Lunes, 27 de junio de 2016 | Hoy
Por Sonia Catela
Olisqueos, nariz contra nariz, refregarse, "contigo pan y cebolla", tal el voto matrimonial de aquella pareja que lo antecedió a él, procreado, hijo, él, quien se agacha sobre Lila cubriéndola como una caverna,
la olisquea, "¿huelo a cebolla?", pregunta la refugiada en la negrura del torso, brazos, vellos de su hombre.
"Ojalá olieras a cebolla, el hambre me clava cuchillazos aquí", susurra Lorenzo, y la recoge, alzándola, campesino que arranca de cuajo frutos maduros que no come, que besa a bocados.
Lila le pasa la mano sobre el vientre desnudo, pan y cebolla,
mucha hambre, sí, los comestibles giran en lo alto, barriletes inalcanzables, entonces, chuparse las lenguas aunque eso no los sacie,
"mordeme", sugiere Lila, "no, no lo haré", "mordisqueame el vientre, sí"
"ya te dije que eso no", la riega con sus jugos interiores,
y aunque él olfatee al animal en la piel de Lila, hay también apetito de otra clase de cuerpo, ella se yergue, asustada, "¿oíste algún ruido de al lado, Lorenzo?" "no", "me pareció escuchar un lloriqueo..." "calma" la vuelve boca abajo, la abre de piernas y brazos, pero no desuella la res; es acogido en ella, posada ardiente, sin embargo... acoplamiento con escasez de carne, "hambre" repite él, y entra y sale, "te preparo un caldo", ofrece Lila, tratando de alzarse. Hay alguna papa, ¿hay?, un manojo de fideos ¿quizá? "no por el momento, gracias", "¿y un puñado de lo de siempre?" "me harté de alimentos balanceados. No soy un perro",
pero no se cansa de colgarse de ella,vaivén de ranassaltarinassobre el lecho, retozonas, olerla aunque...
ahora sí en el cuarto vecino se lanza la alarma, llanto que aumenta su volumen, sirena de patrulla policial. Grita el hijo de ambos, urge la presencia de su madre desde sus breves cinco meses de existencia, "que Juancito espere un momento", suplica Hernán, "ya se le pasará. ¿Le diste la teta?", "sí, hace algunas horas", y Lorenzo aleja el reclamo que ulula apretándole las orejas a su mujer, hamacándola, disolviendo sus "pero..." "vamos, Lila, este viaje no termina aún",
y gime, pan y cebolla, derrama algunas lágrimas mientras la toma suavemente de la cintura, la vuelca hacia atrás, y entubando la mirada de ambos, ellos ambos no dos sino una sola identidad, toma el seno izquierdo de Lila y con la mano le aprieta el pezón, su jugo lo salpica; se coloca la teta en la boca, comienza a chupar, primero como ondulando, luego con decisión succiona leche, besa a la hembra, se prende y alimentándose, él en ella y ella que lo amamanta, dos en uno, se abrazan, suspirantes, sonriendo a lágrimas, Lorenzo traga,
traga. Hambre.
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*Respecto a las prácticas atípicas de alimentación en situaciones de hambruna, el amamantamiento citado en el texto se conocía en épocas antiguas como "caridad romana". Un ejemplo se da en el Childe Harold de Lord Byron (IV, 148 ss.), que narra la leyenda de una romana que da el pecho a un anciano hambriento.
Pero infinidad de textos testimonian cómo en la realidad una hija acudía a la cárcel a alimentar de ese modo a su madre o padre presos. Uno de esos relatos consigna la presentación de la hija en la prisión: "No me den muerte, carceleros. No llevo nada, no tengo bebida ni alimento alguno para mi padre. Lágrimas, lágrimas traigo solamente para mi progenitor. Mis manos vacías lo atestiguan. Si el corazón de ustedes sigue sin creerme, desaten mi túnica, desgarren mi velo, sacudan con las manos mi vestimenta. No traigo bebida alguna que pueda salvarle la vida. Vamos, pónganme presa a mí también junto con mi padre en esta mazmorra subterránea. Déjenme entrar en la misma tumba, para que perezcamos juntos padre e hija".
"Y habiendo hablado así los persuadió. La muchacha corrió a la cueva y en la mazmorra derramó sin miedo la leche de sus pechos en la boca paterna, salvándole la vida" .También en pinturas (Rubens, G Ribera, entre otros) se documenta talmecanismo. Por otra parte, en épocas de escasez, los rosarinos han apelado a la ingesta de gatos (por ejemplo, en la década del 90). Y el escritor americano Henry Bukowski cita en varias de sus novelas la costumbre de alimentarse con balanceados de perros a la que se entregan los marginales del sistema en EEUU.
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