Vie 07.10.2016
rosario

CONTRATAPA

¿Qué se necesita para hacer un lobo?

› Por Nicolás Uribe

Sólo están padre e hija en la vieja casona de Olivos. Juliana, la madre de la niña, ha viajado a Catamarca para hacer beneficencia. Ya han jugado con la casa de muñecas, ya han dibujado y mirado los dibujitos animados, ya han calentado uno de los tupper con comida en el microondas. "Papá, sólo me queda una pila. Por favor, llevame a dormir"(1). Antonia tiene diez pilas que se le van gastando. Mauricio, el padre alza a la niña y la sube por las escaleras. La recuesta y cubre con las mantas. Le canta una canción de cuna, ella se sumerge en el sueño. Apaga la luz del dormitorio, y se va a su propio cuarto, a pasar las horas mirando un programa cómico en la televisión.

Es la noche de un domingo de otoño triste, oscuro y silencioso. Un aire de severa, profunda e irremediable melancolía lo invade y penetra todo. Su cabeza no está en esa pantalla. Piensa en que mañana tendrá que ir a trabajar, a enfrentarse otra vez con las ridículas obligaciones que él mismo se ha impuesto (siempre vivió de las empresas de su padre hasta que en un momento, un capricho parecido al orgullo -o quizás vergüenza le dijo que hiciera su propio camino). Y allí está. Sintiendo una frialdad, un abatimiento, un malestar del corazón, una irremediable melancolía de pensamiento que ningún acicate de la imaginación podría tornar en algo sublime (2). Poco a poco se adormece.

La casa está silenciosa. De vez en cuando, el leve crujido de una madera.

Antonia se revuelve en la cama y abre los ojos: El lamento de un perro solitario que aúlla a la noche la ha despertado. A través de las cortinas que cubren la ventana, allí donde los postigos ajustan mal, distingue la familiar franja de luz producida por la luna llena (3).

Los gatos bostezan porque se dan cuenta de que no hay nada que hacer (4).

La niña sale del cuarto. Baja las escaleras. Abre la puerta del living, y se hunde en las frías tinieblas. ¡Adiós, resplandor vivo de los estíos veloces! Escucha ya caer, con fúnebre entrechoque, la leña que retumba en las losas del patio (5).

Los ruidos y el frío entrando por el living despiertan a Mauricio. Parpadea varias veces para convencerse de que no está soñando. Titubea. Comprende que la cosa no es ninguna pesadilla, y se levanta al fin, aunque maldiciendo entre dientes por haber sido molestado en las mejores horas de su descanso. En camiseta, llevando solo los pantalones y el revolver en la mano desciende las escaleras (6).

Sale al jardín.

Paredes desnudas. Las ventanas vacías parecen ojos, juncos escasos y siniestros, y troncos blanquecinos de algunos árboles marchitos y secos (7).

Grita repetidamente el nombre de su hija. Es en vano: Sólo obtiene el eco de su propia voz como respuesta.

Refugiada tras un ombú en el fondo de la estancia quizás presintiendo lo que va a venir , Antonia buscó la soledad de un lugar apartado. En estado de trance, no llegan a sus oídos los angustiantes llamados de su padre. Se tira al suelo y rueda tres veces de izquierda a derecha diciendo un credo al revés. En su conciencia las imágenes caen lentas y silenciosas como la nieve. Siente como se convierte en un animal. El color oscuro va invadiendo silenciosamente su carne. Convulsiones de lujuria. Sus piernas adquieren una forma bien torneada, una calidad como polinésica. Todo se agita, cobra una vida furtiva, temblorosa. La noche parece temblar, vibrar, entrar en movimiento (8).

La niña lobizón se levanta con la forma de un perro inmenso, de color oscuro que va del negro al marrón bayo, ojos rojos refulgentes como dos brasas encendidas y patas muy grandes que son una mezcla de manos humanas y patas de perro. Despide un olor fétido, como a podrido. Luego se levanta para vagar hasta que caiga el día (9), sin embargo, tras avanzar unos pasos, su padre se interpone en su camino. A pesar de la metamorfosis, Mauricio reconoce el rostro de su hija tras aquellos ojos salvajes de la fiera. Bajando el revólver, intenta hablar con ella, "Antonia, hija mía, ¿Qué te pasa? Vos siempre tenés diez pilas, pero hoy tenés cien pilas... ¡Estás terrible!".

La niña lobo, se levanta sobre las patas delanteras, con un gruñido sordo. Mirada inmóvil, las orejas paradas.

"Vamos amor, calmate, tranquila. Vos siempre igual, te debo decir, tenés más pilas que yo... ¡Y las necesitamos! Las necesitamos para caminar juntos, ponernos de pie y avanzar hacia el futuro, porque ¡Se puede! ¡Sí, se puede!".

Por segunda vez el gruñido suena, pero esta vez es doble.

"Hija, ¿qué te pasa? Por favor ¿En qué te has convertido?".

Enseguida el lobo gruñe y se hace enorme, con el pelo erizado y los vellos retraídos. Fija los ojos en los de su padre con una expresión de profunda rabia y rencor. Durante cinco segundos lo quema con su odio. Él apunta con el revólver tembloroso, pero firme en sus patas el animal se levanta de un salto, tiende el hocico, y se lanza hacia su padre.

Un alarido de terror sale del fondo del patio. Los insectos callan su canto, sólo se sienten las sacudidas, otro alarido de terror llega, y una voz fina, diluyéndose, dice "Sí, se puede" sí... se... puede "¡Que viva el amor!".

1 Mauricio Macri, discurso en acto con jubilados, Santiago del Estero, 31 de Mayo de 2016.

2 Edgar Allan Poe, La caída de la casa Usher.

3 Gordon Lumas, La canción de la pólvora.

4 Jack Kerouac, La escritura sagrada de la dorada eternidad.

5 Charles Baudelaire, Canto de otoño (Las flores del mal).

6 Gordon Lumas, La canción de la pólvora.

7 Edgar Allan Poe, La caída de la casa Usher.

8 William Bourroughs, El almuerzo desnudo.

9 Horacio Quiroga, El lobisón.

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