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Miércoles, 23 de septiembre de 2015

CONTRATAPA

Como bandera a la victoria

 Por Juan Carlos Tizziani

Eligieron la plaza de Mayo para recordarlo porque era el solar de sus juegos de pibe y allí comenzó su militancia peronista en los '60. "Volvió a casa", había escrito su hija, Paula Molinas. Ella lo llamó como lo conocían sus amigos: "Buho". La hija, los hermanos y compañeros de Francisco "Pancho" Molinas lo despidieron debajo de un árbol histórico. El martes 1º de setiembre, la familia había sido citada por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) para entregarle los restos, identificados entre decenas de víctimas del terrorismo de estado, en el cementerio de Avellaneda. Era el último de los Molinas desaparecido. "Traer el cuerpo de 'Pancho' no es traerlo a él, pero sí un acto de justicia", dijo Paula. "Es poner las cosas en su lugar. Es cerrar un ciclo que da alegría, alivio y tristeza, todo junto. Es vencer a los que nos quisieron hacer daño".

El desgarro de los Molinas es una metáfora de la Argentina. Eran once hermanos, cinco murieron en la lucha contra el genocidio. Carlos cayó en Campana, en abril de 1975. Alberto, el mayor de los varones y secretario político nacional de Montoneros en el combate de Villa Luro, en setiembre de 1976, junto a Victoria Walsh. Los mellizos María Virginia y Publio y la compañera de éste, Alicia Bearzi, en diciembre de 1976, en Rosario. "Pancho" desapareció en febrero de 1977.

En menos de dos años, Alberto José Molinas y su esposa Rosa Benuzzi perdieron a cinco de sus hijos. "El dolor no logró reducir su inmensa capacidad de amar", relató Paula al hablar de sus abuelos. La persecución a los Molinas venía de antes. El 24 de noviembre de 1975, un atentado destruyó la casa de Alberto sobre la avenida General López al 2800, a mitad de camino entre la Casa Gris y la Legislatura. Y esa misma madrugada, una segunda bomba no explotó en la casa de su primo, Ricardo Molinas. "Era el Molinazo perfecto", recordó Susana, una de las hijas del ex fiscal. "Alberto y Ricardo eran hermanos de la vida".

Paula casi no conoció a su padre. "Durante años intenté armar sus recuerdos con lo que otros me dijeron sobre él. Ya me enojé, ya lo lloré, ya lo perdoné y ahora, por fin, lo encontré", dijo. Le contaron de la pasión y la entrega. "Mi papá era puro fuego. Era risa que perdura y vuelve cada vez que lo recordamos. Era compromiso, ese de poner el alma y dar lo que fuera necesario al amigo o al hermano. Todo esto es lo quisieron hacer desaparecer cuando se llevaron su cuerpo. Se equivocaron. Pancho siempre se quedó con nosotros".

Francisco Molinas tenía 28 años cuando lo mataron. Una de sus hermanas, María Teresa, recordó el día que restituyeron los restos. Esa noche no durmió, escribió a sus hermanos al lado de la urna. "Dieron la vida por un mundo mejor. Eran personas íntegras, de convicciones muy firmes. Nunca traicionaron sus ideales. La muerte de ustedes nos dejó un dolor muy grande que no se puede explicar. Nos ayudaron a recuperar la alegría sus hijos, que son nuestros hijos. En ellos quedó la confianza en el otro y el amor incondicional. Al final del camino, les preguntarán: '¿Han amado?' Ellos no dirán nada, abrirán sus manos vacías y mostrarán sus corazones llenos de nombres. ¡Hermanos queridos, presentes!".

La melliza de Pancho, Haydée Molinas dijo que un día soñó a su hermano. "Lo ví un segundo, pero lo vi". A la mañana siguiente llamaron a su puerta. Era su sobrina, Paula Molinas, a quien no conocía porque durante 18 años se crió en Córdoba con la familia de la segunda compañera de Pancho. Su mamá, María Guadalupe Porporato, cayó en setiembre de 1974, en Rosario, cuando ella tenía seis meses. Desde esa pérdida, Pancho no se despegó de su niña hasta que lo mataron, en 1977. En 1993, ella volvió a Santa Fe y le dijo a su abuelo: "Yo soy Paula". Los Molinas quedaron impactados porque durante años ellos creyeron que Paula era otra adolescente que vivía en Rosario. Un juez de San Isidro se las había entregado como la beba de Pancho. En 1995, los análisis genéticos revelaron que la otra Paula era Laura Fernanda Acosta, la hija de otro militante político, Lidio Acosta y de su primera compañera, María Dolores Vargas, que desapareció en 1977. "Ahora tenemos dos Paulas", suele decir Mariana, una de sus primas. Paula habló el sábado en la plaza y a Laura la esperaron.

Uno de sus compañeros Francisco Klaric recordó la militancia de Pancho y su pelea con "el corazón en la mano". "Los Molinas son inescindibles", expresó. "Por eso quiero reivindicar a los viejos que le dieron a esta patria esos hijos que entregaron su vida para que el pueblo sea feliz y viva mejor". Klaric dijo que ese legado se ve "en la juventud que se incorpora a la militancia". "Lo vemos a Alberto, a Pancho, a Carlos, a Publio y a María, a cada uno de nuestros compañeros. Por eso, los debemos recordar con alegría. Los Molinas deben estar orgullosos que dieron a la patria lo mejor que tenían, que era su corazón y su vida. Estoy seguro que el pueblo levantará su nombre y los llevará junto al de Evita, a la victoria".

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Paula Molinas se abraza con su tía María Teresa Molinas, sobre el final del acto.
Imagen: Eduardo Seval
 
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