Miércoles, 19 de octubre de 2016 | Hoy
Por Roberto Retamoso
Transcurren unos días donde lo que más se oye es la voz de las mujeres. Ha finalizado este último fin de semana largo el 31º Encuentro Nacional de Mujeres en nuestra ciudad, donde esa voz se multiplicó prácticamente de forma ilimitada, y de diversas maneras. La más estentórea posiblemente sea la que se expresó en múltiples grafitis, más o menos ingeniosos, más o menos significativos, más o menos elocuentes, pero que en todos los casos revelaban una palabra insumisa que venía a proponer la emancipación femenina respecto de formas de sujeción universales y milenarias. La más reflexiva se hizo evidente en los numerosos talleres realizados para abordar todo tipo de temáticas, donde las mujeres pudieron decir lo suyo en un ámbito de solidaridad y horizontalidad que recordaba, actualizándola, la mejor de las tradiciones de democracia directa y participativa (la otra cara de la democracia procedimental y formal que prevalece en nuestras instituciones republicanas).
Pero cuando todavía no se habían apagado esas voces, un nuevo femicidio, el de la adolescente Lucía Pérez cometido en Mar del Plata en el que los grados y niveles de las vejaciones practicadas contra su cuerpo nos sorprenden cuando creíamos que ya nada podría sorprendernos volvió a conmover a nuestra sociedad, y volvió a hacer sonar, potente como nunca, la voz de las mujeres, que responde convocando a un paro nacional esta tarde.
Vivimos, de tal modo, unos días y un tiempo signados por la voz de las mujeres. Y si bien esa voz se hizo oir en la extraordinaria marcha que cerró el encuentro como un coro conformado por decenas de miles de gargantas, no es ésa la única posibilidad que tiene de manifestarse. En estos mismos días, tuvimos la oportunidad de leer un libro tan pequeño como excepcional, de Eugenia Straccali, intitulado Abismadas, donde también se dice, se revela, la voz de las mujeres.
Y decir que en ese hermoso libro también se revela la voz de las mujeres no tiene nada de figurado: literalmente es así, porque se trata de un conjunto de poemas escritos por una mujer en los que hablan solamente mujeres. Claro está que no se trata de mujeres del común, puesto que quienes hablan en los poemas son figuras características de la mejor tradición mito poética de la cultura de Occidente. Vale la pena mencionarlas: Clitemnestra madre de Ifigenia , Fedra, Casandra, la propia Ifigenia, Desdémona, Lady Macbeth, Helena, Julieta, Ofelia y Naúsicaa. Un conjunto de mujeres enraizado en lo mejor de la antigua poesía griega, y en la obra de quien fuera señalado por Harold Bloom como el centro del canon de Occidente: William Shakespeare. Se trata, entonces, de las mejores criaturas de la literatura occidental, aunque hayan sido engendradas, de un modo que quizás podría pensarse paradójico, por hombres.
Pero ésa no es la cuestión. La cuestión es el modo en que Eugenia Straccali se apropia de esa tradición no para reiterarla, sino para recrearla, re escribirla, desde un "hic et nunc" como dirían los antiguos o en nuestros propios términos, el aquí y el ahora que constituyen su particular instancia de enunciación poética. ¿Y cómo reescribe Eugenia Straccali esa tradición milenaria y venerable?... No desde el lugar de pleitesía o reverencia al que querría o podría confinarla el discurso patriarcal, sino desde el lugar irreverente, por momentos insolente, de una palabra inequívocamente femenina.
De una palabra que asume gozosa su condición libidinal y deseante para resignificar el lugar de esas heroínas, a las que la palabra poética convierte en mujeres capaces de transgredir los mandatos y las convenciones que querrían ceñirlas en lugares social y culturalmente pre establecidos. ¿En mujeres modernas?... Quizás, porque el libro las hace hablar una lengua que es muchas lenguas a la vez, una de las cuales es claramente actual y argentina: son mujeres que, al hablar, vosean.
El recurso es notable. Porque el discurso de las heroínas que hablan en el libro posee una "elocutio" clásica. Son dramáticas, y trágicas, como corresponde al "pathos" con el cual y desde el cual fueron engendradas hace siglos; pero son, en simultáneo, absolutamente melodramáticas, como si sus voces hubieran salido no de la mano de Eurípides o de Shakespeare, sino de la de Arlt o Puig. Por eso, y por tantas otras razones, son mujeres que no usan el tu o el ti sino el rioplatense vos, tanto más familiar y verosímil para sus inmediatos lectores.
Estamos hablando, en consecuencia, de voces femeninas. Pero lo que hemos hecho, en rigor, ha sido leer un libro. Y la lectura, como todo el mundo sabe, no es audición sino mirada. Esto nos recuerda una anécdota que solía referir uno de los notables profesores que supo tener la carrera de Letras de nuestra universidad, Nicolás Rosa, quien citaba a San Agustín, cuando narra en sus Confesiones el modo en que lo había impactado ver al obispo Ambrosio de Milán leyendo en voz baja. Porque para Agustín la lectura silenciosa era un modo de abstraerse del mundo, entregándose por completo a la comprensión de la letra.
Si bien esa escena no deja de ser persuasiva, y anticipatoria respecto de nuestros burgueses pero inevitables hábitos de lectura leer silenciosamente en el espacio recoleto de la intimidad hogareña ha sido uno de los logros de la democratización burguesa del mundo moderno , no es necesariamente verdadera. Porque leer, ese movimiento de la vista que recorre el texto impreso en silencio, también puede ser un modo de reconocer una fonía, la sonoridad particular de una voz que se escucha mentalmente. Y así leemos Abismadas de Eugenia Straccali, oyendo, escuchando, en la interioridad de nuestra lectura silenciosa, los tonos, las intensidades, incluso una respiración que inspira y expira las palabras un hálito donde la voz de las mujeres las de antes, las de hoy, las de siempre se dice de manera incesante.
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