Sábado, 11 de junio de 2016 | Hoy
Por Leonel Giacometto
"La cuestión parece simple pero en realidad no lo es. La identidad es un proceso que, para bien y para mal ya se posee, venida de no sabemos dónde ni cómo puede hacerlo para venir desde algún tipo de, por decir, lugar donde esto no es igual en cuanto a medidas, valores y leyes que intervienen como una energía voluntaria e involuntaria que se viene sobre quienes dicen ser lo que son, o sobre los que no sabemos lo que son, o sobre quienes de tanto preguntarse empezaron a responderse de puro gusto nomás, como para no estar al pedo digamos, y sobre más de uno que se hace el pavo literal y consecuente porque, a fin de cuentas, cada uno hace lo que le va saliendo, no sabiéndolo, sabiéndolo como si, o como también algunos unos viven el privilegio de saber qué cosa se oculta entre esto y lo que contiguamente viene como suceso. Otros de otros, simplemente, son muy ricos o son muy pobres. Culpas varias acá, pero el gusto, a veces, se da de frente con lo cotidiano, con lo que es cada uno todo en sí todos los días, contra lo que uno debe ser, contra la influencia irremediable de eso y, sobre todo, contra el miedo de que lo que está pasando, aún siendo un apenas, sea un indicio de lo que vendrá, una cabalidad inescrutable. Entonces, esa cosa que llamamos identidad son pautas, actitudes, sensaciones, ubicaciones e intenciones de ordenamiento en pos del sentido de lo que será, pero también mientras está siendo, aún con afán infantil y buenas intenciones digamos. El nexo vinculador que recibe la confluencia de todas esas energías personales y colectivas es uno y, al parecer, somos una excusa algo endeble surgida del abordaje, digamos, que pende entre lo oral y lo tangible del continuo audiovisual de lo que otros fueron, son y serán, ahí como aquí como allí, donde por ahora uno, apenas y a veces, propone, interroga, infiere, aburre, exalta y circunda con la improvisación como promedio de acción en la energía humana de quienes prestan su cuerpo. Cuerpos en rededor a cada cuerpo donde las emociones se mezclan entre sí y entre ellos, nosotros, los cuerpos nos vamos contagiando, por momentos, deriva, pactos, insuficiencias emocionales, plenarias de afecto cierto, riesgos de valuadores, las herramientas para el consuelo, lo imaginable, lo posible, argumentales incertezas de la concentración, momentos impensados, risas de los nervios, recelos varios, ansiedad inevitable. Todos así nos vamos tirando para que cada uno de nosotros vaya tirando de sí. Todo esto mientras el chonguito le apuntaba, desnudo y nervioso de pies a cabeza. Entonces vos ahí pensás que no, no lo va a matar al pobre viejo, que no va a poder hacerlo, que después de todo semejante actor como el viejo éste, con lo fanático de sí mismo e insoportable que dicen que es, va a aceptar hacer una obra donde además de hacer de viejo puto roto de un amor que en realidad es puro sadismo, un actor de la tele en bolas le pega un tiro. Además, ése momento mientras hablaba fue todo y ya sabemos todos cómo los actores viejos y con oficio saben manipular y manipularse para ciertos fines. Sin embargo, el chonguito dispara, sale un fogonazo de verdad, todo el chonguito se arquea para atrás, y el viejo se da de golpe y rápido la cabeza contra la mesa. Un ruido seco y el apagón", dice el puto que cuando camina siente que una mano le acaricia la nuca que había visto y oído en una obra de teatro en mayo pasado, cuando andaba prendido de la vida de otro, quien ahora no sabe qué hacer para olvidarse, junto con el que siente la caricia en la nuca, las palabras del actor ése de la obra aquella, en el mes de mayo, cuando se creían uno, en la que trabajaba ése actor viejo que dicen que le gusta fajar mujeres, en la Ciudad autónoma de Buenos Aires, por la calle Mario Bravo, en ese teatro de tamaño mediano por donde circulan actores y actrices que van y vienen, que ya fueron, que quieren ir y venir hasta el cine y la televisión, que tienen y no tienen plata, y que el teatro hecho así a veces les funciona como un hotel alojamiento. Pero esto no le importa ni al que siente la mano en la nuca acariciando, ni al otro. Ambos recuerdan, en cambio y puntillosamente, el final de esa obra, sobre todo las palabras recuerdan, su ordenación para ser monólogo se saben los dos. Extraño. De igual modo y a fin de cuentas, lo cierto es que el otro no sabe que el otro también, puntillosamente, sabe. Fiel testigo yo, sólo deseo ser leído por ellos si es que la buena suerte acompaña este errar.
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