Lunes, 26 de octubre de 2015 | Hoy
Por Bea Suárez
"Fue necesario el grave, solidario lamento del viento entre los árboles,
Para que tú supieras más que nadie ese desesperado resonar,
Ese rumor sombrío con que pueden decirse las palabras
Cuando de nada vale su fugaz melodía,
Cuando en la soledad
la única apariencia verdadera
Contemplamos, callando, los seres y los tiempos que fueron
En nosotros
Irrevocables muertes cuyos nombres no sabremos jamás..."
(Olga Orozco. "Cuando alguien se nos muere", Obra poética. Corregidor, 1979)
Este octubre mi madre me dice: "Tenés que comprar vos la urna, de modo que hagan la reducción de sus restos, y la llevemos donde están tus abuelos en Wheelwright. En Funes, en tierra, todo es tan solo, que sería mejor juntarlos. Comprá la urna, yo me encargo del resto".
Tengo que compra la urna, entre demolición y plata, entre escombros y construcción definitiva.
Tengo que salir en pos.
En mi navío, a cazar una urna por Rosario. Reducirán sus huesos pero no su orgullo, su don de gente, su espíritu libertario. Tengo que comprar la urna donde el universo votará por flor o abecedario, elegirá vivir eternamente, pulverizar mi esperanza de volver a escucharla.
Tengo que comprar la urna del descanso, del vulgo, del presagio, del rojo encendido de su amor, de la indecisa enfermedad, de cuando se me fue y dejó creando a alguien.
Planeo salir por Callao, las florerías, tal vez en una vendan urnas.
Tal vez la compre un día en que llovía. Qué se yo. No es fácil elegir entre madera y misterio.
La que iba a cumplir mil setecientos años y recién ahí morirse defraudó mi inquietud, mi mente mi salario, y hoy la reduce un tipo municipal, un empleado bien pago, mientras tanto voy confundiendo ángel, vela, fantasma, amor urbano.
Me encomendaron comprar la urna en estas elecciones, no sé qué hacer, si llorar o arder, si sostener a quien alimentó el reinado de su nombre o explicarle a la memoria que me entienda.
"Deme una urna para poner en ella tanto destino", tanta su juventud exagerada, quiero una urna como balde de luz, donde quepamos las dos para toda la vida.
Una urna de fe sin luces mortecinas, la sed de lo viviente como extranjero, el exilio de un cielo verdadero, que esté apretado el sol en la caja injuriada.
"Buen día, vengo a comprar una urna" como quien lo hiciera con la higuera, el pasado, dos kilos de mes de mayo o el desdén de no tenerla. Démela, démela, envuélvala con tiempo, con un puñal que no atraviese el pecho, la urna capital, el agujero negro, el poema, la rosa, qué sé yo, no olvide incluir sus sueños.
La cuerda mentirosa del azar (muy difícil para alguien liberal) sus convicciones ya forjadas, lo peligrosa que ella era (lo mismo que ingeniero indeciso) hacen que al compactar lo que podrían: perdonarle, no me sienta yo del todo bien.
Deme una urna que voy a pintarla, a decorar el desencanto con que se nos fue yendo, a pintarla de corazón flotante.
Deme una urna para guardar a una criatura que se ha muerto de susto, que sucumbió al costado memorioso del enigma.
Se me escondió la sangre cuando el tipo me dio el vuelto.
Compré una urna para esconder su corazón, su edad.
Me dio el ticket, el valor de que quedó de su sangre.
Compré la pavorosa fuente donde poner su nombre y acaso, desenterrar este dolor que ha detenido mi vida, que ha perpetrado mi viaje.
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