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Lunes, 22 de agosto de 2016

CONTRATAPA

La botella

 Por Virginia Ducler

Mi tío Alberto era inventor. Una vez inventó una botella musical. Cuando uno se servía la bebida que la botella contenía -cada cual podía cargarla con lo que quisiera, pero nosotros le poníamos agua- la botella "sonaba". Había tres melodías diferentes: "Para Elisa", "Yesterday" y "La cumparsita". A nosotros nos había regalado la de "Para Elisa".

Cuando yo era chica estaba fascinada con esa botella. Daba la casualidad de que la chica que limpiaba mi casa en esa época se llamaba Elisa. Y como en la infancia todas las cosas tienen una relación natural y lógica, yo estaba convencida de que era por ella que la canción se llamaba así, y de que si teníamos esa botella en casa se lo debíamos a Elisa. La botella estaba siempre cargada y en los almuerzos formaba parte de la mesa. A veces, cuando tenía sed, en cualquier momento del día, yo abría la heladera y tomaba agua de la botella para escuchar la melodía. Cuando uno se servía, sonaba una parte de la canción. La melodía continuaba en los siguientes vasos, hasta que terminaba y volvía a empezar. Yo la conocía de memoria; por eso sabía perfectamente qué tramo de la canción sonaba cada vez, y la terminaba en mi cabeza.

Un día, mientras almorzábamos, mi hermano y yo empezamos a pelear. Mi papá se enojó, agarró la botella y amenazó con rompernos la cabeza. Nosotros nos quedamos quietitos porque amábamos la botella. Mi mamá le dijo: "No te la agarres con la botella, ¿qué te hizo la botella?". Ella quería mucho a su hermano Alberto, y si le pasaba algo a la botella se pondría muy triste. Mi papá siguió comiendo pero no dijo nada.

La botella era de loza marrón, y unos dos centímetros arriba de la base tenía una abrazadera de metal de un centímetro más o menos. Debajo de la abrazadera, la loza era de otro color, un marrón bien clarito. Por eso yo sospechaba que el mecanismo que daba origen a la música se hallaba en la base, debajo de la abrazadera. Aunque parecía que el líquido llegaba hasta abajo. Era un verdadero misterio.

Cuando yo tenía diez años, me peleé con mi mamá porque no me dejaba llevarla al picnic del día de la primavera. La noche anterior me encerré en mi cuarto y lloré mucho. Al final la convencí, pero para que no se rompa tuvimos que envolverla en papel de diario y en varias bolsitas de nailon. No fue una buena idea llevarla, porque mis compañeros se la pasaron sacudiéndola, hasta que me enojé y se lo dije a la maestra, que la metió en su cartera hasta que terminó el picnic.

Una vez la cargamos con jugo Tang. Era raro ver salir de la botella algo que no fuera agua. Era como una transgresión, como si la botella se hubiera intoxicado. Después tardó mucho tiempo en irse del interior el recuerdo del jugo. Mi mamá le tuvo que poner agua con detergente y la dejó ahí hasta que se borró el gustito a naranja.

Cuando yo tenía trece años se murió mi papá en un accidente. Después del entierro vinieron algunos parientes a mi casa. Estaba el tío Alberto. Cuando mi mamá puso la botella en la mesa, dijo: "Ah, ¿todavía tienen la botella?" Se sirvió agua y sonrió cuando sonó Para Elisa.

Con el tiempo, la música de la botella se fue apagando. No sé en qué momento mi mamá decidió sacarla de la heladera y reemplazarla por una botella de plástico grueso y transparente. Tal vez haya coincidido con el momento en que Elisa dejó de trabajar en mi casa.

Pasaron muchos años, me fui de esa casa, estudié, trabajé, tuve un hijo, viajé... Hace unos días tuve que volver porque le tocó el turno de morir a mi mamá, y hubo que desmantelar la casa para venderla. En un mueble de la cocina, en el fondo, de pie, fiel, llena de polvo y de esa pátina pegajosa que recubre los objetos cuando no se tocan durante mucho tiempo, estaba la botella. La tomé por el pico y la invertí para ver si todavía sonaba Para Elisa, pero la botella estaba muda. La sacudí varias veces hasta que sonó una partecita de la canción, muy pero muy lejana.

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