CONTRATAPA
› Por Víctor Maini
No fue nada fácil ganarme la confianza de Jacinto Chiclana. Dicho nombre fue mi humilde aporte con el que supe engrosar la interminable lista de apodos con la que cargaba un anciano solitario y callado, cuya presencia ensombrecía la tercera mesa pegada al ventanal sobre calle Herrera del místico bar Life. Tardes completas pasaba aquél hombre, acompañado por un ajedrez artesanal en el que desarrollaba partidas interminables contra él mismo, un cuaderno de tapas azules en donde anotaba apuntes usando extraños signos y una inseparable mamushka. El agua gasificada, que consumía en exceso, contrastaba con su aspecto de guapo de principio del siglo pasado. La caprichosa luz de los atardeceres bordaba con sus arrugas distintos paisajes en su rostro."Los malos son longevos. Mi abuelo era malísimo y vivió como cien años.Este viejo loco, en ocasiones, me lo recuerda. Hay días en que me pide todo con señas, no pronuncia ni una palabra", lo describió alguna vez, la eficiente moza Carla. La sorpresa llegó junto a mi vicio, un papel doblado y una voz conocida, "este whisky ya está pago". "Siempre el coraje es mejor/ la esperanza nunca es vana...", decía el mensaje. Miré para el silencio y me encontré por primera vez con su rostro sonriente invitándome a acompañarlo. Me senté con el respeto propio a lo desconocido. "Qué es lo que quiere saber?", fueron sus primeras palabras. Dicha interrogación traía la carga de una afirmación, era una sola consulta la que podía efectuarle, no habría lugar para repreguntar o pedir explicaciones absurdas. "La muñeca,... por qué anda con una muñeca rusa?" optaron mis nervios por cuestionar. "Usted cree conocer a su mujer totalmente, o sólo siente poseer una máscara, un maquillaje?", como activando un enroque, pasó hábilmente de encuestado a encuestador. Leyó mi mutismo inquieto como una negativa rotunda y comenzó su relato. "Ocho años conviví con Ivonne, durante todo ese tiempo sabía que me ocultaba algo que ni ella misma conocía. Un ser sin nombre dentro de Ivonne, una esencia, un núcleo. Era como caminar por una casa llena de sótanos y pasadizos secretos desde donde me observaban constantemente. Cometí el error de querer descubrirlo. Fue como intentar levantar el velo de la diosa Isis. Mi necesidad de adorarla completa, poco a poco se fue convirtiendo en obsesión. Ella aseguraba amarme con todo su ser, pero a su vez había algo detrás de su risa, llanto o gemido que la contradecía, sobretodo en sus súbitas miradas. Temí descontrolarme y no dudé en hacer todo lo necesario para perderla. Cuando lo logré, no fui original para amortiguar mi caída: me dediqué a la bebida. Dicho misterio me ocasionaba mucha más sed que el intento de olvidarla".
Su largo paréntesis me hizo pensar que había llegado al fin de la historia. "No entiendo, disculpe, pero su relato no me dice nada acerca de la muñeca...", me atreví a señalarle.
"Su impaciencia es el rasgo que más me recuerda al hombre que fui alguna vez", dijo como pensando en voz alta mientras pedía agua mineral con el gesto propio de quien solicita otra ginebra. "Una noche, intentando conseguir mi dosis diaria de vodka, entré al stand de los rusos en la Fiesta de las Colectividades. Nunca imaginé que la respuesta a mi angustia estaba escondida en una muñeca de madera. La llevo conmigo como una condena por un lado y un agradecimiento por el otro, no la pude olvidar pero ya no me carcome ningún misterio" cerró su discurso con la misma mueca con la que lo había iniciado. "Sigo sin comprender..." fue mi sentencia. Con cuidado femenino, corrió los vasos y botellas que ocupaban la mesa, tomó la matrioska desde la silla más próxima con suavidad, la colocó frente a mí y con voz burlona me dijo: "Proceda, si se anima...". Concentrado, casi encantado con el ejercicio, comencé a descubrir cada una de sus partes. Las mismas figuras con distinta expresión se sucedían una y otra vez. Al destapar la sexta, al encontrarme de frente con la séptima y última pieza, la respuesta fue tan contundente como inesperada. En el cuerpo espejado de la última muñeca rusa pude enfrentarme como nunca antes con todos mis miedos e inseguridades. Con toda mi cobardía.
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