Miércoles, 22 de abril de 2015 | Hoy
Por Manuel Quaranta
"Los turistas no saben dónde han estado,/ los viajeros no saben hacia dónde están yendo" (Paul Theroux).
"arrímese/tristeza/ que me hace tanta furia y tanto puerto muerto y necesito viajar/viajar" (Juan Gelman)
I
El hecho de viajar no constituye un valor en sí mismo, viajar no es una garantía de apertura mental ni cosmopolitismo: uno puede haberse construido -a causa de oscuras razones- una coraza de seguridad tan firme que nada del orden exterior logra penetrar ese blindaje; es por esto que mucha gente sale "ilesa" de su experiencia. Son aquellos, en general, que profesan un individualismo marca registrada.
Pero ¿para qué viajar?
¿Alguna vez, en la hora más oscura de la noche, solos, desvelados, nos hemos hecho esta pregunta?
Se viaja, a mi juicio, por distintos motivos: desde la necedad sumisa del turista provinciano placer, paisajes, cámara, consumo; paisajes, cámara, consumo, placer hasta la exploración propia, iniciática y proustiana, que permite construir una nueva mirada.
Entre los extremos, mil matices.
Yo, viajo para recordar, ¿cómo? Viajo para recordar lo que nunca tuve, ¿cómo?: una patria, una infancia; viajo para saber qué es el recuerdo; porque creo que recordar es una de las formas del saber: "No sabemos nada en la inmersión pura, en el en sí, en el demasiado cerca. Tampoco sabremos nada en la abstracción pura, en la trascendencia altiva, en el cielo demasiado lejos", escribe Georges Didi Huberman, y continúa aunque en realidad retoqué el orden : "Para saber hay que colocarse en dos espacios y en dos temporalidades a la vez". Para saber sobre lo nuestro, acerca de los otros "hay que apartarse violentamente del conflicto o ligeramente, como el pintor que se aparta del lienzo para saber cómo va su trabajo".
Alejarse temporal y espacialmente, de algo, de alguien.
II
Holanda nació para mí en 1985 o 1986: pudo ser Fernando, Marcelo o mi viejo, yo no, seguro, el que llamó un sábado a la tarde nos juntábamos todos a tomar el té en lo de mi abuela; facturas, bizcochos, galletitas a la compañía de cable que estaba repitiendo la final del Mundial '78. Uno de mis tíos, o incluso mi padre, se levantó, tomó el teléfono, discó y empezó, excitado, a insultar: "Saquen el partido, hijos de puta" o "saquen a ese hijo de puta", ante la reproducción de unas imágenes que parecían ser extremadamente dolorosas.
Dos o tres años después Holanda se convirtió en un color, en una camiseta Adidas que aún hoy en la memoria o en un cajón, o en el cajón sin fondo de la memoria, conservo. También, a raíz, llamativamente, de una final, la Eurocopa 88': Holanda Irlanda.
Luego pasaron o se congelaron, feroces, los años.
El dolor imposible comenzaba a transformarse, '89, '95, '99, 2001, en un recuerdo improbable.
Hasta que el 26 de marzo, por primera vez, gracias a una comunión de azares Facebook, Gabriel Inzaurralde, Beca Ave Docente, UNR, Literatura Latinoamericana, fortuna, generosidad Holanda devino un país, una ciudad, Rotterdam, un idioma en principio ininteligible, una llovizna permanente, una nubosidad invariable, un gris conmovedor, un tiempo inestable.
(Sería muy sencillo contar las miserias de un país del añorado primer mundo: un Estado asfixiante, una rebeldía apagada, una disciplina rígida, los ferrocarriles privatizados, los extranjeros humillados, la sangre derramada, "un sistema construido por el Plan Marshall que ahora se está fisurando; en su momento se hizo así para frenar el avance socialista: un Estado perfecto. Lo que pasa que ahora el capitalismo soltó amarras, ya no necesita un país modelo", etc.).
(Sería aún más fácil comentar sus maravillas, pero para eso está el flujo de turistas provincianos que recorre Holanda en un día, o los que sin ni siquiera haberla pisado, acorazados, fantasean).
III
A medida que transcurrieron los días, Holanda comenzó a transformarse en un signo de interrogación: justa, injusta, transparente, protestante, opaca, severa, servil, trabajadora, puntual, extranjera, comerciante, mecánica, neoliberal, humana.
¿Qué es Holanda?
¿Una tierra arrebatada al mar? ¿Una tierra debajo del agua?
Sí.
Y no.
Holanda es, extrañamente, un recuerdo de lo que no fue paramnesia . Una sensación. Un dolor cautivo, tierra de exilio.
Estoy en Holanda y pienso en Argentina. Mejor dicho, estoy en Holanda y recuerdo obsesivamente la dictadura cívico militar que hizo desaparecer en sus más diversas variantes a una parte conflictiva de la población. Pienso en los exiliados, en su lengua doble: "¿Entendí lo mismo que me dijeron?".
IV
Giorgio Agamben, en su libro Lo que queda de Auschwitz cita a Primo Levi, que a su vez cita a uno de los pocos sobrevivientes de la Escuadra Especial de ese campo de concentración, quien recuerda un partido de fútbol entre los SS y representantes del Sonderkommando grupo de deportados a los que se confiaba la gestión de las cámaras de gas y de los crematorios : "Al encuentro asisten otros soldados de las SS y el resto de la escuadra, muestran sus preferencias, apuestan, aplauden, animan a los jugadores, como si, en lugar de a las puertas del infierno, el partido se estuviera celebrando en el campo de un pueblo".
La anécdota infernal le sirve al filósofo para observar: "A algunos este partido les podrá parecer quizás una breve pausa de humanidad en medio de un horror infinito. Pero para mí, como para los testigos, este partido, este momento de normalidad, es el verdadero horror del campo. Podemos pensar, tal vez, que las matanzas masivas han terminado, aunque se repitan aquí y allá, no demasiado lejos de nosotros. Pero ese partido no ha acabado nunca, es como si todavía durase, sin haberse interrumpido nunca".
Un sábado a la tarde, en Brielle, a 30 kilómetros de Rotterdam, ciudad en la que empezó a forjarse la libertad holandesa, jugamos al fútbol un uruguayo, un bosnio, su hijo, mezcla de bosnio y uruguaya, devenido holandés, y yo, argentino e italiano. Pateamos la pelota, con mucho frío, gritando, durante horas, bajo un clima de comunidad que hacía tiempo no vivía.
Un rato después regresaba en Metro a casa, cansado, con el recuerdo de una tarde arrancada a la muerte, y allí, viajando, repentinamente, tuve la sensación de que el partido referido por Agamben se había, finalmente, detenido.
V
De eso ya pasaron tres semanas. La sensación se fue diluyendo, la "zona gris" recuperándose, la "banalidad del mal" volvió para ajustar, impiadosa, sus cuentas. Sin embargo, algo misterioso brotó en ese campo de fútbol, de esos hombres que éramos, corriendo, extranjeros, dobles, detrás de una pelota; algo que quizás con el tiempo nos sirva para dar un primer paso en el infructuoso intento de alcanzar la tan ansiada metamorfosis.
Cierro, entonces, con Didi Huberman: "Para saber hay que tomar posición, lo cual supone moverse y asumir constantemente la responsabilidad de tal movimiento. Ese movimiento es acercamiento tanto como separación: acercamiento con reserva, separación con deseo".
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