Lun 17.08.2015
rosario

CONTRATAPA

Había una vez

› Por Víctor Maini

A mis hijos nunca les leí un cuento desde las hojas de un libro, siempre lo hice desde el techo. Acostado junto a ellos, mirando el cielorraso, abría el relato con las mismas palabras de siempre, "había una vez..." Los oyentes se encargaban de llenar los puntos suspensivos eligiendo al protagonista, animal, vegetal, objeto o símbolo. El personaje se encargaba de sacarnos a pasear por los barrios de la ciudad, ríos, selvas y llanuras, distintos paisajes totalmente desconocidos para Disney o los hermanos Grimn. Dicen que la etimología latina de la palabra conversar significa dar vueltas juntos. En ocasiones se entabla una conversación mágica entre el cuentista y el escucha, coordinando emociones, abrazándose a una falacia en el medio de un campo imaginario. Creo que aquellos relatos fueron las primeras conversaciones profundas que tuve con mis hijos. De lo que nunca se enteraron fue que el final siempre lo escribieron ellos. Cuando los sentía compenetrados con la historia, me incorporaba para poder mirarlos a los ojos, allí estaba el final, como quien lee palabras escritas en un vidrio mojado, sólo tenía que descifrar sus miradas para encontrar el desenlace. Después, el tiempo se convirtió en distancia. Levantó paredones, abrió zanjas, fabricó vacíos en donde la realidad supo escribir historias tan tristes como impensadas. Hace unos días mi hijo varón se animó por vez primera a darme un beso y decirme "te quiero viejo", creyéndome dormido por efectos de la anestesia. Mi hija mujer, con quien siempre nos dijimos las cosas de frente, anoche, después de comerse la compota de manzana de mi postre, se acostó a mi lado y mirando fijo el techo de la habitación 215 del sanatorio Norte dijo, "había una vez...". Siguiendo su juego, completé la frase, "un hombre"... "Que cargaba con pesadas creencias en una bolsa agujereada por la duda", continúo la narradora. "Un bicho raro que solía confundir libertad con soledad, olvido con distancia, felicidad con tranquilidad. Un tierno disfrazado de rígido que atormentado por su incapacidad de demostrar sus sentimientos eligió el camino de la mentira para decir su verdad. Portador sano de varios ismos, machismo, capitalismo, nacionalismo, luchó sin tregua contra estos virus para no convertirse en un agente infeccioso. Un aparato descompuesto, imposibilitado para dar o recibir órdenes. Un loco que continuaba hablando con su amigo invisible de la infancia. Un individuo al que llegué a odiar porque lo amo, al que aprendí a perdonar como me perdoné a mí misma a medida que fui creciendo". El tono de la voz siempre dice más que las palabras elegidas. Para evitar que se quebrara me animé a interrumpirla. "Muy bella introducción... pero ¿qué es lo que hacía ese pobre hombre?". "Tejía redes con palabras para pescar sueños en el río de la vida", me respondió segura mientras giraba la manija existente a los pies de mi cama con la intención de elevar el respaldar. Mirándome dulcemente a los ojos, me preparó para que escuchara el final. "Ese mismo hombre contaba con una sospechosa negación al género del terror, amaba el suspenso, tal vez por considerarlo hermano menor del misterio, misterio del cual no podía escapar por el sólo hecho de pertenecer al género humano. Entendía que el ser no tenía forma, sexo ni color e intentaba abordarlo con palabras, gestos y silencios, sutiles herramientas capaces de llegar a lugares donde el cuerpo no puede pasar. Dicho sujeto hoy se debe enfrentar a la muerte por segunda vez, siente que ganará la vida desde el fondo de aquel misterio, que lo mejor está por venir como recompensa a tanto sufrimiento, tal vez porque de lo único que está seguro es que el mejor ser humano será el hombre del futuro. Sólo falta mirarlo a los ojos, para leer el final en su mirada de agua".

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