rosario

Sábado, 13 de febrero de 2016

CONTRATAPA

El cerebro es un colibrí cuántico

 Por Miriam Cairo

El cerebro es un colibrí.

El cerebro es un receptor cuántico.

El cerebro es un pez de aguas profundas, forzado a vivir en la llanura, deseoso de volar.

El cerebro es un pájaro que quiere amor, amor compartido y cuando ya no sabe cómo alimentar su deseo, con el pico desgarra su propia carne nacarada y se la da de comer a las crías hambrientas de su imaginación.

El cerebro late como un corazón cuántico.

Todo comienza cuando el cerebro sale, por primera vez, como la viajera de un solo viaje.

Todos los viajes el viaje.

El cerebro festeja bajo la curva de un paréntesis y mira el interior del mundo.

Espía por la cerradura.

Encuentra insectos luminosos.

Encuentra un mundo adentro de otro mundo.

Lo que siente lo deja estremecido.

Si al cerrar los ojos no viera ese placer, se aterraría.

Con los pies en el suelo, señala más allá.

Señala el trópico.

Señala el iris blanco.

El cerebro toma el timón y queda el mundo boca arriba.

Naufraga Newton en su arca de Noé por los mares de la luna.

El corazón del átomo y el ensueño de las partículas son invisibles a los ojos.

El comportamiento.

En el mundo de los átomos y de la poesía siempre existe una incertidumbre que no puede ser superada.

El cerebro se pone la mano en el corazón.

Siente que está en celo.

El perfume del aire es cada vez más urgente.

Los humanos del mundo fornican como perros.

Hay un vaivén de juncos, de barcos, de cometas.

El cerebro entra y sale del mundo como un visitador indeciso.

Los fornicadores, como visitadores indecisos, indecisos, fuertemente indecisos, cada vez más indecisos, hasta que entran por fin, definitivamente, y se quedan allí dentro, fláccidos, rendidos.

Es una enfermedad del cerebro.

Los visitadores usan como termómetros los dedos.

El mundo es un asno que se alimenta de gramilla celeste.

El cerebro mete el dedo, sin dolor, en el ojo ulterior del universo.

Revuelve el cosmos.

La luna le acerca el pezón.

El cerebro es una cría que mama con devoción sin dejar de revolver el orificio del celeste.

El cosmos se pone en cuatro patas.

La luna no tiene miedo.

Al mundo no le importa nada.

El asno corcovea.

La luna sentada sobre el arpón del cerebro parece una estrella.

Newton saca la caña de pescar. Newton tiene miedo.

El cerebro es un semental.

La luna da a luz pequeños niños errantes que llevan en cada mano una flor, un durazno estelar, un verbo nuevo.

El cerebro es un pescador cuántico.

Mallarmé lanza los dados.

La bomba atómica nunca abolirá el azar.

Entra el cerebro como odalisca en el harem del tiempo.

La más mínima partícula del universo comprende que sería una torpeza no romper el velo y dejar que se derrame el polvo desnudo de la estrella desnuda.

El cerebro es un trapecista apto para saltar desde un átomo hasta el espejismo; desde una molécula hasta la esperanza.

El cerebro está harto del cliché de la dopamina.

Para los fotones es un hecho comprobado que los seres no están firmemente ligados a la realidad, como a otras sustancias.

Los fotones necesitan de una poética cuántica.

El cerebro caracol desata el pensamiento, pica con su aguijón, magnifica el desorden.

El caracol cuántico se excita ante todas las excepciones de la imaginación: le hace cuco a la metralleta lógica del uno más uno, dos más dos, y la metralleta lógica, muerta de miedo, dispara a mansalva, mata las mariposas, mata los caracoles, mata los poetas, para que no prospere el signo de interrogación.

El cerebro caracol es sensible a los estragos y a los besos.

El cerebro caracol se hace fuerte con los estragos y con los besos.

La metralleta lógica fumiga la gramilla celeste para que crezca la soja de la razón. Pa, pa, pa, pa, salen los proyectiles mata﷓gramilla﷓celeste.

Y el cerebro, que es un saltimbanqui cuántico, al ritmo de las balas inventa la danza del colibrí.

Mallarmé bate palmas.

Newton asa sus sardinas.

Noé reza.

La poesía canta.

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