vez se decide a ser madre, asuma que está un poco loca y que quiere criar un hijo, con él. La maternidad como un acto, una posibilidad, un tema demorado, una felicidad que viene en otro cuerpo y que hoy comparte en la casa desordenada de su amiga.
La casa se oscurece y avisa que ha caído la tarde. La situación es particular. S. y su amiga se conocen desde hace más de dieciocho años. Sin embargo, se siente como si fuera la primera vez que les tocara trabajar en equipo en la clase de Biología. No es ella sino esa panza que le ha crecido a su amiga. Tan suya y tan ajena. Esa panza como una bolsa que guarda un nombre propio que no se conoce pero que llegará. "Todavía no sabemos. Hay tanto nombres lindos." Esa panza que es el signo visible de un nuevo habitante de esta casa, es la que se cruza y las hace inevitablemente, hablar de ella en otros tiempos, con un tono acompasado mientras el té se enfría un poco. A un costado, hay una mesa ratona con un pesebre austero que quedó de la reciente navidad. Su amiga cree, S. cree. Se conocieron en un momento en que ambas creían en lo mismo. Ahora se creen y con eso basta.
La amiga de S. se para apoyando una de sus manos en el piso. Tuerce el cuerpo. Se levanta lenta pero sin tambalear. "¿Querés otro té?" S. quiere quedarse más tiempo contemplándola. Quiere que el té le dure para poder llevarse a su casa esa sensación de alegría descansada. "¿Tenés miedo?", le pregunta mientras su amiga busca los fósforos. "Estoy tranquila. Las cosas se irán acomodando", responde su amiga mientras mira el cielo ya completamente cerrado.
La maternidad como la posibilidad de aprender cosas útiles y enseñar cosas inútiles. La maternidad como un deseo que afecta los muebles, los cuerpos, las palabras, los tiempos, los movimientos. Una posibilidad de dar alimento y cuidar de ese ser. Una posibilidad a cambio de otra. Un trueque desigual. Tal vez L. tenga razón y la maternidad sea una acto de locura en el que el balance nunca es definitivo.
"Sí, quiero otro té".
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