CONTRATAPA
› Por Eugenio Previgliano
(Dedicado a Silvia que me ayudó a caminar en un momento crucial)
Iré a Bolivia a pie si es menester: Caminaré con todas las suelas que tengo, muchos de los pasos que me quedan porque el camino es largo. Déjame intentarlo madre, cuando vuelva te regalaré crisantemos relucientes y tus ojos brillarán como el diamante. ¿Que te mueres dices? Pero si ya estás muerta desde hace años y a ninguna he encontrado que no te conozca, deduzco que en todas, en cada una de ellas, previsora madre, has dejado sólo y nada más que un poco de lo tuyo. Y ahí está tu gloria madre, no en haber elevado este hijo a lo que ha venido a ser solo, no en tus vanos intentos de acallar en mí lo que la especie me ha regalado. Iré, te lo concedo, tal vez no todo el camino a pie, pero buena parte. Elegiré un sendero pedregoso y serpenteante y probablemente opte por confundirme en toda encrucijada, porque de este modo madre, demoraré muchos más días de lo que hubieras preferido; ese es el costo madre, de haber muerto hace tanto tiempo: a mí también me ha tocado que te mueras. Al principio ha sido un poco doloroso, creo que eso fue hasta que me fui. Pero desde muy lejos también se nota que has muerto hace tiempo madre, y yo sé muy bien que jamás hubieras permitido que la vida y el tiempo hagan estas cosas conmigo, sé que me hubieras protegido de las canas, del dolor en las articulaciones, de la ingratitud de los hijos. Iré -ya te dije que te lo concedo-, una parte del camino en tren, madre. Pero en clase única: No toleraría saber, de las cholas con esos cestos misteriosos, que están en una parte del tren donde yo, solo como vengo viviendo desde tu fallecimiento obituario, no pueda verlas y además, -esto también te lo reconozco-, de tarde en tarde alguna de esas chinitas me gusta, y las toco, las acaricio, las huelo largo rato a la altura del cogote, les mezco los cabellos chuzos y al vientre de ella, de la chinita, lo siento como si estuviera lleno de unas mariposas azules y encantadoras que vi una vez volviendo de Calacoto. Por eso y por otras cosas es que iré en tren, en clase única, nunca jamás para conformarte madre ingrata sino por el mero gusto de concederte que al resto del camino, contento y floreciente, lo caminaré.
No pienses madre que por estar muerta seguirás callada, sabes muy bien que cada día de los que vivo hay algo tuyo que diré yo porque mi opinión -que yo siempre quise independiente- se ha formado en tu regazo, en tu dulce atormentarme para que no me mueva, para que extrañe, amaine y recuerde, para que me haga falta tu cariño, tanta falta que aún ahora que te has muerto -y cuánto tiempo hace de aquello- desee aún quedarme quieto sin salir a jugar con los vecinos ni a la hora de la siesta para ver si tus caricias.
Iré de a pie, inconcluso, calzando estas botas idénticas a las que una vez me sugeriste, caminando al ritmo del largo de mis piernas que son las de tu pobre hijo huérfano. No creas madre tampoco que la textura areólica de tus senos haya quedado en mi recuerdo; antes bien memoro los pechos pequeños y respingados de una india pequeña y manuable que me encontré en Texcoco una tarde de primavera y la exultante sencillez de las tetas de una morena de la Point-á Pitre que conocí en Paris.
Iré hasta el Beni caminando, madre, sin zapatillas, sin vestir ropa deportiva como la que nunca me compraste, pasaré de largo por Tarija, no me detendré ni en Huacaretá ni en Monteagudo ni en Tomina, iré derecho a Santa Ana de Yacuma a seguir caminando. rumbo a Castañal, hacia La Horquilla, y al llegar al Guaporé, te lo juro madre de una sola vez, me zambullire de pleno en las aguas del Guaporé a que me devoren las sanguijuelas para que el mundo vea, madre, que tu hijo, tu propio hijo, el hijo nacido de tus entrañas muertas, quiere seguir viviendo vivo por ahí, parrandeando por la vida.
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