Jueves, 17 de agosto de 2006 | Hoy
Por Jorge Isaías *
Al Negro Cornejo
Cuando lo vimos entrar a la cancha, trotando, elástico, detrás del "Tin" Morón con su camiseta amarilla de arquero, supimos que ese hombre delgado y moreno nos iba a llenar de felicidad.
Decir que fue el jugador más elegante que pisó la Liga Interprovincial en la década del 50 es desmerecerlo. Era mucho más que eso, era un cinco antiguo, un verdadero centrojás, que atento a todas las jugadas, era un armador de equipo nato, como eran o debían ser en aquellos tiempos los que se destacaban en ese puesto, tal vez el más difícil por lo que puedo recordar.
Yo era un chico entonces, pero al verlo sobresalir de manera notable, porque jugaba como dando cátedra, con un juego limpio aunque puesto a pegar, pegaba me pregunto a mí mismo qué dios extraño o generoso lo había vestido con nuestra número 5, justo la colorada del Club.
Mi padre contó luego que venía de la primera división de Argentino de Rosario y no sé qué teoría conspirativa se tejía sobre una conflictiva relación con los dirigentes "salaítos" y él, para que haya sido convencido de jugar en nuestro Club.
Ese puesto lo había ocupado antes el "Flaco" Juan Ruggero Maggi, uno de los maestros al que yo vi jugar sus dos o tres últimos partidos. El "Flaco" era un carpintero solitario y pelado, padre de Juancito, mi amigo de la infancia. El "Flaco" era de natural calmo y silencioso mientras trasegaba entre sierras, maderas y polvillo de madera. Pero el domingo se transformaba. Con la número 5 era un lujo, jugaba bien y sabía mucho de fútbol. Era un maestro, un docente, como el "Pelado" Míguez. Se retiró ya grande y hasta jugó una temporada en la Reserva, según me confirma el Toto Míguez, que suele reafirmar mi memoria cuando me falla.
Así que ese día vimos trotar a ese muchacho moreno y delgado con un poco de expectativa porque no era fácil vestir esa casaca después que la usara el "Flaco" Maggi durante tantos años. Pero el milagro se produjo incluso antes de verlo jugar, porque esa estampa no podía sino ser la de un auténtico crack.
En aquellos remotísimos tiempos éramos muy vulnerables al influjo de los mitos y propensos a las adhesiones incondicionales. Nosotros quiero decir mi generación, los que estábamos en el primer grado de la primaria fuimos sin excepción admiradores incondicionales del Negro Cornejo, tal el apodo con que se lo recuerda, porque su nombre de pila no registraron sus contemporáneos.
Usaba un calzoncillo "anatómico" como se los llamaba a esa prenda que ajustaba como una faja porque tenía más de treinta centímetros de elástico. El ponía la camiseta debajo y así salía la cancha. Eran muy populares esos calzoncillos, los mejores eran de marca "CASI" y la publicidad que publicaban los fabricantes en "El Gráfico" constaba del dibujo de un gorila con su hijito, sólo vestidos con la prenda en cuestión, con una leyenda que decía : "Cómprele a su hijito". Jugar con esos calzoncillos daba una gran sensación de seguridad, eran muy cómodos pese a que se ajustaban bastante al cuerpo.
"Tuto" Vega supo contarme una vez cómo iba Cornejo minando el entusiasmo de los delanteros rivales: al disputar la pelota les pegaba pequeños puntapiés en la cara interna de los tobillos con la punta del botín, tanto como para que de esa forma paulatina no despertara la sospecha del árbitro y de paso lo fuera acobardando y al hincharse la parte golpeada debieran salir de la cancha. Otra estratagema que usaba siempre según el relato del "Tuto" era al saltar a cabecear con el contrario pasar a través de su propio cuerpo un brazo y pegarle en la espalda para hacerle perder el equilibrio y así llegar él antes a la pelota.
Nunca le vi hacer estas "picardías" o no lo recuerdo, así que por ahora eso es inverificable porque el "Tuto" acaba de morir, es decir, me quedé sin fuente.
Nos quedamos entretanto con esa imagen impecable del viejo "Centrojás" de antaño, el que de vez en cuando metía "una chufa" al decir del "Nino" Míguez para gratificar un violento tiro de lejos que iba a la red. Me quedo con ese jugador que nosotros tratábamos de imitar, sin conseguirlo.
Uno de sus goles que yo más recuerdo es el que le hizo a Newberton de Cruz Alta cuyos tres palos defendía un arquerito pelirrojo, muy ágil y arrojado. Ese día en nuestra cancha Cornejo le hizo "morfar el polvo" como se dice con un balinazo de cuarenta metros, fuerte y de punta, alto, imparable. El arquerito estaba un poco adelantado y cuando quiso reaccionar era tarde. Como el tiro era inatajable le puso los puños y quiso elevar la pelota sobre el travesaño. Inútil esfuerzo, fue un golazo. La pelota besó la red con violencia. Era, lo recuerdo, el arco que da a la casa de Perfecto Escobar.
La última vez que vi a Cornejo fue en un final contra Deportivo de Isla Verde, pero aquí como árbitro de la Asociación rosarina. Nos acercaos con mi tío "Berto" a saludarlo, y él, muy cortés como siempre nos agradeció esa muestra de afecto y reconocimiento que después se amplió a casi toda la hinchada.
Para cerrar esta deshilachada relación melancólica diré que un día pasó por una librería que supe tener en la calle Paraguay y acababa de preguntar por mí, ya que venía de la calle de hacer un trámite. Volví a salir porque no coincidimos por minutos y ya se perdía entre la gente, allá, a lo lejos, alto y un poco más grueso, pero elegante, como yo lo había visto en mis tiempos de sueños futboleros y de tanto pájaro en lo alto contra un cielo de acero celeste.
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