Domingo, 4 de septiembre de 2016 | Hoy
Por Javier Chiabrando
Todo el mundo debería escribir la novela de su vida. Y no para editarla y volverse famoso, millonario y adorado (yo lo hice y a la larga aburre), sino para leerse como personaje, odiarse, quererse, enojarse con él (con uno) cuando no hace lo que uno desea, cuando en el momento clave de su vida elige lo contrario a lo que hubiéramos elegido nosotros, simulando olvidar que estuvimos ahí y que elegimos lo mismo.
Es como una sesión de terapia pero más barata, más larga, donde no estarás obligado a confesarle nada a otra persona sino a vos mismo, tu único interlocutor, juez, parte, lector y leído. Se puede mentir. Los escritores siempre mienten. Pero si mentís, la mentira estará más presente que la verdad. Porque mentirle a los otros es fácil, pero mentirse a uno mismo no es joda. Hay quienes lo logran. Para lograrlo hay que ponerle huevos, ovarios, energía y buena letra, quiero decir buena prosa. Y aun así...
Ni hablar de esconder. Barrer cosas debajo de la alfombra puede significar comprobar que la pobre ya desborda de basura escondida. Y nada de escribir sólo méritos (suponiendo que tengas) y que la novela termine en la página veinte. Porque las doscientas páginas donde no escribiste las bajezas, los olvidos y las injusticias serán como el pedazo de iceberg abajo del agua, el pedazo que hundió el Titanic; imaginate lo que puede hacer con vos. En ese caso no escribas la novela. Mejor escribí una boleta del PRODE, que por ahí...
Si muchos escribiéramos la novela de nuestra vida nos encontraríamos en un cruce de calle, yendo a una marcha de las Madres algunos, volviendo de una marcha a favor de la libertad domiciliaria de los represores otros. Pidiendo justicia todos, pero teniendo todos una idea diferente de lo que es la justicia. La vida imita al arte. O el arte imita a la vida. Para el caso es lo mismo. Porque lo que importa es de dónde venís y (sobre todo) adónde vas. Metáfora más o menos. Adjetivos más o menos.
En esa novela estarían nuestros padres y abuelos construyendo el país que hoy da un poco de vergüenza, el que los hace protestar como si lo hubieran construido los marcianos. Mientras tanto, protestando, nos enseñan que nosotros también tendremos la posibilidad de responsabilizar a hijos y nietos por nuestros errores de hoy. Es un consuelo. Ese puede ser el epílogo de la novela, a manera de sorpresa, con un buuuu... como aparecen los fantasmas en las películas.
La novela de la vida es ver el pasado a través de los ojos del presente. Debería tener quinientas páginas, o mil. O cinco mil si tenés ganas de sumergirte en la oscuridad de tus miedos y errores. Vas a llorar, a cada rato, a cada página, viendo amigos y novias perdidos por una palabra dicha a destiempo, por una no dicha. Viendo que la pereza te impidió estar donde debías, que el miedo y el resentimiento te nublaron el juicio más de una vez. Y si no te importa al escribirlo, capaz que te transformás en un gran personaje literario, de los que se estudian en foros y congresos.
No va a ser sencillo reencontrarse con aquel imberbe de discurso revolucionario que se ha aburguesado con excesiva facilidad. No va a ser sencillo reencontrarse con el joven gorila, clasista, indolente, desentendido, abúlico. El que creía las mentiras con excesiva facilidad a pesar de que sabía que le macaneaban. Y peor va a ser comprobar que todavía espera el premio que suponía que iba a ganar por ser así.
Decía Marx que la historia se da primero como tragedia y después como farsa. La tragedia (no en el sentido literal, claro) ya sucedió, y varias veces. Ahora es momento de la farsa. Y antes de que la escriban los otros, es mejor hacerlo uno. Quizá en varios millones de farsas podamos encontrar explicaciones, vernos en perspectiva, como vemos países que creemos conocer por el cine y la televisión. Quizá así nazca una Argentina mítica, épica, opulenta, donde todos tengamos un destino de celuloide y besemos a la princesa antes del The End.
