Lunes, 28 de septiembre de 2015 | Hoy
Por Víctor Maini
A fines de los ochenta, la democracia se percibía más frágil que el cristal. Los sobrevivientes del espanto íbamos tomando conciencia, las marcas causadas por un gobierno demencial y policíaco eran perpetuas. El miedo estaba intacto, atento siempre a la posible vuelta de los tanques. Inocente a los camaleónicos cambios de los poderosos, el golpe de mercado. Corridas cambiarias, desempleo, hiperinflación, sonaban como bombas en una base social desinformada. El desencanto y la impotencia sólo me dejaban fuerzas para trabajar por mi sustento, no encontraba razón para estudiar otras culturas, civilizaciones antiguas o imperios olvidados. Mi refugio era el Rafa, canillita eterno de mi barrio. Un viejo joven, nunca decía que todo tiempo pasado había sido mejor, jamás me dijo que Moreno era mejor que Maradona. Aseguraba que la universidad de la calle era un verso, que sólo existía una Universidad libre y gratuita que debía ser alimentada por los conocimientos populares y viceversa. Hablaba de un dique intencional que frenaba dicho río de ideas, aislando en pequeñas islas a aburridos intelectuales que competían por quien había leído más libros, ellos también vivían en una mentira. Defendía a distintos autores que habían sido capaces de perforar dicha pared, se repetía en nombrar a Jauretche y a Scalabrini Ortiz. La tarde que adivinó mi preocupación, no dudó en ofrecerme ayuda. Señalándole las fotos de los saqueos que incendiaban las tapas de los diarios le confesé que no le encontraba sentido presentar un trabajo sobre el origen de la Escuela de Mentalidades, franceses que nunca imaginaron una realidad como la nuestra. "Al único francés que conocí en mi vida fue a un tal Laraignée, aguerrido defensor de River en los sesenta, pero mentalidades existen en todos lados.... te ofrezco el kiosco para un trabajo de campo", fue la frase que usó para cambiarme el estado de ánimo. Me senté en una banqueta dentro del habitáculo para observar el desfile de clientes y escuchar su posterior reflexión. La viuda del doctor Ferrer, acompañada siempre por una gran sonrisa dibujada con rouge, caros perfumes y ruidosas joyas, aparentaba ser una mujer feliz. Hablando en voz alta sobre el clima y la proximidad de sus nuevas vacaciones eligió rápidamente todos los magazines faranduleros. "El hombre no es lo que es, más bien es lo que le gustaría ser. Elena sabe que nunca saldrá en las páginas de dichas publicaciones, pero en cierta forma lo logra viviendo vidas de mujeres que lucen espléndidas. Tiene una brillante imagen pública, aunque en privado sufre depresiones directamente proporcionales a su euforia.Sortea abismos asistiendo a diferentes cursos de manualidades. Los fines de semana combate su tedio con ansiolíticos de papel", fue el diagnóstico del auxiliar de periodistas. El gordo "yuguero", vendedor de lácteos, se acercó decidido al puesto para comprar su revista sobre pesca y caza. Al mirar la tapa pensó en voz alta "¡qué hermoso animal!". "Lo conozco desde que nació, de pibe era fanático de "Pancita", hoy se parece al protagonista del cuento troquelado aquél, cuando consumía condicionadas a espaldas de su viejo hacía el mismo comentario que hizo al mirar el dorado fotografiado en la portada de la Weekend. El hombre no pierde su mentalidad, la transforma", fue el comentario alusivo. "Pistón" Acosta, oficinista, padre de cinco hijos, se alegró al encontrar en la tapa del Corsa a su Ferrari soñada. "El hombre no sólo es lo que hace, también está compuesto de silencios encapsulados, amores imposibles, deseos ocultos. Desde siempre se masturba con autos que nunca conducirá. Hay un piloto de fórmula uno dentro de él. Sabe de motores tanto, como un cirujano de anatomía", pintó con maestría al personaje. Posiblemente haya sido la mejor monografía que presenté en mi corto paso por la casa de altos estudios. En la biografía consultada recuerdo haber nombrado, entre otros, a destacados pensadores como Duby, Febvre, Foucault y a un desconocido Lerrafé.
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