Sábado, 16 de enero de 2016 | Hoy
Por Miriam Cairo
Enero entra en el seno del verano y sale por el hueco rosado haciendo burbujas de pez espada.
Esgrime el sado milagro.
Esgrima del sado amor.
El marquésespada contratado para mata bicho, como espantapájaros, para que proteja el jardín de las ladronas de niños nardos y de bebés repollos.
El Dédalomarqués contratado para ocultar miniaturas de Asterión en el laberinto de suculentas.
El Oriónmarqués, obrero cósmico, contratado para guardián de los consuelos.
El trabajo de todo marquésenero es encontrar
el sadoencanto entre los diminutos granos de arena;
el sadorumor en los lucíferos copones de Campari;
la sadocaricia en el mayor silencio.
Soy el marqués de la papa al aire, dice con orgullo marqués, el enero naciente, y da una voltereta inmensa, apoyado sobre su sólido pie venido allende los mares.
Enero marqués.
Enero zepelín.
Enero rumrum.
Enerito de oro.
El enerito marqués de los malvones se muerde por dentro,
se amasa a diestra y siniestra,
se lobotomiza,
se injerta,
se hermafrodita,
se sinestesia,
se hace perro,
se hace lobo,
se hace puerca.
Enerito marqués con látigo de muselina.
No temas: te hará más bien que mal, dice el marqués de la papa al aire.
Si duele lo hago y si no duele también, dice quien dice.
Es muy temprano, sugiere la miniatura de Asterión desde el laberinto de suculentas, pero su advertencia es impotente en el sadoamanecer.
¿Me ves?, dice el marqués.
Me veo, dice quien dice.
Entonces me ves, confirma el marqués.
Soy la miniatura de Asterión y los veo, dice el pequeño monstruo mirón.
Enerito fue siempre un mes abastardado hasta que viniste a sensibilizar la lengua, dice quien dice.
Vine para que la lengua de la poesía se lleve puesto todo el lenguaje, dice el marqués contratado para encender la linterna de los libros que se leen sobre el colchón caliente del sadoenero.
Al escuchar esto, el eneromarqués le mete un lenguaje luminoso y vibrante por la espalda a quien dice cosas que nadie más dice, para que no pare de decir.
La miniatura de Asterión se asoma una vez más entre las hojas con ojos que hacen creer a los niños repollos y a los nardos bebés que el sadolenguaje siempre siempre ha sido así de resplandeciente.
Pero las ladronas de flores les tapan los ojos con las manos y les llenan los oídos con crucifixiones. Llaman a las obispas y a los obispos consagrados para que prohíban la sadoensambladura de la palabra en el cuerpo, del cuerpo en la palabra.
Y las crisantemas chupasanto se les unen para prohibir la sadoescritura.
Y los olivos timoratos se santiguan con la misma mano con la que se matan.
¡Que se prohíba esta manera de decir!
¡Que se prohíba esta manera de amar!
¡Que se prohíba esta manera de ser!
Qué manera de prohibir, de prohibir, dice la miniatura de Asterión, con los ojos más grandes que la cara, mientras el marqués de la papa al aire sigue introduciendo su sadolenguaje, como un taladro de miel, a quien dice lo que dice.
Y la poesía se muerde,
se amasa,
se lobotomiza,
se injerta,
se hermafrodita,
se sinestesia,
se aperra,
se aloba,
se apuerca
a los pies del amor
y de la palabra.
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