Domingo, 29 de mayo de 2016 | Hoy
Por Javier Chiabrando
En esta época donde se diferencia claramente la mística de los ganadores de la de los perdedores, me pregunto si algunos argentinos no hemos sido criados para perder. A veces me levanto pensando en subirme a la Ferrari y salir a pasear, tratando de no olvidar que a mediodía tengo una reunión donde me ruegan que presida la AFA, que los pobres me envidian porque salió a la luz que tengo un par de off shore, todo mientras añoro mi pasado de fama, vedettes, escándalos y excesos.
Y luego me doy cuenta de que nada de eso existe porque, como otros argentinos, he sido criado para perder. Quizá es algo gestado en la interioridad de la pampa gringa de donde vengo. Así como algunas regiones tienen el Pombero y El Gauchito Gil, en otras tenemos esa mitología que comienza con que no está bien aparentar, vestirse de manera llamativa (lo dice el primer tipo que usó zapatos con plataforma en su pueblito), y mostrar lo que se tiene (si se tiene). Y al fin, uno termina preparándose para una vida de lucha donde ganar es una hipótesis lejana, incluso imposible.
El ADN del perdedor está inoculado en muchos de nuestros padres. Se contagiaron en corralitos, rodrigazos, corridas cambiarias, represiones y dictaduras. Se mama con la leche materna. En el agua de los bebederos de la escuela, clubes, plazas. Educar a un hijo para perder equivale a legarle la pasión por un club que nunca va a salir campeón. "Algún día, hijo mío, toda esta (derrota) será tuya".
Por ahí todo comienza con la vida de los abuelos usada como ejemplo, hombres y mujeres criados en el sacrificio y la eterna sensación de insatisfacción, de haber perdido algo (como el país de origen). La vida era un sacrificio tras otro o no era nada. Y eso en una zona rica. No logro imaginar cómo se educa para perder en una región pobre, donde del laberinto de la pobreza se sale donde empieza otro laberinto de pobreza. De nada sirve el ejemplo de los que son educados para perder y se vuelven ganadores gracias a un golpe de suerte o a un talento fuera de la norma, como Maradona. Maradona demuestra que si nacés en una villa, para dejar esa vida atrás tenés que ser Maradona. Sino, serás barrendero de la empresa de un ganador. O delincuente, un intento de evitar el mandato del perdedor. Es más, sospecho que algunos padres educan para delinquir como una forma de evitar ser un perdedor desde la cuna. A los sumo, pagás con la vida.
Pero no todas son pálidas. A aquellos que son educados para perder se les permite soñar con heredar un oficio, una panadería, un almacén, un auto, una casa, quizá ahorros. El sueño termina allí en la mayoría de los casos. Por eso M'hijo el doctor representó el paradigma del salto del pobre a la clase media. Pero el progreso del doctor se detendrá allí, nada indica que vaya a ser otra cosa que un médico de barrio.
Quizá el promocionado ego de los argentinos, que ha generado chistes a rolete, no es más que una forma de (intentar) huir de esa ancla. Y mientras el negocio es comprar a un argentino por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale, los que fueron criados para ganar (y heredaron el capital, las herramientas y una moral elástica) compran a precio de ganga las casas de los perdedores para sus piletas de natación. Y no exagero.
Pero, Chiabrando, ¿hay que ser un ganador a toda costa? Evidentemente no. Tipos como Van Gogh, Kafka, fueron grandes perdedores que murieron sin que su obra se conociera, pero con el tiempo se volvieron claves para entender el mundo. Claro que para la visión capitalista del mundo son y serán tontos que no pudieron "vender" su obra. Ganadores son los que ahora se pueden comprar los cuadros de Van Gogh para especular y colgarlos en sus cajas fuertes grandes como canchas de básquet.
A los educados para perder les lleva el doble de tiempo llegar al lugar donde se sienten completos o felices o satisfechos o realizados (si llegan) y suele ser en la antesala de la vejez. En eso la iglesia católica y sus cantitos juegan un rol importantísimo. No importa que uno venga de un hogar ateo. La iglesia deja a su paso tierra arrasada cuando transmite el pecado de no desear nada del prójimo (diría que la mujer es lo menos importante), y como si fuera poco te refriega en la cara la pobreza noble de los Franciscos de Asís.
La épica del perdedor y la del ganador siempre está ligada al dinero. Claro, of course, bien sûr, certo. El dinero es la medida de casi todas las cosas. Y si fuiste educado para perder, no te está permitido envidiar el dinero de los ricos, ni siquiera de los que se hicieron ricos con trampas, evadiendo impuestos, pactando con dictadores.Si sos criado para perder es pecado soñar con poseer lo de los ricos (no desearás la mujer del prójimo, ni tampoco sus vaquitas), es una infidelidad a la nobleza de ser pobre.
Pareciera que desertar de la clase social de la que se viene está mal, como si la clase social no se pudiera traicionar, como el club de los amores. Nuestra historia cotidiana está llena de justificaciones: "pobre pero honrado", "pobre pero limpito", "no es pobre el que tiene poco, sino el que mucho desea", o la frase de Pepe Mujica, tan olvidado en estos días: "Pobres no son los que tienen poco, son los que quieren mucho".
Las revoluciones políticas del siglo XX quisieron cambiar este paradigma. Dijeron: si nosotros no podemos ser como los ricos porque en el reparto nos quedamos sin nada, tampoco habrá ricos. Funcionó hasta que un grupo de gente dentro de "las masas" decidió que no quería ser del bando de los perdedores (en el sentido capitalista). Querían ser ricos, brillar, viajar en autos nuevos y usar Rolex caros que dan la hora a la misma hora que un reloj de plástico de dos mangos.
Queda por analizar, de ser posible, lo pernicioso que puede resultar el mito del trabajo como consolidación del hombre. (Y pido disculpas por la gente que hoy pierde su trabajo). Eso también ha enturbiado las aguas. Porque el trabajo que permite llevar el pan a la casa es la mayoría de las veces la consolidación de gente educada para perder engordando a los educados para ganar. Es una vuelta de tuerca de la publicitada meritocracia: tu mérito se termina adonde comienza el mío. Tus méritos te permiten pagar luz y gas (y agarrate Catalina), y los míos viajar al Caribe cuando acá hace demasiado frío.
Tesis, antítesis y síntesis. La síntesis es que el mundo necesita de los perdedores. Si no hay perdedores nadie barrería la casa de los ganadores, nadie limpiaría el culo de los viejos ricos, no habría prostitutas que con una llamada conformaran el deseo de los ganadores. Por eso propongo, desde este humilde lugar, una huelga de los educados para perder.
No digo que hagamos una revolución. Eso es cansador y lo más probable es que te rompan la cabeza a la primera oportunidad. Digo que les hagamos un corte de mangas, una broma de calidad, un chiste de salón. Que les peguemos un susto. Y de pronto, el mundo de los ganadores se quedaría por un rato sin mano de obra barata, sus estrellas sin espectadores, sus ostentaciones sin mirones ni envidiosos. Y ahí te quiero ver.
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