CONTRATAPA
› Por Roberto Retamoso
De la vasta bibliografía que produjo Adolfo Prieto me quedo, ahora que no está, con el último libro que publicó, el año pasado: Tiempos, Signos, Lugares. Y no lo hago por tratarse del último, siguiendo ese lugar común que afirma, o supone, que en el último libro de una obra importante se recoge el sentido global de la misma, sino por tratarse de un libro sorprendente, que abandona el terreno conocido de la crítica para internarse en el territorio hasta entonces inexplorado de la escritura poética.
Porque este último libro de Prieto posee esa condición, la de ser un libro de poesía. Un libro que su autor fue escribiendo en su largo exilio, que se inició en plena dictadura, y concluyó cuando regresó a Rosario, ya avanzados los años noventa, por lo que la mayoría de los poemas fueron escritos a lo largo de esas dos décadas que transcurrieron en la lejanía del norte americano.
Para quienes transitamos, desde hace años, la obra de Adolfo Prieto, la sorpresa de encontrarnos con un libro de poemas no deja de contener, al mismo tiempo, el sentido de la constatación de algo que siempre se intuye, o se supone, como es imaginar que, detrás de todo crítico literario, se esconde un escritor real o en potencia. Ello tiene que ver, naturalmente, con la especial inteligencia, la agudeza podría decirse incluso, que revelan los buenos libros de crítica literaria, donde el lector se encuentra con un autor cuya principal condición es la de ser, paradójicamente, un excelente lector de literatura. O no tan paradójicamente, quizás, porque la tarea de todo escritor, si lo es verdaderamente, requiere, de modo inevitable, aunque también indispensable, de una capacidad de lectura destacada, ya que la gran condición que exige un acto de escritura es la de poder leer lo que han escrito otros. Si no es así, o cuando no es así, lo que se escribe es fatalmente pobre o insignificante.
Claro está que no todos los críticos literarios dan semejante paso; algunos célebres, como Roland Barthes, narraron y expusieron de forma brillante sus deseos y sus merodeos en torno al acto de escribir, sin haberlo consumado nunca. Porque el ejercicio crítico, acompañado generalmente por el ejercicio de la docencia universitaria o para universitaria, tal como lo practicaran el propio Barthes y el mismo Prieto, supone el desarrollo de un riguroso discurso que aborda el texto literario como objeto de conocimiento y de valoración, lo cual suele producir, como efecto secundario y no deseado, un mecanismo de inhibición y censura en relación con la propia escritura literaria.
Lo notable, y lo curioso en el caso de Adolfo Prieto, es que venimos a saber, gracias a la aparición de Tiempos, Signos, Lugares, que durante muchos años practicó la escritura poética sin revelarlo ni dar cuenta de ello, probablemente por haber tenido que luchar en contra de ese mecanismo que suele inhibir a los críticos, del mismo modo que, suponemos, habrá evitado esa revelación su particular forma de ser, caracterizada por una personalidad y un temperamento radicalmente opuestos al histrionismo y al narcisismo imperantes en tantos otros casos.
Lo cierto es que, hacia el final de su vida, Adolfo Prieto entregó los textos que componen este libro a Nora Avaro, quien se encontraba preparando la edición de Conocimiento de la Argentina, el último de sus libros de crítica literaria, y lo hizo con la modestia, por no decir timidez, con que siempre trataba las cosas suyas. Gracias a Nora, y a la Universidad Nacional de Entre Ríos, el libro fue editado, lo cual nos permitió acceder a esta zona tan celosamente guardada de su escritura.
Y si bien es una zona exigua, porque el autor excluyó muchos poemas escritos a lo largo de su vida, es lo suficientemente significativa como para permitirnos apreciar de qué modo hablaba, decía, el profesor Adolfo Prieto cuando adoptaba el discurso de los versos y las figuras poéticas. Hablaba del exilio y la nostalgia, de la infancia remota asociada a la idea de pertenencia y de patria, pero también hablaba de los poetas, concretamente de Vallejo, y de lo que significa un diario de a bordo, que aunque esté escrito por Colón bien puede remitir al diario propio. Y lo hacía con un lenguaje y un tono eminentemente poéticos, tan sobrios y despojados de histrionismo como su autor, pero amasados por horas y años de lectura que, sin necesidad de exhibirse con vanagloria, estaban muy presentes en el momento de la redacción de esos textos.
Así, con el último libro, Adolfo Prieto vino a demostrar que, por detrás, o más allá de su escritura crítica, latía otra escritura, la de los poemas y la poesía. En una reveladora entrevista que acompaña al poemario, Prieto le dice a Nora Avaro, al modo de una confesión: "Lo que no sé, nunca sé, es si será poesía. El gran dilema: ¿esto es poesía, o es una cosa más de análisis personal? Que puede ser muy significativo para iluminar un aspecto de mi vida, una etapa de mi vida, que me puede ser útil a mí, para explicarme, para entenderme, pero de ahí a la poesía...No sé".
Seguramente que en la formulación de ese dilema se estaban manifestando todas las dudas, las vacilaciones, del crítico a la hora de juzgar su propia obra. Pero en este momento en que Adolfo Prieto ya no está podemos responder, apropiándonos de su pregunta para darle continuidad al largo diálogo que con él mantuvimos a lo largo del tiempo, que esto es poesía. Y agradecerle por habernos dejado también este legado, por inesperado que fuese, de su magistral escritura.
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