Sábado, 6 de agosto de 2016 | Hoy
Por Miriam Cairo
I
Me preguntaba si se habían empalagado de acentuaciones toscas y veri pudendas, cuando oí crujir los nombres o los horizontes de los poetas chinos, mirando hacia todos los ángulos de este papel venido de antiguas luces extinguidas. Pedí señales en cada gajo de pez centellante que los agitaba, cimbreándolos con esa facilidad propia de las cintas rosas, que allí quedaban como azucenas amarillas a veces moradas. O bien me quedaba mirando cómo desovaba algún astro sobre los platillos voladores de Dios, desde donde también la aurora respiraba horizontalmente.
II
Alguien corría por toda la línea del horizonte. Tras la costura del macho, en las contingencias de la contemplación, soltaba un hilito de baba. Nada decía el hombre. ¿Y qué, decía ella, si no podés más de una vez? Entonces el sol volvía a su cucha hasta el amanecer. El macho hacía sus atenuadas cuentas y, negro sobre blanco, se lavaba el mundo de aritméticas. Hay que ser optimista, decía ella, con la alegría en las manos y el tragaluz en la boca. De las posiciones horizontales pasaron a las verticales, sin alterar en absoluto esas cosas que saben arreglar los filósofos, habiendo sido éste un camino a seguir, o una ola en medio de la ambigüedad de los estoicos y de las pipas.
III.
De nuevo ha venido un pájaro girando, girando, a responder, en la primera ilusión del sonido, milagrosamente sostenido por el color o la pasión, y que no alcanza a ser tomado, es una cosa oculta que ni siquiera se puede pensar desde aquí, desde este lugar donde crece la verdad de los otros pájaros, donde llega la existencia de Dios con su reflejo gris, con su ruido horizontal, con su aura verde entre todos los azules.
IV.
No hay que darla vuelta toda ni para cualquier lado. Es de uso intercambiable. Cualquiera que presume dos caídas del presente no conoce la piel ni la voz de los fetos que conversan de nobles e innobles transeúntes que miden trechos cortos con buenos zapatos de excelente incongruencia. Tampoco hay que estancarse en un día puntual para que el mantra horizontal de los embriones salga de su invento favorable, y se cruce de vientre a vientre, o empuje al lector a ir del texto a las emergencias del olvido. Menos imposible aún es que una palabra se invente como totalidad de las palabras.
V.
Me basta con que todo cobre un sentido relacionado con la palabra cuerpo amarrada a las violentas alas de la palabra sexo, llevándola recto hacia el plano horizontal de la palabra estado que se derrumba con la palabra sacudimiento. Pero según un eje que siento, pienso protegerme de los próximos pasos como de los eclipses, para pronto pasar a la conciencia de otras escrituras corregidas, que habrían vuelto de un sueño a señalar las venas de zafiro que quizá dibujé con mi propio movimiento planetario alrededor del sol, o en la noche, donde espuman las mujeres el inmenso claror que siguen siendo, después de todo.
VI.
Horizontalmente se abrió y huyó como algo aplastante, a tal punto que los mares y los laberintos añadieron un dédalo absurdo, y la libertad, en fin, se deslizó hacia los lobizones enamorados como unas niñas sin genitales, y las palabras nuevas se le pegaron a la mujer que perdió un párpado de espuma, seria como los hombres tranquilizadores que permanecen en los arcoíris. Horizontalmente la emoción se deshizo en formas que no derogaban las sílabas gitanas, y como nunca, los lirios de un minuto, de un día, cayeron sobre arenas ignorantes. Horizontalmente el universo con lobizones y sin santos pudo oír por fin la voz de sus ángeles.
VI
Ayayayay, era una hoja cuya verdad horizontal descansaba en una sandía, cuando no en un romano del imperio que era el fantasma del catalejo a setenta y cuatro metros de la mariposa que volvía del infinito, e iba a dominar todo el imperio, a carcomerlo por dentro, a zarandear el inmóvil sexo de las campánulas que parecían violetas.
Ayayayayay con una tensión espantosa ahora se ve ese absurdo, ese imposible pegado a algo trascendental que se convierte en arboristería de la verdad, una ironía con ojos de suprimir la franja terrible que separa la vida de Moisés del muchacho travestido, despojado de las tiaras pero que se vuelve esperanza atada al ombligo de una diamela.
VII.
Nada más que alguna lámpara, ni siquiera los restos del anochecer donde hubo costumbre de encontrar apestosos juegos. Las escalas de valores tiemblan, muestran unos techos dorados, guirnaldas, un total de ceremonias comunes, en fin, muy calientes, para que cada uno aclare lo que engendra. Yo, por ejemplo, para despertar a los filósofos he escrito sobre la riqueza sexual de los gusanos de seda, ¿por qué no de los filósofos? porque apenas si puedo despertar por la mañana y al mismo tiempo saciar las demandas de mi camelia.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.