Viernes, 17 de julio de 2015 | Hoy
Por Bea Suárez
"¿Cómo aceptar hablar de este amigo? Ni para alabanza ni en interés de alguna verdad. Los rasgos de su carácter, las formas de su existencia, los episodios de su vida, incluso de acuerdo con la búsqueda de la que se sintió responsable hasta la irresponsabilidad, no pertenecen a nadie. No hay testigos. Los más cercanos no dicen más que lo que les fue cercano, no lo lejano que se afirmó en esa proximidad, y lo lejano cesa en el momento en que cesa la presencia. En vano pretendemos mantener, con nuestras palabras, con nuestros escritos, lo que se ausenta; en vano le ofrecemos el señuelo de nuestros recuerdos y una cierta figura nueva, la dicha de permanecer en la luz, la vida, la vida prolongada con una apariencia verídica. No pretendemos más que llenar un vacío, no soportamos el dolor: la afirmación de ese vacío. ¿Quién consentiría en aceptar su insignificancia, tan desmesurada que no tenemos memoria capaz de contenerla y necesitaríamos deslizarnos en el olvido para llevarla, el tiempo de ese deslizamiento, hasta el enigma que representa? Todo lo que decimos no tiende sino a ocultar la única afirmación: que todo debe desaparecer y que no podemos permanecer fieles más que velando por este movimiento que desaparece, al que algo entre nosotros, algo que rechaza todo recuerdo, pertenece desde ahora". Maurice Blanchot. "La amistad"
Cuando era chica, el día del amigo no existía.
Uno iba a lo del Bachi Fávaro, compraba queso y pan (anotado en la libretita negra, cuenta corriente de Reynaldo Gaspari) tomábamos mate cocido inconfundible, y eso era el día del amigo.
Uno era amigo cuando te gustaba la misma golosina, la gallinita (exilada de los padres) o porque ese vínculo nos diferenciaba claramente (con el tejo, la mancha o la botellita) de la familia. La escondida del verano exorcizaba la condena de quedarse solo.
Después uno se volvía amigo de alguien porque confiabas lo más secreto hasta desanudar el cuello, y la lastimadura propia tomaba estado colectivo, armaba cementerios a dúo, inviolables, perfectos.
Uno tenía un amigo. A lo sumo: dos. Había competencia sabia, para ganar o ser como tu amigo. Nos envolvía pasión por la igualdad, en la tiniebla primitiva e ignorante de los primeros años.
(Una vez, en la primaria, ella lloraba. Yo me largué a llorar porque ella lloraba y no por el motivo que provocaba su llanto. Ahí me di cuenta de que era mi amiga). Era turno tarde. Cuando éramos de cristal íbamos de una a cinco y media, hasta que al Ale lo atropelló un auto, y pensé en la muerte y a creer que no volveríamos a entendernos. Y la infancia perdía sus fragmentos de eternidad, los amigos corríamos hacia las casas a gritar que se congelaba el mundo, como jaurías ciegas que chocaran un telón caído. Perdiendo migas de Manón, perdiendo el talismán, la pesadilla.
Después la amistad fue más impura.
Hubo distancias y quedamos bastante más lejos que entre los palos del pidopán.
Vinieron épocas en que todos tuvimos teléfono pero eso no nos hizo más amigos.
Curiosidades del progreso.
Me separaron los años, jamás la oscuridad.
Y vinieron los nuevos, tuve de centinela a los de siempre pero la mixtura, la físicoquímica fue y es fenomenal y amparo en mi vida toda. Mis amigos son alimento al hervidero.
Escribime que vos escribías bien. Cuanto hace que no charlamos. Esa sigue loca. ¿Te acordás?. Tantos hijos. Una hija. Los títulos. Se fundió. Siempre igual. Se equivocó. Se casó. No se casó. No se casó todavía. Tiene una peluquería. Puso una farmacia. Se recibió. Che ¿se recibió?. Está con una mina. ¿Está con una mina?. Se le murió. No puede. Puede siempre. En Labordeboy. De Colón. A Colón. ¿A Colón?. En Wheelwright. Por Rosario. En Reconquista. En Monje. En Santa Fe. A Italia. No puso la veterinaria porque cría chanchos como el padre ¿te acordás?. Él presidente y yo vicepresidenta. Amiga de la esposa, muy amiga. Amigas y colegas. De Paraná. El padre está mal. Está bien. La Kabil. La Pato. El consultorio se le llenó. José y Nora. Nos seguimos prestando. Ponga alguna la casa y voy. Callate que no venís nunca. Todas con auto. Hagamos un viaje. Otro y otro más. Te lo presenté yo. Me la presentó Marcela. Preparen mate, fernet, sidra, tortas, pastas, patas, salamines, quesos, y hablemos. Hablemos. Charlemos. Che, conversemos. Hablemos siempre. Siempre lo mismo. Hace años que vos y yo hablamos de lo mismo. Somos amigas por eso.
El amigo va contra el plato vacío, envuelve de celofán la injuria, arde en la aguja fría, ofrece el ritual al alma convertida en alimaña, propone la madriguera, es un Dios malo y justo, deviene bujía, regala gestos, y, cuando andamos fulminados de voz ronca, el remolino de su corazón puede hasta hacernos levantar de la cama.
El amigo ve lo mismo en la mancha de humedad, y a mis dones los duplica solamente por amor. Es seguridad transpirada a pura camiseta.
Soy niña mantenida, cada vez que las veo.
No sé cuanto da la suma, pero, ahora que tengo años de practicar la amistad como mi hija la anatomía de su facultad ya, o Tevez los penales, ahora que el día del amigo tiene fecha, ahora que ya pasó la época de pasarnos maní con chocolate desde la otra butaca, que pasó la dictadura, el liberalismo, y algunos sueños; ahora que me tranquilicé bastante, quise pasar nuevamente por sus ojos.
Quiero pasar concretamente por esos ojos, como mirándolos por vez primera.
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