Francis Scott Fitzgerald dijo: "No hay segundos actos en las vidas americanas". No conocía Argentina ni las ideas que Chiabrando es capaz de meterle en las cabezas a sus lectores, más cabezones que él. Escribir la novela de tu vida es la posibilidad de un segundo acto. Que se parezca o no al primero, depende de tu pluma y empeño. Depende de tu amor a la vida, de tu capacidad de odiar. Depende de las veces que sentiste vergüenza y de las ganas de confesarlo. Total, el escritor, lector, personaje y juez, siempre serás vos. Peor para vos. Mejor para vos.
No te va a gustar encontrar que, en este querido país, el paso del tiempo hace que dos cosas que se llaman igual sean tan diferentes: el radicalismo, los bizcochitos 9 de Oro (ahora tienen grasa dietética) y los Aero (ya no tienen agujeros). O que dos cosas que se llaman diferentes son iguales: el menemismo y el macrismo. Y va a ser duro encontrar cosas que son y se llaman iguales: injusticia, hambre, ninguneo, frustración, desmemoria.
Vas a ver que algunos traidores de tu infancia siguen siéndolo. Que algunos buenos se volvieron traidores. Que los superhéroes de tu infancia engordaron, murieron o les descubrieron bóvedas llenas de joyas en Suiza. Pero habrá héroes que antes no estaban. Eso sí, tendrás que buscarlos con tu pluma, tus ganas de amar y tu esfuerzo para no odiar. Vas a tener que esforzarte para encontrarlos y poder ponerlos en la novela de tu vida. Están ahí, se parecen a vos. Podés ponerle tu cara, si querés, nadie te lo va a reclamar.
A nadie le va a molestar que en la novela te muestres (a veces, no todo el tiempo) como un héroe. Que salves a la bolivianita tiranizada en el taller, al pibe obligado a laburar en el campo, a la obrera que cobra menos por el doble de trabajo. Lo que va a importar es cuánto esfuerzo deberás hacer para volverte un héroe, si bastará con un pequeño empujón o deberás comenzar de cero, como si cero fuera la suma de tus méritos. Si eso tampoco basta, entonces tendrás que escribir cien páginas más y luego vivirlas.
En esa novela podríamos despertar a la vida antes de lo que lo hicimos realmente. Poner a nuestro personaje, a nuestro yo, en la primera ronda de las Madres, tirando piedras ante cada injusticia, marchando cada vez que se defendía a los débiles. Por ahí uno entiende dónde estaba parado de verdad, si vivía y actuaba como creía que vivía y actuaba. O si era como el tero, que ponía los huevos en un lado y terereaba en otro. Si eso te avergüenza, siempre podrás escribir doscientas páginas más y luego vivirlas.
Y con tantas novelas sobre nuestras vidas escribiríamos la Novela Argentina. Porque al escribir sobre tu vida vas a tener que escribir sobre los otros y al fin del país todo, y comprobar que muchos hechos del pasado y del presente se parecen y que ante ambos adoptaste posiciones absolutamente opuestas. O que adoptaste posiciones idénticas aunque vos ya no eras el mismo.¿Bueno, malo, correcto o no? Eso lo sabrás vos y solo vos. Nadie puede ayudarte. No basta con corregir los errores de sintaxis. Acá sintaxis es sinónimo de vida.
Y así uno puede encontrarse con que ha sido coherente. O que su ideario ha basculado como ha basculado el mundo. Una novela sobre la vida es tener que enfrentar un exhaustivo archivo, y quizá nadie, ni nuestros vecinos y amigos (también protagonistas), ni uno mismo, resiste a esta altura un archivo o un carpetazo. Por ahí lo que no se logró en la vida se corrige en la novela. Cierto que será una ficción, pero como dicen que la vida imita al arte, quién te dice...
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